lunes, 13 de junio de 2016

No es como en los libros

No es como en los libros que cuentan historias de superación. No eres siempre valiente ni siempre positivo como si te hubieras tragado un faro metafórico y buscaras iluminar el mundo con tu sabiduría. Cuando el dolor se instala en un empuje prolongado o llevas seis años, como yo, entre promesas de recuperación y recaídas, lo único que deseas es que acabe, que cese esa lucha continua con tu cuerpo. Antes que esto me ocurriera, pensaba que el dolor permanente sólo se instalaba en personas con cáncer terminal en las que el alivio llegaría con la muerte. Desconocía que se puede vivir con dolor, o la existencia de algo que se denomina "dolor crónico", y que cada vez es mayor el índice de personas que lo padecen. La buena noticia es que esta enfermedad no me matará. Ningún médico me lo ha dicho a mí pero sí a mis compañeras con patologías de columna. Viviré todos los años que aguante mi hígado y mis riñones la medicación pesada para el dolor y moriré de otra cosa: de cáncer, de un infarto, de un AVC, en un accidente automovilístico. Y se supone que eso debe brindarnos algún consuelo... El dolor no me impide ser feliz pero no soy feliz todo el tiempo. Y, sin embargo, hay días en que soy feliz a pesar del dolor.

Tres kilos de amor

Voy al médico, pago cuentas y vuelvo retorciéndome de dolor. Tengo mi primer crisis de angustia en meses. Sé que hace poco tiempo del bloqueo lumbar, que lleva dos semanas notar una mejoría significativa. Pero mis amigos preguntan, alguien siempre pregunta si ya me alivié o si ya se notan los resultados y debo iniciar el ritual de dar explicaciones. ¿Qué esperaba? ¿Por qué me siento tan sensible y desolada? Esperaba menos dolor. Esperaba más. Mi Pulguita (mi perrito de raza pinscher) se pone frenético cuando me escucha llorar. Quiere lamer mis lágrimas y, cuando no lo dejo, se restrega en mi rostro y las seca. Y me provoca tal ternura que tengo que detenerme. Pensé que reaccionaba al sonido de mi respiración, a los sollozos. Pero hoy lo vi mirando mi rostro y cuidándome. Cuando las lágrimas se me caían, aunque guardaba silencio, allí estaba él enroscado en mi cuello. Es una cosa diminuta de menos de tres kilos, ojos grandes y saltones, pelo color dulce de leche. Tres kilos de puro amor, sensibilidad y ternura. Quién sabe de qué mecanismo dotó la naturaleza a estos animales para que sean tan perceptivos respecto a sus tutores. Mi compañerito de cuatro patas no puede quitarme el dolor, pero me acompaña mientras lo transito.

Control

Aunque no puedan devolverme mi cuerpo quiero que me devuelvan mi cerebro. Quiero prescindir del medicamento para el dolor que me dificulta expresar mis pensamientos, me vuelve olvidadiza y bloquea mi actividad creativa. Si no puedo recuperar la salud de mi cuerpo por mi columna dañada, quiero al menos recuperar el control de mi mente.

jueves, 2 de junio de 2016

Sueño con zapatos

Aún miro los zapatos que no puedo usar en las vidrieras. Hace ya un tiempo que dejé de mirar las personas a los ojos para mirarle los zapatos. En mis sueños uso de nuevo mi vieja moto y me quedo atascada en el barro de los caminos que llevan a la casa donde pasé mi infancia en Puerto de Amaro. En mis sueños no regueo ni tengo una patología de columna. Camino, corro y ando en la moto que amaba y tuve que vender porque ya no podía usarla. Sueño con la moto que simboliza el control que perdí de mi cuerpo y cuando se atasca en el barro representa la lucha que debo enfrentar ahora. Pero sobre todo sueño con zapatos. Zapatos rojos y verdes como Dorotea en El mago de Oz a la que sus zapatos podían llevar a cualquier parte.