miércoles, 14 de agosto de 2013

Llevo conmigo...

      Llevo conmigo mi propia prisión de carne y huesos, la llevo
quietecita y acunada en brazos, como un niño pequeño y frágil, demasiado frágil para cuidarse solo. Llevo conmigo la fuerza vital que lo acuna y la conciencia permanente de la soledad de mi encierro involuntario. Nadie tiene que saber cuánto de esa fuerza es necesaria para hacerme salir de la cama en las mañana o regresar a ella por las noches en mi tortuoso caminar. Nadie tiene porqué saberlo. Es mío, lente con la que veo el mundo, sabiduría en gotas de sangre que voy cobrando día a día. Y hay mucho de soberbia en esa postura autosuficiente de ser esclava en mi propio mundo. Lo sé. Lo vivo.