domingo, 15 de noviembre de 2015

Sobre pacientes y doctores...

Luego del feo empuje de dolor del sábado, cuando le pedí a mi doctor que viniera a verme a casa, solo volví a verlo el lunes durante una consulta formal en la clínica. Me contó una historia sobre doctores y cómo actúan en proceso de negación cuando se encuentran ante un paciente que no pueden ayudar, como aquellos que sufren de algún tipo de cáncer terminal, y que eso se nota cuando "se saltan" la visita a la camilla en que se encuentra ese paciente. Aún sabiendo a qué venía el cuento, permanecí callada y no lo ayudé con la conclusión de la historia. Así que sin respuesta de mi parte, volvimos al curso "normal" de la consulta. Entiendan: el paciente con cáncer era yo y él buscaba explicar la razón por la que no había contestado la llamada y el mensaje que le hice en el atardecer del sábado para agradecerle y tranquilizarlo. Yo comprendí que era un fin de semana en que él debía estar ocupado con la familia y no atendiendo pacientes. Pero igual no le facilité el proceso de disculparse. Si lo había llamado, era porque él había dado su consentimiento. No fue esa la primera vez que me manifestó su frustración e impotencia ante una patología que él, como médico de medicina general, no puede ayudar a solucionar, solamente mitigar. Y siempre terminaba poniéndose a las órdenes y yo agradeciendo la oferta pero deseando en mi interior no tener que encontrarme en situación de tener que tomarla al pie de la letra. ¿Cómo se lo explico, doctor? Yo lo entiendo, de ser humano a ser humano. Pero como paciente, yo aún espero que cumpla con su palabra y esté ahí para mí.

No más dolor

Otro día tormentoso, estoy con dolor y tengo consulta con mi psicóloga. En los últimos meses, salir de casa con dolor se ha vuelto casi imposible. Me explico: yo iba a trabajar con dolor, muchas y muchas veces trabajé con dolor y otras medicada y otras no pude concluir la clase pero me quedé hasta el final. Yo quería estar ahí, continuar con mi vida por sobre todo, y como quería, podía. Y me sentía orgullosa de mí por eso. Pero ya no puedo hacerlo. Si estoy con dolor me paralizo, me vuelvo incapaz de salir del capullo de protección y alivio que se ha vuelto mi cama. Y constatarlo me angustia porque el impedimento ya no es sólo físico y no puede ser removido con la fuerza de mi voluntad. Quiero y puedo y hago: esa trilogía de manual de autoayuda se ha roto tantas veces que ha dejado un rastro que mi cerebro no olvida. NO MÁS DOLOR, me dice. Yo digo VAMOS y él me contesta NO MÁS DOLOR, como si tuviera entidad propia y activa su mecanismo de protección creyendo, como sólo puede creerlo un cerebro con un mecanismo de defensa que no nos obedece, que si no nos movemos, estaremos bien.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Después de la tregua

Tregua acabada, me encontré de nuevo en cama con medicación inyectable vía intramuscular dos veces al día. Eso me salvó de las náuseas y demás efectos secundarios a nivel gástrico pero no de los hematomas. Por más cuidadosa que sea la enfermera, algunos vasos sanguíneos se rompen. Mi mayor molestia provenía de la pierna izquierda, la que siento más cuando el nervio ciático está inflamado. Pero nada sustituye el alivio de que alguien externo a ti sea el encargado de administrarte la medicación pesada. Siento como si me quitara un gran peso de los hombros: alguien más cuida de mí por unos días. Leo y hago algunos estudios de rostros cuando puedo sentarme, y hasta que no me salen tan mal... y leo, mi cama está rodeada de libros. Mi madre se da una vuelta con comida todos los días. Me siento cuidada.

Tudo o que é bom dura pouco

La primera semana de noviembre fue la mejor que tuve en meses. A excepción de dos días en que tuve que quedarme en casa por problemas digestivos que suceden cada tanto por el exceso de medicación, me sentía como perro al que han soltado de la cadena. Pagué mis cuentas, voté en las elecciones internas de CODICEN, visité a mis compañeros de trabajo, a mi ahijada y a mi familia y pensé en la posibilidad de retomar mi trabajo una vez finalizado mi periodo de licencia. Me di cuenta que había olvidado cómo se siente estar sin dolor... y no me hago ilusión de poder describirlo aquí. El sábado pasado me desperté sola a las seis de la mañana cuando lo normal es que me despierten mis perros. No sentía dolor pero me sentía rara, molesta, inquieta, y no lograba salir de la cama. A las nueve de la mañana llamé a una amiga. Quería hablar, necesitaba hablar. Seguía sintiéndome rara y no podía identificar el origen de la sensación. Es el problema de vivir sola, hablar ayuda a definir lo que uno siente. Pero ella dormía. Cuando me respondió, casi una hora después, yo ya había llamado a mi médico de cabecera que, para mi suerte, andaba cerca y aún recordaba donde quedaba mi casa. Para entonces yo había notado que me levantaba, caminaba unos pasos y me iba encorvando hasta que mis brazos se pegaban en torno a mi abdomen como si el dolor se extendiera también a esa zona. Y así, encorvada, volvía a la cama. Entonces comenzaban los espasmos. Y terminaba retorcida en mi cama en posición fetal. No había duda de que se trataba de mi columna una vez más. No iba más allá el misterio. Con mi doctor negocié las posibilidades de tratamiento. Si yo podía trasladarme a la clínica, podíamos probar con medicación intramuscular y no tendrían que colocarme un circuito y suero. Accedí y acordamos que lo llamaría si no podía moverme y necesitaba que él mismo me aplicara la medicación. Consideré mis opciones: llamar a mi madre que estaba trabajando para que me levantara la medicación así yo no tendría que moverme, o vestirme y hacer los trámites sola. Opté por llamar a mi taxista preferido para que me llevara a la clínica vestida con la ropa más parecida a un pijama que tenía en el ropero. Subí al taxi y descubrí que es posible viajar en el asiento delantero en posición fetal. El pobre hombre se desesperaba y no sabía si cargarme la cartera o servirme de muleta...
Estuve dos horas y media en la camilla de siempre, retorciéndome de dolor, pero salí de allí caminando erecta. Tuvieron que llamar a mi doctor porque mi estado era tan calamitoso que la medicación tuvo que ser administrada vía intravenosa con suero. Mi pequeña tregua acabó ahí.