miércoles, 30 de enero de 2013

Mi moto

Luego de un año y medio en cama, tuve que tomar la decisión de vender mi moto, una Baccio Cruiser 125cc, porque no podría volver a andar en ella.

La moto era mi sueño, pero quería un modelo chopper, 125cc como mínimo, nada de motos chicas. Me llevó varios años de trabajo hacerlo porque, cuando tenía el dinero, debía invertirlo en algo más. Así hice mi casa: con el dinero de la moto soñada. Y cuando quise comenzar a disfrutarla, comenzó el dolor.
Al principio, creí que todo el problema se debía a un esfuerzo indebido con la moto. Es frecuente que las hernias de disco se produzcan en accidentes en moto y eso era lo que me había diagnosticado al inicio. Por un año creí que ese era el problema y me llevó un tiempo más darme cuenta de que las voces que me decían que debía vender mi moto porque me había hecho daño estaban equivocadas. Una osteoartrosis... el desgaste de los discos de la columna lumbar, no pudo producirse en un día. Un desgaste a ese grado lleva años, es progresivo, es crónico, o sea, que es para toda la vida. Mi moto podía incrementar el dolor por su peso (unos considerables 110kg) pero no ser la causa.
Me llevó muchas horas de terapia tomar la decisión: mi moto no se vende, puede podrirse en el galpón, pero no se vende. Otras explicar la importancia desmedida que parecía tener para mí, su significado, y el porqué la experiencia de viajar en una moto no se asemeja a la de andar en el auto que mi familia quería que me comprara. La libertad, en primer lugar, la misma que había perdido con la enfermedad. La libertad y la independencia estaban unidas a su significado. Y luego, la experiencia de controlar un vehículo cuyo corazón ruge entre tus piernas. Una moto se maneja con todo el cuerpo, por lo tanto, o te haces uno con ella o te caes del caballo.
Tres años después puedo decir que aún no hay más placer que ese para mí: el sonido del motor sigue siendo el latir del corazón de mi animal mecánico, la sensación de control y libertad sigue siendo única, y el viento que sientes sólido al ganar velocidad y la visión total de lo que te rodea...

Mi columna me ha dado una tregua estos días. Me permitió hacer lo que soñé hacer en todas mis vacaciones. Fueron tres días, ni eso, dos. Pero valieron por todo el mes. No siempre tuve que manejar yo, eso es un alivio y también una posibilidad. Me encontré con otros amantes de las motos y los escuché contar sus anécdotas. Algunos incluso tienen el auto, pero NO ES LO MISMO QUE LA MOTO... Y eso solo se lo puedes explicar a otro motociclista.

jueves, 24 de enero de 2013

Más que suficiente

      Compartimos un mate, comimos algo y estamos caminando por la feria. Mis amigos deciden irse a ver una película y comer pizza como lo habíamos planeado. Son las diez treinta de una noche con la atmósfera pegajosa y llena de tentáculos propia de una tormenta. Yo me voy a casa, les comunico, estoy con dolor. El niño no entiende. Y de mal humor, me dice. Y le explico lo inexplicable. 
      Los amigos creen entenderlo pero sé que se preguntan cómo camino normalmente y de pronto quiero irme porque siento dolor. Y eso no lo explico. No explico cuántos minutos hace que me siento así, que el antiinflamatorio que ingerí con la comida no hizo efecto, ni el esfuerzo que hago para no renguear. Nadie quiere escuchar esas explicaciones por mucho que te quieran.
      Tampoco puedo contarles cómo hago para saber que debo irme a casa a medicarme y a tirarme sobre una cama. Ni el tiempo que me lleva observar mi propio dolor para saber qué analgésico es el que me corresponde tomar. Con que respeten la decisión que tomas es más que suficiente.

domingo, 20 de enero de 2013

Tres años después

Tres años después...

- aún dependo de medicamentos para hacer tolerable el dolor,
- paso más tiempo de mi día acostada que de pie,
- uso faja lumbar, 
- desarrollé gastritis medicamentosa,
- camino distancias cortas, con dolor o rengueo, 
- sigo la siguiente ecuación: con dolor = deprimida, sin dolor = feliz,
- no puedo viajar largas distancias si estoy en un empuje de dolor y sin analgesia,
- tomar alcohol, por poco que sea, debido a que todos interactúan negativamente con mi medicación (y sobrecargan hígado y riñones),
- el frío me causa dolor,
- he visitado diversos especialistas por efectos secundarios de la medicación que tomo en forma permanente o de mi patología lumbar (gastroenterólogo, reumatólogo, traumatólogo, otorrinolaringólogo, siquiatra, urólogo, sicólogo, fisioterapeuta),
- no puedo estar de pie luego de las doce de la noche,
- he cambiado tres veces de colchón,
- no puedo hacer ejercicios recomendados por el especialita de columna (ni largas caminatas, ni bicicleta, ni pilates),
- debo hacerme controles periódicos con un médico de medicina general
- no puedo dormir naturalmente porque duermo con dolor,
- recibo bloqueos lumbares periódicos (por lo menos dos al año),
- no recibo cirugía.

Tres años después...
- conozco los límites de mi cuerpo,
- pude volver a mi trabajo,
- uso mis poemas y mis blogs para expresar los sentimientos de impotencia, frustración y rabia generados por mi patología lumbar,
- puedo permanecer de pie aunque sea por cortos períodos (por lo  tanto, trabajar, hacer cola en la caja del supermercado y en la mutualista),
- ya sé qué zapatos usar de acuerdo al grado de dolor que tenga en el momento (muy importante),
- puedo hacer mis propios trámites por licencia laboral (muy importante también para no estar molestando a los demás y mucho menos a la familia),
- sé qué tareas empeoran mi condición (levantar peso, barrer y cualquier otra que implique agacharse),
- tengo un taxista de confianza que me traslada cuando no puedo caminar,
- me acostumbré a usar la faja lumbar y tengo la ropa adecuada para cubrirla,
- no renuncio a mi adorada moto (una Baccio Cruiser 125cc),
- aprendí mucho sobre cómo relacionarse con los médicos que te atienden (muy, muy importante),
- aprendí otro tanto sobre cómo leer las recetas que acompañan los medicamentos (principalmente donde dice "efectos secundarios"),
- conozco los diferentes umbrales de dolor que tolera mi cuerpo.

Tres años después espero...
- recibir la cirugía que me permita vivir sin dolor,
- no tener que usar más faja lumbar,
- publicar un libro con los poemas escritos en este período,
- poder volver a andar en bicicleta,
- poder salir a tomar cerveza un fin de semana con mis amigas,
- no depender más de medicamentos,
- poder viajar en mi moto y llevar a cabo los proyectos pendientes en el área de la fotografía,
- dormir nueve o diez horas por día si siento ganas,
- poder volver a viajar trayectos largos y excursiones turísticas sin dolor.









sábado, 12 de enero de 2013

Regreso a casa

     Siento como un leve adormecimiento que se extiende por mis extremidades y como pulza el punto de dolor a la izquierda de mi cadera. Siento el exacto camino del nervio dolorido que corre por mi pierna... Esto es lo mejor que he logrado sentirme hoy y no lo menosprecio. Ha sido un día largo y me siento cansada. Miro cada tanto el reloj y veo si ya es la hora a la que acostumbro acostarme. Enseguida calculo la medicación que debo administrarme para poder dormir sin dolor (o no enterarme de que sigue ahí) todo lo que no pude dormir anoche. Y tomo conciencia de que mi vida vuelve a girar minuto a minuto en torno a las sensaciones que produce mi cuerpo. Vuelvo a medir el tiempo por las comidas y la medicación porque ambas vuelven a estar interligadas: ingiriendo analgésicos tan fuertes necesito que mi estómago esté bien protegido.
      El miedo que me atenazó varios días después de mi última consulta con el especialista de columna se materializa antes de lo que esperaba y no lo tomo muy bien. Los ruidos fuertes me molestan y no quiero ver ni hablar con nadie. Dejo el celular en silencio pero no llego a desconectar el teléfono de línea. La amiga que me llamó hoy se sentía más desesperada que yo y lloriqueamos cada una de su lado de la línea. Ella porque su vida necesita cambiar y yo porque la mía va a seguir sin cambio, esclavizado cuerpo y voluntad al dolor. 
      Cuando el día fue muy malo, mi mejor consejo es dormir temprano.

domingo, 6 de enero de 2013

Juntando fuerzas para lo que vendrá

      Han sido días difíciles, no en hechos sino en mi interior: una larga lucha con las partes de mí que me mantienen de pie en este mundo. Después de los dolorosos "días de fiesta", fui a mi consulta de control con mi especialista de columna. Volví cansada, dolorida, hastiada y furiosa. Me llevó horas darme cuenta de lo enojada que estaba/estoy.
      El doctor llegó con dos horas de atraso a la consulta y los pacientes se sucedían como ganado que pasa por el brete (mis disculpas por la comparación de origen gauchesco pero es el mío). Unos salían enojados, otros resignados y otros, como yo, sin palabras. Nuestro doctor no quería saber cómo estábamos, sino direccionarnos adecuadamente de acuerdo a sus necesidades y no a las nuestras. No me permitió explicarle que mi aumento brusco de peso se debe a no poder caminar, del nuevo dolorcito molesto localizado bajo los homóplatos que me ha obligado a agregar un medicamente más a los que ya tomaba ni contarle mi torturante fin de año en que salgo a la calle un día y paso tres en cama... Sí, estaba/estoy furiosa.
Pero pasada esa primera instancia viene el miedo que solo las personas con dolor crónico conocemos: mi próxima consulta será en mayo. O sea, que son 4-5 meses con tratamiento de mantenimiento y los doctores que me hacen el soporte acá hacen lo que pueden que es intentar sacarme el dolor con analgésicos... Son 4-5 meses luego de un bloqueo que sabemos que no funcionó pero que al especialista no le interesa atender porque tiene temas más urgentes que acaparan su atención.
      Sí, sigo enojada, pero el enojo se pelea con el miedo, con la frustración y con la impotencia. El miedo a los meses que vendrán, el miedo al dolor que aún debo esperar. En estos días soy un yo mudo, una Viviana que no quiere ver ni hablar con nadie, encerrada en sí misma, preparándose, juntando fuerzas para lo que vendrá...