jueves, 29 de noviembre de 2012

Cuando ÉL no está...

      Cuando ÉL* no está, quiero trazar mis garabatos, hundirme en fantásticas aventuras escritas en tinta, andar en bicicleta en sueños, recorrer taperas en mis planes, salir con las amigas, vivir mi vida, crear mis mundos. Cuando ÉL no está quiero hacer todo a la vez y nada. No moverme de mi casa, jugar con mis perros, lavar el plato en el que comí y la olla en que me cociné. Hasta el placer más efímero se ve bloqueado por ÉL, mi verdugo, mi maestro.
      Cuando ÉL no está, lo extraño.




* Hace referencia al dolor.

sábado, 24 de noviembre de 2012

El día siguiente

Siento el punto de dolor en el lado izquierdo de mi cadera. Siento como irradia sus ondas en un perímetro cada vez más amplio. Hace un rato estuve sentada afuera y entré porque sentí frío, pero la amiga con la que acabo de hablar por teléfono me aseguró que la temperatura está agradable. Como mi columna dice otra cosa y mi columna SIEMPRE tiene razón, hoy no habrá salida a comer pizza con las amigas.

Esta tarde estuve mirando fotos y extrañando mis salidas, máquina en mano. Pruebo dibujar pero mis ojos y mi pulso están desentrenados y ninguna línea se ve como quiero que se vea. De pronto, me encuentro de nuevo plasmando bailarinas semidesnudas de tutú y cuello estilizado como en la escuela.

Me siento cansada. El dolor me hizo dormir poco y despertarme temprano. El excesivo tiempo en cama deja el colchón lleno de pozos pero el sueño no llega. Tejo fantasías en las que llamo a la clínica y pregunto si mi doctor está de guardia. Lo que no es buena señal. Sabes que las cosas no están bien cuando comienzas a fantasear con agujas perforando tus venas y sueros goteando y esa imagen se vuelve la idea de la felicidad.
Solo me resta inducir el sueño. Un sueño de químicos y dolor encubierto que se ha vuelto mi única forma de dormir. Y esperar el día siguiente. También hay días como este, en los que lo único que te queda es esperar el día siguiente.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Miedo a dormir

Con miedo a dormir otra noche en estado febril, escuchando mis propios gemidos de dolor en sueños.
No hay nadie que me despierte. Nadie que me avise cuando he llegado a mis propios límites y me veo demasiado pálida, o el bruxismo ha ido en aumento. Solo mis perros me acompañan en mis noches insomnes de dolor. La grande observa y suspira. El pequeñito se enrosca junto a mí y se reacomoda las diez veces, veinte veces, en que tengo que cambiar de posición.

Sé lo que piensan. Algunos, además de pensarlo, me lo han dicho. Me hablan de lo difícil que creen que es padecer dolor crónico y vivir sola. Por lo general, los escucho en silencio. No les preocupo yo, les preocupan sus propios miedos de verse como yo.
Pero se equivocan. Al menos en lo que a mí respecta. Nadie puede asegurarme que la compañía humana cuando se padece dolor crónico es mejor que la canina o que la soledad. Pero yo puedo asegurarles que la soledad en esta situación te fortalece. Eres tú y solo tú aprendiendo a respetar tus límites, los de tu cuerpo y los de tu mente. Aprendiendo a escucharte y a respetarte.
Y eso solo lo he podido hacer cuando entre mi cuerpo y el dolor, no hay nadie a quien culpar.

jueves, 22 de noviembre de 2012

En mis sueños

En mis sueños vuelvo a la emergencia móvil, estoy con dolor y una enfermera me coloca un circuito en el pulso izquierdo. Cuando el suero se acaba, me lo quito y vago por una ciudad desconocida pero el dolor persiste. Esa sí como sé que que mi noche de sueño no fue buena.
Cuando sucede, me despierto muy temprano y me preparo el desayuno (generalmente té y tostadas) para poder medicarme. A veces tengo suerte y el dolor se va con el movimiento.
Mis días ahora se miden con una única regla. Mis días ahora, se miden con mi cuerpo.

martes, 20 de noviembre de 2012

Dar nombre a lo indefinible


Si me fuera posible, convertiría mi mano en garra y la metería dentro de mi carne en el lugar exacto donde se encuentra el punto de dolor y arrancaría la pierna. Es una imagen recurrente ante la sensación desesperante que se instala con frecuencia en mi cuerpo. Y disfruto de ella todo lo que no puedo disfrutar del hecho mismo, a todos los efectos, imposible de llevar a cabo.

Foto de la autora
Cuando esto empezó se me hacía muy difícil describirlo. No encontraba las palabras o no eran las mismas porque el dolor tampoco era el mismo. Pero eso yo no lo sabía. Me llevó un buen tiempo descubrir que mutaba y apoderarme de las palabras que de darían nombre, que lo definirían.  Al principio, cuando el diagnóstico exacto no llega, definir el dolor es importante. Los doctores quieren saberlo,  tu familia quiere saberlo pero, descubrí, solo los que lo padecen pueden comprenderlo. 

Las palabras me fueron llegando poco a poco en las charlas de la sala de espera al traumatólogo  y  al block quirúrgico, que es donde nos encontramos los pacientes con afecciones de columna. Y descubrí que no solo yo las buscaba. Es como si una descarga eléctrica corriera por mis piernas, escuché  contar un día.  Y otro: uno anda como perro rabioso…  Creí que solo a mí me pasaba, dijo una compañera de block. Creí que era solo yo la que sufría, dijo otra.

Ahora, cuando quiero darle nombre al dolor, lo escribo.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Reconociéndonos

      Siempre me es posible reconocer a otro como yo. La mirada por momentos fija y por momentos extraviada, como si su portador vislumbrara otro mundo, pero dentro de su cuerpo...
     En el pasillo donde los pacientes que estamos citados para que nos realicen un bloqueo facetario lumbar* esperamos que nos lleven al block quirúrgico, vislumbré a los otros. Todas mujeres, como si el dolor fuera un privilegio reservado únicamente para nosotras. Y tres en cinco llevaban tacones. Rehuíamos mutuamente las miradas, reconociéndonos en los cuerpos de las otras.

    Una de las preguntas más frecuentes que me hacen es si puedo usar tacos. Puedo todo, contesto a veces. Puedo usar todo con lo que me sienta cómoda, contesto otras. Puedo... a veces. Puedo... cuando lo consulta con ELLA, y ELLA me lo permite.
     A fines de 2011, en mi primer verano casi sin dolor, me compré un par de suecos con unos tacos altísimos. Elegí los que tenían mayor estabilidad en la base y me permitían apoyar todo el pie sin tener que afirmar el tobillo para sostener el zapato. Como la plataforma es de goma, amortigua los pasos al caminar. Me los puse en mi primer mesa de examen y me paseé por los corredores llevando y trayendo actas. ¿Puedes ponerte tacos?, me preguntaron mis compañeras. ¡Y díganme que no puedo!... 

     En el día de mi último bloqueo lumbar, yo fui una de las pacientes que fue calzada con championes. Pero entiendo la elección de las demás. Sueño con los zapatos que me pondré cuando me alivie. Están en sus cajas, esperándome, igual que los suecos del año pasado. En mis sueños, mis pies llevan zapatos azules, rojos, verdes y naranja. Lo demás que vista no importa. Es mi pie que se abrirá camino primero. Y el paso tiene que ser firme, tiene que verse desde lejos y tiene que escucharse por los corredores. Cada paso, para este cuerpo, es un gran paso. Cada paso, para esta mujer, es un ejercicio de voluntad.




* Sobre el procedimiento de bloqueo, hacer clic aquí: Bloqueo facetario lumbar .

Transfiguración

Pastel tiza y lápiz, obra de la autora.
      Nunca me has visto durante una crisis. Es feo. Feo de ver. Mi cuerpo se encoge como si asumiera el molde de otro cuerpo. Las articulaciones se enrigidecen enlenteciendo los movimientos, los músculos se agarrotan y los tendonen se encogen y envían espasmos por los centros nerviosos al cerebro... Para que no se mueva, para que yazga y muera toda actividad que provoque más dolor. Así lo siento yo.
      Y ya no tengo mi edad. De pronto soy vieja, muy vieja... Tan vieja que mido 15cm menos y no levanto los pies del suelo al caminar y me muevo arrastrándolos. De pronto, me han cambiado de cuerpo, y este cuerpo ya no es mío, y la inmovilidad es la única posibilidad de existencia.

Las primeras palabras

Obra de la autora.
      Algo me ha carcomido por dentro desde que abrí los ojos al día. Estuve en actividad frenética hasta que ELLA* me obligó a detenerme.
      ELLA, siempre, es la que me obliga a detenerme, la que marca los límites y coarta mis creencias de libertad.
      Mi actividad más importante fue arreglar mi ropero y decidir qué hacer con la ropa que no estoy usando. El mueble es pequeñito y cualquier pieza que se pueda desalojar es una menos que me caerá encima cuando lo abra. Esto me produjo un alivio enorme pero también me obligó a mover las cajas con ropa de verano, bajarlas y volver a subirlas con las de invierno. Me sentía feliz, tan feliz... Pude hacerlo sin sentir dolor y sin rigidez en el tronco: levantando-subiendo-bajando.
      Y me siento como una mujer enamorada, me transfiguro, vislumbro mi otro yo, el que perdí cuando comencé la Jornada** hace tres años...

      Después del mediodía (me hice unos fideos con albahaca, nueces y aceite de oliva que comí con voracidad), ELLA vino y me cobró la transgresión. La rigidez llegó primero, como un enlentecer en el movimiento de las piezas del motor de una máquina. Enseguida viene el cansancio localizado en la zona lumbar. No me he cansado yo, se ha cansado ELLA. Así que la escucho y lo compruebo al acostarme boca arriba en mi cama: siento como cada hueso va ocupando dolorosamente una nueva posición. Ahora debo esperar un buen rato a que el dolor se establezca y se defina. De ese tiempo de espera dependo para seleccionar el analgésico que debo tomar. Ahora se queda en un punto fijo en la cadera izquierda con hilillos de dolor que se tienden hacia la pierna izquierda y se disuelven antes de llegar a la rodilla. Camino hasta el baño para confirmarlo: el hilo fino de dolor baja por la pierna cada vez que la apoyo en el piso. No bastará con tomar el antiinflamatorio suave, tendrá que ser el más fuerte y agradezco el buen almuerzo con el que forré mi castigado estómago.

      Al rato llega la señora que me ayuda a limpiar. Ya sabe que por las tardes estoy en cama y que, si estoy con dolor, muda y quetecita, como hoy. Le explico que no es nada, que fue mi culpa por no haber tenido cuidado y haberme puesto a arreglar la casa sin esperarla. Compasión en exceso te vuelve víctima. Esta es mi vida ahora. Somos mi cuerpo y yo, y nadie puede ayudarme en eso.



* El diagnótico médico es: osteoartrosis con desgaste en tres discos de la columna lumbar. ELLA: su columna.
** La Jornada es el nombre que le da al periodo de cambio en su vida que se origina con la primera internación por lumbalgia en marzo de 2010.