viernes, 29 de julio de 2016

Un problema de colchones

Vivo en mi cama. Me levanto y salgo una vez a la semana. Para ir al médico, para ir al supermercado cuando no tengo más comida, para hacer trámites que no puedo delegar. La cama se hundió del lado derecho donde me recuesto durante el día, el colchón ortopédico se hunde del mismo lado entonces, cuando quiero dormir me paso al lado izquierdo que está más parejo. Mi cama, el centro de mi mundo. Me rodeo de agua, medicación, lapiceros, cuadernos y libros. Hoy pregunté el precio del colchón modelo sommier más duro que había en la única tienda que vende muebles en mi ciudad. Dieciséis mil pesos. Una fortuna por un colchón que a mí me dura dos años máximo porque vivo en mi cama. "Pero tiene garantía de cuatro años", me dice muy amable la vendedora. Sí, cómo no. El último que compré también la tenía. No recuerdo cuántas noches nos despertamos, mi Pulga y yo, con la cabeza más cerca de piso y los pies más cerca del techo. Suspiro, me levanto gateando y me dispongo a quitarme la bronca del despertar brusco atacando la cama a martillazos. Son camas baratas de pino hechas por carpinteros baratos y con el uso se van desarmando. No sé cuánto más aguante la mía pero ya sé qué haré cuando suceda: ¡instalaré el colchón en el piso!

martes, 26 de julio de 2016

Las palabras nos salvan

Hay veces en que las palabras nos salvan. Nos salvan en forma de libros cuando le dan voz a lo que llevamos dentro: angustia o sueños. Nos salvan cuando lo que necesitamos es sacarlas para que no nos ahoguen y escribirlas para que transformen a otros. Yo, que vivo mi vida atada a un cuerpo que duele, reconozco el poder transformador de las palabras. Si no me rodeara de ellas, qué vida tan vacía tendría, tan sola, mi dolor y yo...

sábado, 23 de julio de 2016

El adversario invisible

Fueron cuatro días en total. Prescindí del tramadol (el derivado de la morfina que se usa para calmar el dolor de columna fuerte) y acepté todas las invitaciones a pasear. Comí, charlé, reí, saqué fotos, tomé mucho capuchino con canela, caminé lo que pude y hasta compré un par de botas pensando en que podría caminar más... pero ya se terminó la tregua. Hoy es sábado y a las tres de la tarde logré poner unos fideos a hervir para servir con una salsa enlatada que me quedaron horribles pero me los comí igual. Las manos tienen un temblor extraño, como si vibraran cada tanto y sé que es consecuencia del tramadol. Me siento cansada como si hubiera pasado horas luchando contra un adversario invisible y ahora que lo escribo me doy cuenta que es mi propio cuerpo.

miércoles, 20 de julio de 2016

Tres días de tregua

Tres días casi sin dolor que aprovecho para pasear, caminar, comer con amigos y comprar me unas botas para caminar. ¿Hasta cuándo? Espero mi periodo que siempre trae más dolor, pero también espero que el frío intenso se mantenga seco para poder recordar qué significa ser humana de nuevo.

lunes, 18 de julio de 2016

Tirarse de los pelos

Nunca pensé que fuera tan deprimente para el alma perder el cabello. Mi hermosa melena que llevo años cultivando se me queda entre los dedos cuando me atrevo a llevarme las manos a la cabeza.

domingo, 10 de julio de 2016

Cortina de niebla

No vendrán a mí los sueños muertos que he dejado empedrando el camino que ya pisé. Pero pelearé los nuevos, los que se extienden ante mí como cortina de niebla. 28 de octubre de 2016

martes, 5 de julio de 2016

Reescritura

Cuerpo anquilosado. Voluntad anquilosada. Estatua orgánica. Pero el dolor fluye en ondas,vive y persiste. Moverse duele. Respirar duele. Estar vivo duele.

La necesidad de escribir

La necesidad de escribir llega cuando el dolor del cuerpo se traslada también al alma y el sufrimiento interior se vuelve insoportable.

sábado, 2 de julio de 2016

Jueves 30 de junio de 2016: Admisión de fracaso

El dolor me atenaza desde que me despierto y absorbe mi mente como un punto fijo de luz del que no puedo apartar la atención. A las cuatro de la tarde me alivio y le escribo a mis amigas pero a las seis vuelve, lento como una larva que apenas despierta a la vida y ansía alimentarse de mi carne. El dolor se instala también en mi pecho, no físico, el dolor de tener que reconocer lo que ahora es obvio: el bloqueo lumbar no dio resultado. Tanto dolor desperdiciado, tanto dolor para nada. No puedo llorar, el peso que siento me aplasta el pecho es mayor que eso. Solo me resta dormir. Y esperar un nuevo día.

viernes, 1 de julio de 2016

El 8 de junio de 2016 y 6 el dr. Ayala

Fueron seis inyecciones en diferentes secciones de la columna lumbar (el término médico es "bloqueo facetario"), cuatro del lado derecho, dos del izquierdo. Lo sé porque al sacarme en vendaje le pedí a la amiga con quien me quedo en Montevideo que contará los pinchazos. Yo paré de contar luego del tercero y puse mi mano derecha entre mis dientes para no gritar de dolor. Gritar o quejarme en voz alta me avergonzaría, así de obsesiva soy. Fue el 8 de junio. Tenía coordinada una consulta con el doctor Ayala en el Sanatorio Americano, una eminencia impaciente que me preguntó si me había quedado dormida en la camilla donde acababa de examinarme porque demoré en bajarme. Me propuso hacerme un bloqueo facetario lumbar ese mismo día y, si lograba aliviarme, entonces hablaríamos del tratamiento por radiofrecuencia que había recomendado el equipo de CEDEFCO (Centro de Deformidades de Columna que había consultado un mes antes). Acepté. Dos horas después y en ayuno me presenté en el Sanatorio para que me hicieran el tratamiento. Un auxiliar de enfermería te lleva a la antesala del Block y esperas con los demás pacientes que aprovechan ese tiempo para compartir experiencias. Hasta ese momento no hubo diferencias con los anteriores que me había hecho en Melo. Sin embargo, el ingreso al Block de forma individual estableció notables cambios. La ropa descartable, por ejemplo, la colocación obligatoria de un circuito y la inyección de un antibiótico (al que descubrí soy alérgica) como profilaxis. En el Block te acuestas boca abajo en una camilla y te quitan completamente el poncho de papel que te habían colocado, te desinfectan la zona en la que trabajarán y el procedimiento es el más doloroso que he experimentado. Aún cuando sabes que la aguja ya abandonó tu cuerpo, la sientes adentro y la sensación es muy desagradable. Más desagradable aún es cuando sientes que el doctor hace fuerza para que la aguja entre más y más a medida que se guía por las imágenes que le muestra el radiólogo también presente. La analogía que mejor lo explica es la inyección anestésica que aplica un dentista: aunque coloca una anestesia superficial y va inyectando más a medida que la aguja entra, el dolor es inevitable. Por fin, si todo corre bien, puedes irte a tu casa en media hora. Lo curioso es que te acompañan al entrar pero no al salir, por lo que fue fácil perderme en aquel laberinto de corredores. Debían darle un mapa a los pacientes una vez que entran. Terminé bajando por el ascensor del personal causando un silencio incómodo y algunos comentarios. "Ya que me metieron aquí, lo mejor que pueden hacer es sacarme", les dije, con la diplomacia que me caracteriza. Faltaba entonces la peor parte: la primera noche luego del bloqueo, que se caracteriza por dolor intenso en la zona afectada y sudoración nocturna. La impresión que tienes es de que tu columna va a partirse a la mitad. Como mi amiga también estaba dolorida por una caída en su trabajo, pasamos buena parte de la noche haciendo un dúo de quejas y revolcándonos de dolor en la cama.