jueves, 21 de abril de 2016

Esa tregua que aún no llega

Más de una semana ha pasado y el temporal continúa. Cuando no llueve, el calor y la humedad me mantienen en la cama con dolor permanente. Comienza siempre con un dolorcito molesto que parece que carcome mis huesos y se extiende a alguna de mis piernas hasta hacerse insoportable. Leo mucho y me desvelo de madrugada. A veces por el dolor, a veces porque su ausencia me hace desear un tiempo para mí, para sentirme normal. Y amanezco leyendo, escribiendo, viendo un informativo y preocupándome. Por mis deudas, que aumentan a medida que no puedo trabajar. Por mi próximo viaje a Montevideo, siempre traumático por el dolor que me infringe. Por la Junta Médica a la que debo concurrir y que también implica un viaje a Montevideo. Es un error creer que con una licencia médica te quedas tranquilo panza arriba en tu casa. Los meses transcurren y la vida se te escurre por los dedos de la mano. Cuando mis sábanas comienzan a oler a remedio y no tengo fuerzas para levantarme a cambiarlas me pregunto si esto es vida. Cuando quiero darme una ducha y recuerdo que después el dolor recrudece y que tal vez deba bañarme sentada, me pregunto si esto es vida. Y lo mismo me ocurre cuando ya no me queda una olla limpia en que hervir unos fideos y paso unas horas planeando estar de pie para fregarlas, lo que sé implicará un dolor extra. Hace días en que lo único que tengo para decir sobre mí me sabe a quejas. Por eso lo mejor es evadirme a través de la lectura, escribir sobre libros, hacer planes en el aire para cuando salga del pozo en que me he hundido. Pero también hago planes para la eventual posibilidad de no poder salir del pozo. Pero todos los planes implican una tregua. Esa tregua que aún no he tenido.

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