miércoles, 8 de julio de 2015

Panacea

      He vuelto a pasar la mayor parte de mis días en cama, un retroceso esperado desde que mi abuela falleció. Una visita a su casa a traerme algunos recuerdos, pequeñeces con más valor afectivo que económico,  trajo consuelo a mi corazón y disminuyó la angustia superficial, pero desconfío que no la más profunda. 
   Desde entonces trabajé dos días y volví a la cama. El corsé de yeso yace a un lado y solo lo visto cuando debo salir a trabajar o en mi moto para que me proteja del frío. Su efecto sobre mi cuerpo ya es nulo y me cansa demasiado. La nueva droga que me recetaron, Pregabalina, no ha hecho efecto hasta ahora, o yo no lo he sentido aún. Me compré una almohada especial que ayuda a que mi espalda permanezca recta cuando quiero sentarme en la cama. 
    Mientras tanto, llegaron las vacaciones de julio, el mes más frío del año. Ya preparándome para lo que vendría, me compré un sobretodo pesado de paño y una gruesa gabardina de segunda mano que parece una armadura medieval. Me veo como Fiona, la pareja del ogro Schrek, pero logro salir en la moto sin mayores problemas. Cuando me protejo del frío, el dolor permanece estable, no mejora ni empeora, que es lo máximo que me atrevo a pedir ahora. Pero cada vez que debo recurrir al ketofen para calmar el dolor, tengo horribles empujes de gastritis y el tramadol, como siempre, me hace  vivir con náuseas permanentes y vomitar cada tanto. Pero ese es solo uno más de mis problemas. 

Envase de Pregabalina y mi nuevo organizador de comprimidos. 



Almohadilla de semillas. Muy recomendada para aliviar dolores reumáticos.  Aún no la he probado. 

Almohada especial para permanecer sentada en la cama con la columna recta.