miércoles, 29 de abril de 2015

Quiero...

      El uso del corsé ha reducido mi vestimenta a pantalones con elástico en la cintura que resbalan por el yeso, me obligan a andar tironeándolos a cada cinco pasos y llevar el ruedo arrastrando por el piso. Quiero volver a mis jeans, variar los zapatos y las blusas, quiero ponerme temperamental con las ropas. Pero es tonto, verdad? Qué importa este detalle al lado de todo lo demás? Bueno,  pues esos son los detalles que me hacen mujer, que me hacen humana. Va alguien encontrarme atractiva con este corsé? Quién querrá tener sexo conmigo? Pensarán los hombres que soy una tullida a las que no se pueden acercar porque podrían quebrarme? Quién se tomaría la molestia de descubrirlo? Podemos hablar de sexo cuando tenemos una patología de columna? Y por qué no? No lo he leído por ningún lado pero lo puedo hablar yo. 
      Hasta donde sé, que no es mucho pero es algo, no hay impedimentos de ninguna clase. Comienzas con cuidado, claro, y vas probando. Al rato ni te acuerdas que podría dolerte algo. Hay un calentamiento inicial como en cualquier otro ejercicio, un desgaste grande de energía y un relajamiento posterior que hará que no necesites ningún relajante muscular ese día. Y ni hablar de lo bueno que es para la autoestima y de cómo fortalece los lazos entre la pareja. 
      Después de todo, somos humanos, y si comencé escribiendo de cómo extraño mis jeans, bien puedo terminar escribiendo sobre cómo extraño esa intimidad única que nos brinda el sexo con la persona que queremos.Yo también soy humana.




lunes, 27 de abril de 2015

Lunes 22 de abril de 2013, En mi prisión

      En mi prisión, consciente de cada pedacito de carne dolorida carne que vive en mí en ese yo que es carne y no cuando se cree consciente y quiere irse... pero no aún, susurra en su prisión, no ahora, no aún, no mientras duela...


Una de tantas internación es en emergencia cuando no puedo calmar por mí misma el dolor.

La enfermedad como culpa



      "La enfermedad como culpa está todavía hoy muy arraigada en el ser humano.  Algo hemos hecho mal, alguna norma esencial ha sido quebrantada para llegar a perder la salud.  Algo ha fallado en nuestra conducta.  Un sentimiento de fracaso,  de fallo, de inferioridad nos invade cuando nos sentimos enfermos. Al sentimiento de culpa se une el sentimiento de castigo. "

Con otra mirada. Una visión de la enfermedad desde  la literatura y el humanismo. Autores varios. Taurus, 2001.

domingo, 26 de abril de 2015

Manual de sobrevivencia con un corsé de yeso

      Lo único que me dijeron es que debía dormir los próximos tres días medio sentada hasta que el yeso terminará de secar.  No me dieron licencia médica ni yo la pedí. Mis planes eran intentar llevar una vida lo más normal posible. Pero... y siempre hay un pero... debería haber un manual sobre cómo sobrevivir con lo que los médicos no te dicen.

Primera dificultad: la ropa. Resulta que ahora eres algo así como una tortuga gigante de las islas Galápagos, tus jeans no te sirven, tu ropa al cuerpo tampoco. Entonces tuve que sacar del fondo del baúl pantalones deportivos y similares con elástico en la cintura. Por suerte encontré tres archivados de esos que las gorditas siempre tenemos para casos de extrema necesidad. Zapatillas, suecos o chancletas para evitar agacharte al calzarte o depender de algún pobre esclavo o miembro de la familia que tengas cerca. En mi casa sólo hay perros así que bienvenidas las zapatillas. Y los buzos anchos que te ayudarán a disimular tu nuevo tamaño... o a asumirlo.

Segunda dificultad: la ida al baño. Te bajas pantalón y bombachita, te sientas con el borde del corsé cortándote las piernas,  haces lo que debes hacer y, oh, sorpresa, pantalón y bombacha están en los tobillos y no los alcanzas con simplemente estirarte un poco. Por qué,  te preguntas,  nadie te dijo que debías tener un gancho en la cartera? Eché mano a un cepillo de pelo y lo usé como gancho.  Victoriosa! Mantener la dignidad al usar el baño no es poca cosa.

Tercera dificultad: cómo bañarse sin mojar el yeso. Cuello, brazos, axilas y pecho, esponja con jabón y esponja sin jabón para enjuagarlo,  el típico baño de palangana. Para lavarme las piernas me compré un cepillo de mango largo de esos que se usan para lavar la espalda pero alguna que otra flexión de piernas tuve que hacer igual. Lo bueno es que tu flexibilidad mejora con la práctica,  lo malo es que al terminar te sientes como si hubieras corrido 10 km: exhausta. Lavarse la entrepierna merece un párrafo aparte. Imposible que quede reluciente si no eres la mujer elástica. Lo mismo al secarte: un logro de contorsionista. Pasas una toalla por el medio de tus piernas, sujetas un extremo al frente con un brazo, el extremo a tu espalda con el otro y la haces correr. Buena suerte.

Cuarta dificultad: cómo levantar objetos del piso sin agacharte. Este problema fue fácil de solucionar con una pala de esas de sacar la basura pero de mango largo. Empujo con el pie lo que quiero levantar hasta ella y pronto. Lo mismo para bajar al piso los tachos con comida o agua de mis perros. Casi, casi la extensión de mi brazo.

Quinta dificultad: la cama. Cuando descubres que tienes una patología de columna, una de las primeras cosas que te enseñan es a agacharte y a levantarte de la cama. Lo ilustro: duermo del lado derecho, entonces antes de levantarme debo cumplir todo un ritual girando el cuerpo hacia ese lado, haciendo palanca con ambos brazos para levantar el tronco primero, y bajando las piernas después. Con el corsé, a menos que seas físicoculturista, no podrás levantar el torso del colchón sólo con la ayuda de los brazos. En mis primeros intentos salí de la cama en cuatro patas y medio de arrastro, no me avergüenza confesarlo. Pero luego aprendí que en lugar de bajar las piernas de la cama, podía calzarlas en el larguero de madera y crear una fabulosa palanca para sentarme. No siempre me sale elegante el movimiento,  pero te ayuda a sentarte en la cama de forma segura si no hay nadie alrededor que pueda darte una mano.


Sexta dificultad: el corsé de yeso pesa. Eso tampoco te lo cuentan los doctores ni los enfermeros. Pesa y cansa. No te permite caminar largos trayectos ni permanecer mucho rato sentada sin que comience a molestarte en la zona del sacro. Y cuando te acuestas sientes que intentas dormir dentro de un tonel. Tengo la sensación de haber aumentado veinte kilos de un día al otro y mi cuerpo también reacciona así. Como ya tomo un complemento vitamínico, esa parte no me preocupa. Una buena noticia es que, de a poco, el cuerpo se va acostumbrando al nuevo peso pero hay que conocer nuestros límites. Terminé mi horario de trabajo: a casita a descansar. Comienzo a sentirme mal, me retiro antes.

Séptima dificultad: dificulta la respiración y la digestión. Dos días de colocado el corsé y tuve mi primera crisis de ansiedad: el aire me faltaba y no podía respirar con profundidad por el limitan te corsé. Identifiqué la crisis y tomé un sedante leve que me recetaron como relajante muscular. Los comilonas también van a sufrir.  Almuerzos y llegas va la cena como si la comida no hubiera salido aún del estómago. Entonces comer pequeñas porciones,  más seguido, mucha fruta porque el intestino también se enlentece y un potente digestivo siempre en el bolsillo. Terminar vomitando con el corsé puesto nones una experiencia agradable.

Octava dificultad: el lavado de cabello. Con este no pude. Sólo hay dos opciones: pedir auxilio al pariente o amigo que viene de visita o pagar la peluquería. Por aquí, recurrimos a la víctima que caiga porque estamos en tiempo de crisis.  Es lo que queda...

martes, 21 de abril de 2015

Enyesada

      Feliz de haber obtenido una respuesta diferente a mi última consulta con el especialista de columna, estoy lejos de sospechar que me llevará una semana concretar la orden. 
La funcionaria que consulto no conoce al enfermero que me hará el yeso y luego de varias averiguaciones y horas más tarde, debo volver a casa sin haber logrado siquiera coordinar mi próximo viaje con el enfermero. Un amigo en Melo logra ubicarlo y me concreta una reunión pero viajo apenas para descubrir que debo hacer dos días de dieta, traer ropa apropiada y volver otro día. 

      El viernes viajé a Melo para que, al fin,  me coloquen el corsé de yeso. Llevo una blusa blanca sin mangas de algodón y ajustada al cuerpo tal como me indicó el enfermero para que quede bajo el yeso, y una pollera larga y ancha con elástico en la cintura. Cuando me hace pasar a la sala de traumatología me va explicando los pasos. Debo acostarme entre dos camillas de modo que mi torso quede suspendido en el aire y mi cuerpo apoyado en el final de mis caderas y mis hombros. Para lograrlo hay todo un método que el enfermero conoce bien. Con el torso al aire procede a fajarme y poner camadas de yeso. Aunque no es una posición cómoda,  no siento más dolor del acostumbrado y acaba en seguida. Me ayuda a ponerme de pie y espero que la habitación acabe de girar. 
      Ahora viene lo más difícil. El yeso secará totalmente en dos o tres días pero durante unas seis horas debo evitar sentarme y dormir en posición semivertical hasta que seque completamente. Me siento más que preocupada. Mi amigo me ofreció su casa pero me preocupa no poder realizar acciones íntimas como ir al baño sin ayuda. Sé que su oferta es generosa pero mi amigo es hombre y hay cierta dignidad que no estoy dispuesta a perder. 
      En su casa improvisamos con almohadas un lugar donde pueda recostarme y descansar. El yeso pesa. Enseguida descubro que,  como temía,  ir al baño a orinar y bajarme la ropa interior es una tarea hercúlea y decido aceptar la oferta de la amiga que ofreció ir a buscarme en su auto. 

      
Con el corsé recién colocado.

Re-Sentimiento

      Es temprano en la mañana. Hace una hora que estoy despierta pero gasté media en reorganizar mis sueños-pesadillas de tramadol y renguear hasta el baño. De regreso a la cama tomé mi protector gástrico y estoy esperando los veinte minutos necesarios para que haga efecto y pueda volver a levantarme a prepararme el desayuno.
      Ella llega como un torbellino, abriendo la puerta hacia atrás,  rezongando con los perros, abriendo ventanas y quejándose de algo, la vida, los vecinos, la juventud actual o el calor. Yo no pasé del buen día y solo la observo. Cuando me pregunta si puede abrir las ventanas y le digo que ya están abiertas. No, los vidrios,  me aclara. Y, claro, yo ya sabía a qué se refería.
      Entre la gente de campo existe la creencia de que el aire de la mañana es purificador y bueno para la salud por lo que es la hora preferida para ventilar las casas. Pero la experiencia me dice que contiene un grado alto de humedad que empeora el dolor de columna, así que le gruño la explicación a mi madre.
La gente con tanta energía  y buen humor de mañana tan temprano me pone de mal humor. Ni pensar en abrir las ventanas.
       Mientras ella se mueve de aquí para allá arreglando cosas,  lavando y limpiando a la vez que me cuenta de sus paseos o algún chisme del barrio, yo recuerdo mi sueño más recurrente de los últimos meses donde siempre estoy, peleando y discutiendo con mi madre. 
      Me levanto a prepararme el desayuno y chocamos en la cocina. Yo me "arrastro" y ella "revolotea". Trato de apartarme rápido de su camino porque siento que la molesto, pero chocamos porque hay poco espacio y porque ella es tan enérgica que no puede esperar a que yo termine lo que he venido a hacer y ella pueda continuar su tarea tranquila.
      En algún momento me doy cuenta que no sólo el sueño es recurrente, que esta es una escena que repetimos con frecuencia y entreveo su significado. Me ha costado mucho comprender el sentimiento que me mueve porque es contradictorio y egoísta y quien sabe qué más: me siento resentida por su vitalidad. Tiene casi veinte años más que yo, se va a los bailes, a todos los festivales que hay en los alrededores, vive recibiendo invitaciones a cumpleaños y fiestas por aquí y por allá,  no tiene ninguna enfermedad crónica además del quejismo y hasta ha cambiado de novio más que yo en los últimos dos años... Eureka! No me siento mejor persona cuando lo resuelvo pero sí más aliviada. Tal vez ahora que sé qué motivó mis sueños,  no vuelvan a repetirse.

viernes, 17 de abril de 2015

Sola

      Anoto que debo recordar, de ahora en adelante,  preguntarle ala doctor de turno que ne esté tratando si el procedimiento médico que me indica puede llevarse a cabo siendo yo una persona que vive sola. Todos dan por sentado que el paciente vive con otra persona o concurre acompañado a consulta Y no prevén una situación en que la persona sé encuentre sola o viva sola. Y eso me ha indignado un poco. Así que creo que debo cambiar mi plan en el servicio de compañía que pago. Porque si antes aún me restaba la ilusión de que, en caso de extrema necesidad, podría tener a alguien de mi familia que me acompañara, eso se acabó anoche con apenas un llamado telefónico. 

Vértigo

     Consulté a un neurólogo por el vértigo que regresa a cada cambio de estación o de temperatura. Descartó que se deba a la patología de columna. Me dijo que mi problema es más bien a nivel de huesos lo que,  supongo,  significa que mi patología no es para su especialidad. Las causas del vértigo, entonces,  no serían la patología de columna sino un problema en mi oído interno qué yo ya conocía por un audiograma que me hicieron hace unos años. Estoy segura que el traumatólogo que veré el lunes no estará de acuerdo.  Esto es algo que también he descubierto sobre los médicos especialistas: no se ponen de acuerdo entre sí y por más argumentos que esgrimen no sabes a cuál creerle.  

viernes, 10 de abril de 2015

Mucho más que una consulta

      Tengo consulta en Melo con especialista de columna. En mi ticket está marcada a las 11 de la mañana. Dos horas después,  los más nuevos se quejan y uno va a pedir que llamen al doctor. Una mujer que está internada se paseó un rato por el corredor con el suero en la mano pero volvió enseguida a su cuarto. "EL doctor está en camino", nos avisan. "En camino" resulta ser media hora y dos minutos después.  Yo ya he cambiado de posición unas 15 veces en el asiento y comienzo a mirar el piso con cariño.  Me da asco. Tiene una costra de otro color contra la pared. Tengo el número 5 y entro enseguida.  Momento de ser firme,  Viviana.
 Tengo el discurso preparado. Estás con dolor? A ver donde te duele?  Se levanta y me examina los puntos de dolor. Te hago otro bloqueo esta tarde, querés? Discúlpame pero usted ya me hecho ocho, los dos últimos no funcionaron, el último me dejó dos meses en cama. Ah, pero hay diferentes tipos de bloqueo. Te hago uno entre la cuarta y la quinta (y por segunda ves lo veo mirar el informe de mi resonancia). Me mantengo firme, no quiero más bloqueos. Quiero probar otros tratamientos,  ese ya no sirve. Empieza con el discurso de cirugía no y encierra con lapicero en el informe los discos más dañados,  el L4 y L5. Ya te hicieron yeso? No, nunca. Sé, pero no por él, que es el paso previo para ver si una cirugía funcionaría en tu caso. Si eso te alivia, entonces la cirugía también. Sugiere la posibilidad de una cirugía no tan invasiva, donde tan solo se cambie los discos más gastados. Me entusiasmo.  Entonces me da la orden para que fulano de tal, nombre y apellido,  me haga en yeso. El lunes vení, me dice. Salgo contenta a preguntar dónde encuentro el lunes al señor que me indicaron... y entonces comienza la segunda parte de odisea.



jueves, 9 de abril de 2015

Esos sentimientos que solo alguien con una patología de columna reconoce


  • Las ganas de arrancarse una pierna en una crisis de dolor con tal de aliviarlo.
  • La necesidad de acostarse en el piso no importa donde te encuentres, acostarse y ya.
  • El dolor en las mandíbulas luego de una noche especialmente difícil,  o varias,  con empujes de dolor.
  • El "andar como perro rabioso".
  • La "descarga eléctrica" por las piernas que no logras aliviar con nada.
  • Esa sensación muy real de que puedes morder a alguien durante un empuje de dolor o incluso matar a alguien que cruce tu camino.
  • La impotencia cuando descubres que no puedes controlar tu propio cuerpo.
  • La sensación de que tu cuerpo se convirtió en tu enemigo contra en cual tienes que luchar.  
  • La envidia/rencor, la mayor parte del tiempo inconsciente, dirigida a un miembro de la familia o amigo deportista o que puede realizar alguna actividad con su cuerpo que tú ya no (como correr, andar en bicicleta o cargar en brazos a tu hijo pequeño).
  • Volverse intolerante a personas que se quejan por nimiedades (como un dolor de cabeza o una noche mal dormida).



Y alguna más que agregaré a medida que las vaya recordando. 

Un simple tema semántico

La semana de turismo es muy esperada por los docentes.  El que puede viaja, tal como yo lo hacía. Antes. 
Este año llegué cansada pero satisfecha. Tres semanas de trabajo intenso con apenas una falta y me sentía orgullosa por el desafío superado y por haber podido recordar a mí misma mi capacidad de superación. Casi me sale con mayúscula,  como un super poder. Entonces tres días en cama dolorida pero descansando no me preocuparon mucho después de todo lo que le había exigido a mi cuerpo las últimas semanas. 
El miércoles me levanté aliviada, abrí ventanas y allí estaba un día claro, precioso de sol y temperatura agradable. Llamó acuña amiga,  almorzamos afuera y de tarde, un saltito al balneario cercano a tomar unos mates. De noche tenía consulta con médico que no me era conocido para repetir medicación porque los días en cama habían acabado con mis provisiones. 
El doctor tenía el aspecto de un muchacho joven de cabello claro, recién formado con toda probabilidad. No me preguntó a qué iba como los más veteranos, sino que comenzó un sondeo diagnóstico como cuando reciben por primera vez un paciente. Recuerdo que dlas dos preguntas me hicieron reír y pusieron una expresión de gravedad en el rostro del médico-mmédico-muchacho.  Debe haber creído que me burlaba de él cuando yo solo manifestaba mi humor negro y me hacía consciente de lo horrible que soñaba todo lo que decía. 
Solo recuerdo una de las preguntas respecto a cuántos y cuáles remedios tomaba. Eso me causó gracia.  Todos,  le contesté, aunque debo andar en torno a los diez diarios. Para que no creyera que no me tomaba en serio su trabajo lo guié por mi historia médica: resonancia, especialistas que me tratan y lista de medicamentos. Su rostro cambió y abandonó la jovialidad inicial. Cuando comencé a hamacarme en el asiento por el dolor se portó de forma impecable y siguió las indicaciones de mi doctor de referencia para cuando tengo empujes de dolor. 
La doctora en emergencia fue amable aunque era in experiente en esta clínica. Salí medicada y con un circuito en el brazo tres horas después. 
El resto de mis vacaciones fueron así, en cama y recibiendo en casa, dos veces al día,  medicación intravenosa. Y descubrí algo muy interesante: cuando el paciente paga la medicación que van a inyectarle por vía intravenosa en su casa le llaman tratamiento domiciliario. Cuando la clínica paga los medicamentos que me van a inyectar, le llaman internación domiciliaria. Una simple cuestión de semántica.