jueves, 29 de octubre de 2015

Yo sin dolor

Una vez cada tanto, tal vez una vez al mes... paso el día sin dolor. Lo siento como magia, como si me hubieran suspendido en el tiempo y esperara la ruptura del trance a cualquier momento. Y como es algo tan extraño a mi experiencia en estos años, me paralizo. Pienso, claro, en todo lo que podría hacer, salir a caminar, visitar a mi familia, dar un paseo por campaña a sacar fotos... pero todas esas posibilidades incluyen tomar la moto y enfrentar las calles destrozadas de mi ciudad. Y con eso el dolor podría volver. Y no quiero que vuelva. También podría arreglar mis plantas, lavar el fondo donde están con la manguera para poder sacar las visitas al patio a tomar mate. Miro las macetas y miro la manguera e imagino los movimientos que tengo que hacer para llevar a cabo las tareas, agacharme, levantar peso, y me quedo paralizada mientras me apoyo en la puerta del fondo y veo a mis abandonadas plantas. Podría poner música alta y bailar, porque antes me gustaba bailar mi música sin que me vea nadie, sin que nadie tenga que enterarse. Pero o bailo con la faja lumbar puesta que limita mis movimientos o los movimientos podrían hacer volver el dolor. Y de nuevo me paralizo. Ya no recuerdo muy bien cómo es bailar de todos modos... ¡Pintar, dibujar! No soporto estar largo rato sentada... y el dolor podría volver. Vago de un lugar a otro de mi pequeña casa sólo sintiendo el tiempo deslizarse sobre mí, viendo como se me escurre de las manos mi día mágico.

Sobre los días malos, los viajes en ómnibus y los días peores

Llegó de a poquito luego del desayuno, como un agresor furtivo y con muy malas intenciones. A medida que transcurrían los minutos y yo pensaba en mi necesidad de darme una ducha y cambiar las sábanas, empeoró con rapidez. Un objeto punzante e inmaterial parecía haberse clavado en mi cóxis y comencé a encogerme hasta caminar con la espalda doblada. Todos los meses la constante es la misma para mí que soy mujer: con el período menstrual el dolor aumenta y trato de estar preparada, lo que implica tener los alimentos necesarios para no tener que salir si debo estar todo el tiempo en cama, y tener medicación de sobra para cubrir los empujes. Son alrededor de las diez de la mañana y me revuelco de dolor en la cama. Mi Pulgui se enrosca en mi cuello cada vez que me quejo en forma audible. Como siempre, he ido aumentando la dosis de medicación y esperando. Tomo otra dosis, espero. No puedo llamar al servicio de Emergencia sin ducharme y sin cambiar las sábanas que huelen a agrio y a químicos. Cuando llego a mi límite en la medicación me levanto y voy a prepararme un té para cambiar de postura y distraerme. El dolor en el cóxis se siente más localizado cuando estoy de pie pero mi cocina queda a cinco pasos. Me preparo una vieja receta de emergencia: té de ruda con una rama de canela. La ruda ayuda a desprender con más rapidez el endometrio y la canela alivia el dolor. Más rápido baja mi menstruación, más rápido se irá el dolor. Mi ansiedad aumenta porque esta es la noche en que debo viajar a Montevideo para hacerme mañana una nueva resonancia magnética nuclear en el Sanatorio Americano. Siento verdadero pánico al recordar las siete horas de viaje que me esperan en el estado en que me encuentro. Mientras espero que mi té alcance una temperatura que lo convierta en bebible, el celular suena. Una voz masculina me comunica que la resonancia debe suspenderse porque el aparato resonador está averiado. Ofrece ponerme en lista de espera o agendarme ya una nueva fecha. Escojo la segunda opción. Un mes más de espera. Pero me siento aliviada, cómo me siento aliviada... No tendré que viajar en estas condiciones. En el campo decimos, por ejemplo, que un animal está "acobardado" cuando ha recibido tantas palizas que no es capaz de aceptar una caricia sin replegarse en sí mismo. O que, acobardado por las mañanas frías de invierno, mi abuelo siempre salía de poncho de lana cruda a recorrer el campo. Sentirse acobardado no significa ser cobarde, sino estar cansado ante una situación desfavorable que se repite y actuar en consecuencia, consciente o inconscientemente. Esa soy yo hoy: una mujer acobardada.

sábado, 24 de octubre de 2015

Quién soy yo cuando no estoy con dolor

Casi seis años lidiando con doctores y todo el sistema de salud que me "ampara"... me ha permitido aprender mucho sobre algunos temas y desaprender otros al convertirme en "paciente", que aunque la palabra tiene su raíz etimológica en la paz, a mí me recuerda los corredores atestados de pacientes que esperan, cual ovejas en el corral, esperando que las hagan pasar al tubo, o al cuchillo, si resulta que son la comida del día. Como viví hasta los quince años en el campo, mis raíces aún están allí, por lo que mis símiles suelen estar relacionados con el tema. Entonces, cuando entras a un consultorio para ver a un doctor por un tema médico, él sólo hace preguntas relacionadas a tu condición de salud o a tu situación laboral para saber cuál es tu cobertura médica en caso de necesidad. Esa es la conducta padrón debido a las planillas que tienen que llenar por la ficha médica que queda en la institución. En esa ficha, no estás tú, perdona, ni estoy yo,está una parte de ti relacionada a tu condición física y ni siquiera tu condición de salud como ser humano completo que siente y piensa. Por lo tanto, la visión del doctor sólo puede ser parcial. No sabe qué haces en tus horas libres, ni que eres poeta y músico o jugador de fútbol a menos que te hayas lesionado una pierna en la cancha y lo hayas tenido que consultar. Y, salvo raros casos, no le interesa porque cree que no hace parte de su trabajo. En fin, algunos hacen su mejor esfuerzo equilibrando vocación y sistema (y mi doctor de cabecera, querido, sabe que esta parte está dirigida a él). Otros no consideran que importe lo que tú eres más allá de esa porción de realidad. En mi caso, seis años con una patología crónica y degenerativa de columna, ninguno de mis traumatólogos sabe que mi carrera profesional se ha estancado y muchas veces he temido quedarme sin trabajo (el primer y gran temor de los enfermos de columna que solo tienen eso con qué subsistir). No saben de mis años de artista plástica que fui abandonando al no poder estar mucho tiempo sentada. No saben lo buena que soy en la fotografía y los proyectos que abandoné porque ya no puedo más salir en mis excursiones documentales. Tampoco saben que soy escritora, con un libro publicado en forma independiente de poemas, otro inédito de cuentos y varios más sin concluir porque es muy difícil escribir acostada y con dolor. ¡No saben lo buena profesora que soy! ¡Lo que pierden mis alumnos al no tenerme en el salón! No saben ni les interesa saber, si no ¿cómo podrían decirme que ya no pueden hacer más por mí? ¿Cómo puede decirme usted que sabe de mí más de lo que yo misma sé habiendo nacido yo con este cuerpo? Más abajo reuní fotos de mis distintas facetas: como fotógrafa, artista plástica, profesora por vocación y escritora.

viernes, 23 de octubre de 2015

Círculo vicioso

Yo me consideraba una luchadora, pero una luchadora con dolor constante por años no existe, tu yo comienza a debilitarse y a fragmentarse, y debes buscar otras formas de reconocerte al enfrentarte a un espejo. Te conviertes en una persona rabiosa con dolor constante y quieres pelear con lo que se te cruce: el perro, el idiota que te cerró el cruce en el semáforo, los hijos, el marido... Todo es catártico, todo te ayuda a exhalar tu dolor. Y nadie se anima a acercarse a ti... ni tu familia. Luego están los días de dolor constante con depresión, cama, sin ganas de nada, sensibilidad a flor de piel, llanto mirando una publicidad en la tele, hacer catarsis teniendo una crisis de angustia por estar cansada del dolor con la mínima guarangada, un tropezón, una taza rota... Y, los días de alivio, en que me doy cuenta que debo aprovecharlo y salir, voy a visitar a mi familia, llamo alguna amiga para ver si coincidimos en el almuerzo y nos ponemos en día. Saco fotos, oh, saco fotos a todo lo que encuentro. El día tiene nuevos colores y todo detalle es artístico. Es la felicidad desbordada pero con un rasgo de tristeza: así era yo cuando no estaba enferma. Quiero irme en moto a ver el agua de la Laguna, quiero ir a ver cuánto aún resta de mis viejas taperas, salir a recorrer la ciudad en bicicleta... Quiero mi vida de regreso...

jueves, 22 de octubre de 2015

Resumen de mi vida, segunda parte

Resumen de mi vida Diálogo con el doctor de emergencia durante un empuje de dolor. - ¿Qué médico te trata? - Cristian García. ¿Y qué dice él? - Quiere operar. - ¿Y quién te operaría? - Grosso. - ¿Y qué dice Grosso? - No me quiere operar. - ¿Por qué? - Porque son muchas vértebras para fijar. - Por algo no te quiere operar. ¿Sabes que te puedes quedar inválida con esa operación? - Sí, lo sé. Los doctores son una dulzura cuando quieren resumir tu vida en un minuto sin conocerte. Yo le preguntaría qué es mejor, una semiinvalidez con dolor cubierta de medicación, como la que llevo ahora, o una invalidez sin dolor. Por lo que me han dado a entender, lo mejor es seguir como estoy. Bien! Quisiera llorar pero no puedo.

Resumen de mi vida

Diálogo con el doctor de emergencia durante un empuje de dolor. -¿Qué médico te trata? -Cristian García. ¿Y qué dice él? -Quiere operar. -¿Y quién te operaría? -Grosso. -¿Y qué dice Grosso? -No me quiere operar. -¿Por qué? -Porque son muchas vértebras para fijar. -Por algo no te quiere operar. ¿Sabes que te puedes quedar inválida con esa operación? -Sí, lo sé.

miércoles, 7 de octubre de 2015

28 de setiembre de 2015

Es de madrugada y me levanto para ir al baño. Cuando vuelvo a la cama siento el dolor instalándose, difuso, en la zona del coxis. Mido la intensidad y la probabilidad futura de que aumente. Sí, ahora soy una vidente, una vidente especializada en su propio cuerpo. Concluyo que la posibilidad es alta e ingiero un comprimido de tramadol, acordándome que las gotas se terminaron y no levanté un nuevo frasco. Apago la luz y mi Pulga se instala para dormir apoyando su cabecita sobre una de mis piernas como una almohada. Boca arriba, trato de no moverme y de no despertarlo. Espero y me concentro en el punto de dolor de mi cuerpo que va en aumento por la postura inadecuada. Cuando creo no soportarlo más, mi Pulga sale de abajo de las sábanas a ladrar algún sonido que solo los perros escuchan. Aprovecho a cambiar de posición y me acomodo en la que sí sé que me alivia: boca abajo con la pierna derecha flexionada. Sí, lo sé, ningún doctor la aprobaría pero yo soy la especialista en mi propio cuerpo. Alivia, puedo dormir, se acabó la discusión. Pero el dolor es ahora punzante y localizado en el centro de mi columna. Me concentro en él, lo acaricio. Es un martilleo constante en mi cerebro,
pero con su propio ritmo. La sensación es de que algo material se ha clavado en mi espalda y no lo puedo quitar. Las drogas hacen, al fin, su trabajo y me duermo. Cuando me vuelvo a despertar estoy sin dolor, pero el martilleo permanece registrado en mi cerebro como un eco.

martes, 6 de octubre de 2015

2 de octubre de 2015: consulta con el especialista de columna

      Todo es igual. Las personas amontonadas en un angosto corredor, el olor a humanidad  encerrada y a saladitos de esos llenos de conservantes y saborizantes que se huelen a un kilómetro, las conversaciones deprimentes sobre lo que le duele a cada uno, los rostros esperanzados y resignados. 
     El día está tormentoso y fresco y por eso la pierna me duele y perdí mi yelmo de guerrera en la primera caminata que hicimos.  No quiero participar de ninguna conversación y por eso... tal vez por eso, entro cansada y dolorida a la  consulta.
      Ya al entrar veo que la organización dentro del consultorio es atípica. El doctor está sentado y tiene a su lado una muchacha que oficia de secretaria y escribe por él el resumen de las consultas en la computadora que está sobre el escritorio. Buscan mi nombre y pide ver mi resonancia. Yo no me siento. Marta, mi amiga y compañera de viaje, está de pie a mi derecha junto a la puerta. Cuando le preguntan cuál es su relación conmigo dice que es mi prima, como acordamos. Lo primero que me dice el doctor es la repetición de su dictamen de un año y medio atrás. Son cinco vértebras para fijar, sos muy joven, estas operaciones no quedan bien. Le pido alternativas, que me indique a alguien más a quien pueda recurrir ya que él solo puede ofrecerme bloqueos lumbares y yeso y me dice que no hay mucho más que hacer en estos casos, como si dictara mi sentencia de muerte. Tomo aire y pienso qué me hizo someterme a esta situación de nuevo cuando yo ya sabía que este hombre afirma que te va a operar en una consulta dándote esperanzas y en la siguiente, se desdice importándole un comino lo que generó en el paciente. Ante mi desánimo, me da una orden para otra resonancia y salgo sin volver a hablarle. Solo quiero huir de allí y llorar de impotencia.
      Pero la sesión de tortura aún no ha terminado. Marta se queda atrás y vuelve al rato. Estoy sentada y hago acopio de fuerzas para no llorar. No lloraré ahí, ni frente a Marta ni frente a nadie. Ella me cuenta que el doctor la llamó  para una charla en particular y le dijo que me vio muy deprimida, que así no me opera (en tres minutos hizo un diagnóstico de mi estado psicológico y encontró la disculpa perfecta: culpabilizar al paciente) y le dio un pase para que me vea un psiquiatra. Me río. Veo a un psiquiatra hace cuatro años, a una psicóloga a la que recurro cada vez que veo que la depresión debido al dolor crónico recrudece y este hombre que me trata hace cinco años y aún no sabe mi nombre, cree poderme diagnosticar como psiquiátrica en TRES MINUTOS?! Ahora me siento furiosa. Si se hubiera tomado el trabajo de hablarme de frente yo habría podido contestarle de forma adecuada. Pero con esa actitud tan poco ética, ya que no soy una niña ni una anciana, me quitó lo poco que me quedaba de dignidad al dejarme sin derecho a réplica. Es eso lo que significa ser paciente? Soportar con estoicismo, como una víctima propiciatoria, cada dictamen del doctor como si este fuera un dios, acatar todas sus órdenes y decir amén?  Pues ya no quiero ser paciente. Quiero volver al consultorio y decirle al doctor dónde puede meterse la orden para el psiquiatra. 
      Marta me mira a la cara y se disculpa por habérmelo contado. Me levanto y ella me sigue. Mi amigo Jorge nos espera con el almuerzo pronto. Me niego a seguir hablando del tema. Tenemos que esperar hasta las cinco de la tarde para que el enfermero especialista en yeso me quite el corsé. Al menos podré llegar a mi casa, bañarme y lavarme la cabeza por mi cuenta. 

lunes, 5 de octubre de 2015

El país sin dolor

    En una charla virtual una vieja amiga me envía un vínculo de esos con paisajes hermosos en un lugar hermoso con una mesa tendida esperándote. En un buen día le contesto: "Si pudiera..."
Hoy volví a verlo y cambié la respuesta: "Existe el país sin dolor? Pues ahí es donde quisiera ir."

jueves, 1 de octubre de 2015

Soy paciente

      En una noche insomne me descubro escribiendo y dibujando. Mi representación de mí misma tiene las lineas inexactas de mi alma atormentada. Intento reproducir la ropa con la que fui a mi última consulta médica. Mi cuerpo no tiene forma porque la ropa grande busca disimular el corsé de yeso. El cabello me sale bastante parecido pero el rostro no es el mío ni en el formato ni en los ojos. Esa incapacidad de verme me angustia. Hace muchos años que no me dibujo, es cierto, pero las manos no olvidan... Y hago un bosquejo rápido más arriba de la hoja donde incluyo mi mentón característico, el formato de mi rostro boca y nariz. 
      Y respiro. No lo he olvidado, se encuentra ahí, en algún lugar. 



      No sabía lo que sentía a respecto de lo que me ha estado sucediendo hasta que pude representarlo. Perdida de mí en la prisión de dolor en que se ha convertido mi cuerpo, he olvidado mi rostro. He dejado de lado a las demás mujeres que viven en mí para atender a la tiranía de mi cuerpo, a cada uno de sus ronroneos. Es la eterna espera de algo más, como paciente y no más como persona. Son las ansias de algo más que me corroen pensando, como paciente,  en la llegada de la solución mágica que cambie la pieza que falla en el mecanismo que es ahora mi cuerpo, y me permita ser funcional otra vez, ser una persona completa y tomar el mando de la gran máquina biológica que somos sobre la Tierra. 

4 de setiembre: la consulta con el especialista de columna

      Dice Marta que me trató de modo diferente porque vio que estaba acompañada. Es una posibilidad. También dice que el doctor no me reconoció cuando entré a pesar de tratarme hace cuatro años. Preguntó mi nombre y miró la pantalla del monitor de la pc donde se supone que puede ver mi historia clínica. No recuerdo que haya pulsado alguna tecla. 
      Me atendió de pie. Le dije, también de pie, lo que parecía obvio, que estaba de nuevo con el corsé de yeso y me ordenó que me acostara en la camilla. La miré con desánimo: ni escalera ni banco para ayudar a subir... Subí y me recosté. El doctor se acercó y me hizo levantar ambas piernas,  alternadamente. Sonó su celular,  me ordenó que me bajará de la camilla y se retiró a atender su llamada. Marta tuvo que ayudarme a bajar de la camilla. Le conté lo que me había sucedido con el corsé de yeso anterior y acordamos que era muy pronto para observar la evolución del que llevo actualmente pues hacía menos de diez días que me lo habían colocado. Me dio la orden para que regresara el 2 de octubre cuando me quitarían el yeso y hablaríamos de la cirugía ya que "no tengo nada más que hacerte". 
      Me quedé atónita. El trato había sido totalmente diferente al que estaba acostumbrada. Y yo había ido preparada para pelear! 

      Mi amiga resultó el mejor testigo de la odisea que vivimos los pacientes cada vez que tenemos consulta con este doctor. Su indignación fue trajo alivio y seguridad a mi insensibilizada rutina de paciente-oveja que se resigna a vivir esa tortura una y otra vez porque la necesita. Por la esperanza de un cambio y de un alivio. Marta fue testigo del retraso de dos horas y media del doctor, del corredor saturado de pacientes, de los treinta que atiende en una hora más seis o siete entre operados e internados... Una pesadilla a la que yo, paciente, convertí en algo natural hasta que pude ver a través de los ojos de Marta lo que me estaba sucediendo. 




      Y, sin embargo,  me llevó cuatro días poder escribir este relato. Mis sentimientos ahogados en una indignación imposible de describir. La despersonalización, el sentirse como objeto y no como persona, uno más entre muchos en la misma situación,  un número más,  un cuerpo dañado más entre un montón de cuerpos apilados en un corredor. Una paciente, alguien que espera, espera, espera porque la necesidad de alivio es mayor que la tortura del cuerpo en la espera.