lunes, 15 de agosto de 2016

Apuntes de agenda: 15 de abril de 2010

Oración: Padre...,¿sólo de dolor me has hecho o sólo en dolor me he convertido? Encontrado en una Agenda del 2010 cuando recibí mis primeros diagnósticos de una patología de columna.

martes, 9 de agosto de 2016

No sólo los pacientes en tratamiento por cáncer pierden el cabello

Hace una semana tomé la decisión que veía como inevitable hace una semana. Lo pensé y repensé. ¿Tendría que cortarme el pelo, sí o no? ¿Debería optar por raparme o por una media melena? Cualquiera fuera mi decisión sería dolorosa porque implicaba renunciar a algo que yo me había empeñado en cuidar durante años, y una de los aspectos de mi cuerpo que no estaban dañados. Si con la caída de cabello perdí un tercio del total de mi cabello, con el corte perdí dos tercios. Pero no se nota, primero, porque tenía mucho cabello y, segundo, porque tengo una muy buena peluquera. Ella ne conoce lo suficiente como para saber que si decidí a raparme, lo haría y se tomó muy en serio la misión de proponerme el medio término. Prometí que colgaría una foto 📷 con el nuevo corte de cabello en Facebook y lo hice. Agradezco a mi peluquera 💇 que es LA peluquera pues entendió lo que necesitaba sin que yo dijera una palabra y no se echó atrás a pesar de mi obvia tristeza por el cambio obligado. Mil gracias.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Desahogo

Comienzo a odiar que me pregunten cómo estoy. Nadie espera que le contesten cómo de verdad se sienten. Pero todos esperan que mientas. Y, con el paso de los años, comienza a fastidiarme tener que mentir sobre temas obvios. ¡Si no quiere saber la verdad, no pregunte, caramba! Prefiero mentir sólo cuando vale la pena como, por ejemplo, a los chusmas de siempre que buscan saber lo que no quieres contar.

viernes, 29 de julio de 2016

Un problema de colchones

Vivo en mi cama. Me levanto y salgo una vez a la semana. Para ir al médico, para ir al supermercado cuando no tengo más comida, para hacer trámites que no puedo delegar. La cama se hundió del lado derecho donde me recuesto durante el día, el colchón ortopédico se hunde del mismo lado entonces, cuando quiero dormir me paso al lado izquierdo que está más parejo. Mi cama, el centro de mi mundo. Me rodeo de agua, medicación, lapiceros, cuadernos y libros. Hoy pregunté el precio del colchón modelo sommier más duro que había en la única tienda que vende muebles en mi ciudad. Dieciséis mil pesos. Una fortuna por un colchón que a mí me dura dos años máximo porque vivo en mi cama. "Pero tiene garantía de cuatro años", me dice muy amable la vendedora. Sí, cómo no. El último que compré también la tenía. No recuerdo cuántas noches nos despertamos, mi Pulga y yo, con la cabeza más cerca de piso y los pies más cerca del techo. Suspiro, me levanto gateando y me dispongo a quitarme la bronca del despertar brusco atacando la cama a martillazos. Son camas baratas de pino hechas por carpinteros baratos y con el uso se van desarmando. No sé cuánto más aguante la mía pero ya sé qué haré cuando suceda: ¡instalaré el colchón en el piso!

martes, 26 de julio de 2016

Las palabras nos salvan

Hay veces en que las palabras nos salvan. Nos salvan en forma de libros cuando le dan voz a lo que llevamos dentro: angustia o sueños. Nos salvan cuando lo que necesitamos es sacarlas para que no nos ahoguen y escribirlas para que transformen a otros. Yo, que vivo mi vida atada a un cuerpo que duele, reconozco el poder transformador de las palabras. Si no me rodeara de ellas, qué vida tan vacía tendría, tan sola, mi dolor y yo...

sábado, 23 de julio de 2016

El adversario invisible

Fueron cuatro días en total. Prescindí del tramadol (el derivado de la morfina que se usa para calmar el dolor de columna fuerte) y acepté todas las invitaciones a pasear. Comí, charlé, reí, saqué fotos, tomé mucho capuchino con canela, caminé lo que pude y hasta compré un par de botas pensando en que podría caminar más... pero ya se terminó la tregua. Hoy es sábado y a las tres de la tarde logré poner unos fideos a hervir para servir con una salsa enlatada que me quedaron horribles pero me los comí igual. Las manos tienen un temblor extraño, como si vibraran cada tanto y sé que es consecuencia del tramadol. Me siento cansada como si hubiera pasado horas luchando contra un adversario invisible y ahora que lo escribo me doy cuenta que es mi propio cuerpo.

miércoles, 20 de julio de 2016

Tres días de tregua

Tres días casi sin dolor que aprovecho para pasear, caminar, comer con amigos y comprar me unas botas para caminar. ¿Hasta cuándo? Espero mi periodo que siempre trae más dolor, pero también espero que el frío intenso se mantenga seco para poder recordar qué significa ser humana de nuevo.

lunes, 18 de julio de 2016

Tirarse de los pelos

Nunca pensé que fuera tan deprimente para el alma perder el cabello. Mi hermosa melena que llevo años cultivando se me queda entre los dedos cuando me atrevo a llevarme las manos a la cabeza.

domingo, 10 de julio de 2016

Cortina de niebla

No vendrán a mí los sueños muertos que he dejado empedrando el camino que ya pisé. Pero pelearé los nuevos, los que se extienden ante mí como cortina de niebla. 28 de octubre de 2016

martes, 5 de julio de 2016

Reescritura

Cuerpo anquilosado. Voluntad anquilosada. Estatua orgánica. Pero el dolor fluye en ondas,vive y persiste. Moverse duele. Respirar duele. Estar vivo duele.

La necesidad de escribir

La necesidad de escribir llega cuando el dolor del cuerpo se traslada también al alma y el sufrimiento interior se vuelve insoportable.

sábado, 2 de julio de 2016

Jueves 30 de junio de 2016: Admisión de fracaso

El dolor me atenaza desde que me despierto y absorbe mi mente como un punto fijo de luz del que no puedo apartar la atención. A las cuatro de la tarde me alivio y le escribo a mis amigas pero a las seis vuelve, lento como una larva que apenas despierta a la vida y ansía alimentarse de mi carne. El dolor se instala también en mi pecho, no físico, el dolor de tener que reconocer lo que ahora es obvio: el bloqueo lumbar no dio resultado. Tanto dolor desperdiciado, tanto dolor para nada. No puedo llorar, el peso que siento me aplasta el pecho es mayor que eso. Solo me resta dormir. Y esperar un nuevo día.

viernes, 1 de julio de 2016

El 8 de junio de 2016 y 6 el dr. Ayala

Fueron seis inyecciones en diferentes secciones de la columna lumbar (el término médico es "bloqueo facetario"), cuatro del lado derecho, dos del izquierdo. Lo sé porque al sacarme en vendaje le pedí a la amiga con quien me quedo en Montevideo que contará los pinchazos. Yo paré de contar luego del tercero y puse mi mano derecha entre mis dientes para no gritar de dolor. Gritar o quejarme en voz alta me avergonzaría, así de obsesiva soy. Fue el 8 de junio. Tenía coordinada una consulta con el doctor Ayala en el Sanatorio Americano, una eminencia impaciente que me preguntó si me había quedado dormida en la camilla donde acababa de examinarme porque demoré en bajarme. Me propuso hacerme un bloqueo facetario lumbar ese mismo día y, si lograba aliviarme, entonces hablaríamos del tratamiento por radiofrecuencia que había recomendado el equipo de CEDEFCO (Centro de Deformidades de Columna que había consultado un mes antes). Acepté. Dos horas después y en ayuno me presenté en el Sanatorio para que me hicieran el tratamiento. Un auxiliar de enfermería te lleva a la antesala del Block y esperas con los demás pacientes que aprovechan ese tiempo para compartir experiencias. Hasta ese momento no hubo diferencias con los anteriores que me había hecho en Melo. Sin embargo, el ingreso al Block de forma individual estableció notables cambios. La ropa descartable, por ejemplo, la colocación obligatoria de un circuito y la inyección de un antibiótico (al que descubrí soy alérgica) como profilaxis. En el Block te acuestas boca abajo en una camilla y te quitan completamente el poncho de papel que te habían colocado, te desinfectan la zona en la que trabajarán y el procedimiento es el más doloroso que he experimentado. Aún cuando sabes que la aguja ya abandonó tu cuerpo, la sientes adentro y la sensación es muy desagradable. Más desagradable aún es cuando sientes que el doctor hace fuerza para que la aguja entre más y más a medida que se guía por las imágenes que le muestra el radiólogo también presente. La analogía que mejor lo explica es la inyección anestésica que aplica un dentista: aunque coloca una anestesia superficial y va inyectando más a medida que la aguja entra, el dolor es inevitable. Por fin, si todo corre bien, puedes irte a tu casa en media hora. Lo curioso es que te acompañan al entrar pero no al salir, por lo que fue fácil perderme en aquel laberinto de corredores. Debían darle un mapa a los pacientes una vez que entran. Terminé bajando por el ascensor del personal causando un silencio incómodo y algunos comentarios. "Ya que me metieron aquí, lo mejor que pueden hacer es sacarme", les dije, con la diplomacia que me caracteriza. Faltaba entonces la peor parte: la primera noche luego del bloqueo, que se caracteriza por dolor intenso en la zona afectada y sudoración nocturna. La impresión que tienes es de que tu columna va a partirse a la mitad. Como mi amiga también estaba dolorida por una caída en su trabajo, pasamos buena parte de la noche haciendo un dúo de quejas y revolcándonos de dolor en la cama.

lunes, 13 de junio de 2016

No es como en los libros

No es como en los libros que cuentan historias de superación. No eres siempre valiente ni siempre positivo como si te hubieras tragado un faro metafórico y buscaras iluminar el mundo con tu sabiduría. Cuando el dolor se instala en un empuje prolongado o llevas seis años, como yo, entre promesas de recuperación y recaídas, lo único que deseas es que acabe, que cese esa lucha continua con tu cuerpo. Antes que esto me ocurriera, pensaba que el dolor permanente sólo se instalaba en personas con cáncer terminal en las que el alivio llegaría con la muerte. Desconocía que se puede vivir con dolor, o la existencia de algo que se denomina "dolor crónico", y que cada vez es mayor el índice de personas que lo padecen. La buena noticia es que esta enfermedad no me matará. Ningún médico me lo ha dicho a mí pero sí a mis compañeras con patologías de columna. Viviré todos los años que aguante mi hígado y mis riñones la medicación pesada para el dolor y moriré de otra cosa: de cáncer, de un infarto, de un AVC, en un accidente automovilístico. Y se supone que eso debe brindarnos algún consuelo... El dolor no me impide ser feliz pero no soy feliz todo el tiempo. Y, sin embargo, hay días en que soy feliz a pesar del dolor.

Tres kilos de amor

Voy al médico, pago cuentas y vuelvo retorciéndome de dolor. Tengo mi primer crisis de angustia en meses. Sé que hace poco tiempo del bloqueo lumbar, que lleva dos semanas notar una mejoría significativa. Pero mis amigos preguntan, alguien siempre pregunta si ya me alivié o si ya se notan los resultados y debo iniciar el ritual de dar explicaciones. ¿Qué esperaba? ¿Por qué me siento tan sensible y desolada? Esperaba menos dolor. Esperaba más. Mi Pulguita (mi perrito de raza pinscher) se pone frenético cuando me escucha llorar. Quiere lamer mis lágrimas y, cuando no lo dejo, se restrega en mi rostro y las seca. Y me provoca tal ternura que tengo que detenerme. Pensé que reaccionaba al sonido de mi respiración, a los sollozos. Pero hoy lo vi mirando mi rostro y cuidándome. Cuando las lágrimas se me caían, aunque guardaba silencio, allí estaba él enroscado en mi cuello. Es una cosa diminuta de menos de tres kilos, ojos grandes y saltones, pelo color dulce de leche. Tres kilos de puro amor, sensibilidad y ternura. Quién sabe de qué mecanismo dotó la naturaleza a estos animales para que sean tan perceptivos respecto a sus tutores. Mi compañerito de cuatro patas no puede quitarme el dolor, pero me acompaña mientras lo transito.

Control

Aunque no puedan devolverme mi cuerpo quiero que me devuelvan mi cerebro. Quiero prescindir del medicamento para el dolor que me dificulta expresar mis pensamientos, me vuelve olvidadiza y bloquea mi actividad creativa. Si no puedo recuperar la salud de mi cuerpo por mi columna dañada, quiero al menos recuperar el control de mi mente.

jueves, 2 de junio de 2016

Sueño con zapatos

Aún miro los zapatos que no puedo usar en las vidrieras. Hace ya un tiempo que dejé de mirar las personas a los ojos para mirarle los zapatos. En mis sueños uso de nuevo mi vieja moto y me quedo atascada en el barro de los caminos que llevan a la casa donde pasé mi infancia en Puerto de Amaro. En mis sueños no regueo ni tengo una patología de columna. Camino, corro y ando en la moto que amaba y tuve que vender porque ya no podía usarla. Sueño con la moto que simboliza el control que perdí de mi cuerpo y cuando se atasca en el barro representa la lucha que debo enfrentar ahora. Pero sobre todo sueño con zapatos. Zapatos rojos y verdes como Dorotea en El mago de Oz a la que sus zapatos podían llevar a cualquier parte.

jueves, 21 de abril de 2016

Esa tregua que aún no llega

Más de una semana ha pasado y el temporal continúa. Cuando no llueve, el calor y la humedad me mantienen en la cama con dolor permanente. Comienza siempre con un dolorcito molesto que parece que carcome mis huesos y se extiende a alguna de mis piernas hasta hacerse insoportable. Leo mucho y me desvelo de madrugada. A veces por el dolor, a veces porque su ausencia me hace desear un tiempo para mí, para sentirme normal. Y amanezco leyendo, escribiendo, viendo un informativo y preocupándome. Por mis deudas, que aumentan a medida que no puedo trabajar. Por mi próximo viaje a Montevideo, siempre traumático por el dolor que me infringe. Por la Junta Médica a la que debo concurrir y que también implica un viaje a Montevideo. Es un error creer que con una licencia médica te quedas tranquilo panza arriba en tu casa. Los meses transcurren y la vida se te escurre por los dedos de la mano. Cuando mis sábanas comienzan a oler a remedio y no tengo fuerzas para levantarme a cambiarlas me pregunto si esto es vida. Cuando quiero darme una ducha y recuerdo que después el dolor recrudece y que tal vez deba bañarme sentada, me pregunto si esto es vida. Y lo mismo me ocurre cuando ya no me queda una olla limpia en que hervir unos fideos y paso unas horas planeando estar de pie para fregarlas, lo que sé implicará un dolor extra. Hace días en que lo único que tengo para decir sobre mí me sabe a quejas. Por eso lo mejor es evadirme a través de la lectura, escribir sobre libros, hacer planes en el aire para cuando salga del pozo en que me he hundido. Pero también hago planes para la eventual posibilidad de no poder salir del pozo. Pero todos los planes implican una tregua. Esa tregua que aún no he tenido.

jueves, 14 de abril de 2016

Ciudad de Durazno, enero de 2016

Tal como lo hacía todos los veranos, me fui de Montevideo a la ciudad de Durazno donde vive una pareja de amigos muy queridos que me aloja cada vez que quiero visitarlos. Llegué sobremedicada, inflada por la medicación pero feliz, porque lo más difícil es llegar. Por el regreso... me preocuparía después. Con mi amiga, que también está de vacaciones de su trabajo como secretaria en una institución que atiende a niños autistas (PANITEA, por si les interesa conocerla), establecemos nuestra rutina de mate y charlas intercaladas con la atención a los diversos animales de la casa: perros, gatos, una lora y un carpincho. Manuela, el carpincho, es una criatura tan dulce que me enamora de inmediato. Me da besitos cariñosos en el rostro cuando me la encuentro de madrugada camino al baño comiendo pasto cortado que le deja mi amiga en el corredor. Era un cachorro entonces, del tamaño de un gato grande y gordo, tomaba dos mamaderas de leche por día y creíamos que era hembra hasta que, hace poco, un criador más experimentado les enseñó cómo distinguir bien el sexo en un carpincho y Manuela resultó Manolo. Todos les preguntan qué harán cuando Manolo crezca, entre en celo y se ponga agresivo. Mi amiga ríe y dice que no tienen idea. Porque no pueden evitar cuidar de este pequeño paquete de dulzura que nos sigue a todos lados ronroneando bajo como si llevara un motorcito encendido a perpetuidad, pide subirse a mi cama para revolver mi bolso de viaje y roe nuestras chinelas de goma. Con mi amiga salimos poco. Me canso mucho, me siento inflada y pesada y me lleno de hematomas al llevarme esquinas de muebles, picaporte y todo elemento que sobresalga en la casa por delante. Bajo, finalmente, de Internet una lista de los efectos secundarios de la pregabalina y me llevo un susto: no sólo he manifestado la mayoría sino que algunos son muy peligrosos, como el aumento de la propensión al suicidio. ¿Cómo puede ser que mi doctor no me haya advertido sobre esto? A medida que pasan los días y el calor del verano aumenta, me veo más y más recluida a la cama. Las sábanas se impregnan de ese olor enfermizo de sudor mezclado con medicación. No podemos ir a la playa porque no puedo bañarme ni aguantar mucho sentada, entonces el esposo de mi amiga llega del trabajo y nos saca a tomar aire al anochecer en su camioneta. Es cuando puedo sacarle fotos a la ciudad, al río Yi y al Puente Nuevo. Un día en que pudimos escaparnos a hacer compras y sacarle fotos al atardecer encontramos una gatita negra, esquelética, escondida en una loza fuera de lugar sobre el Puente Nuevo. Sin pensarlo dos veces, mi amiga la coloca en el valijero de la moto y la familia felina aumenta. No hay un pelo negro en la gatita que rescatamos del puente y la bautizo Bruja. Tan sedienta de cariño como de alimento, enseguida hace amistad con Manuela y se arrullan mutuamente. La amistad entre especies es tan natural que avergüenza a los humanos, siempre tan dispuestos a discriminar al que es diferente. Llegó el momento en que el dolor se estableció en mi cuerpo de forma permanente y comencé a sentirme como una carga para mis amigos, por más cariñoso que fuera su cuidado. Decidí volver a casa y dar por terminado mi viaje de paseo convertido en tortura. Hice una parada en Montevideo donde, de nuevo, pasé en cama o paseándose de un lado a otro del reducido apartamento en mi desespero de dolor. También ellos querían que me quedara a pesar de todo pero también con ellos me sentí una carga. Mejor volver a casa donde no molesto a nadie porque mi perros se sienten contentos apenas con tenerme y esa es toda la responsabilidad que puedo soportar.

Después del temporal

Es un día gris,templado pero no húmedo. Me despierto temprano a desayunar y a escribir. Ayer,cuando la lluvia se detuvo, pude limpiar mi cocina y mi piso y se sintió tan bien lograr hacer tareas tan sencillas... que pensé que hoy sería un día mejor, seco, sin lluvia, sin dolor. Pero se acerca el mediodía y mis tenazas de carne y huesos me estrujan y estrujan probando mi resistencia mental y espiritual. Las ganas de gritar son inmensas,como también las de encogerme bajo las frazadas en posición fetal. Pero no hago ni una ni otra. En cambio me rodeo de libros, de cuadernos, de mi tableta, de mis herramientas para escribir y sacarlo afuera y resistir un día más.

Monotemática

Marta me lleva a tomar un café y comer algo muy dulce. Es un día de lluvia y necesito compensar los días de dolor. Charlamos de su último viaje pero cuando la conversación se vuelve hacia mí soy monotemática. Dolor y enfermedad y los libros que rodean mi cama y la medicación y sus efectos nocivos doble mi cuerpo, enfermedad, dolor, enfermedad, dolor. Siento cómo las personas se repliegan cuando me escuchan. Es solo de lo que puedo hablar porque es lo que vivo y nadie en su sano juicio puede sentirse bien al escucharme. Puedo entenderlo pero no puedo evitarlo. Por eso evito hablarle muy seguido a mis amigos. Llevamos vidas paralelas ellos y yo. Ellos inmersos en la normalidad de su trabajo diario, inmersa yo en la anormalidad de mi dolor diario.

miércoles, 13 de abril de 2016

Temporal

Hace una semana. Tormentas y humedad y lluvia. Mi cuerpo había hincado el diente en mí y no quiere soltarme. Tengo una pila de ollas sucias que no puedo lavar porque implica estar de pie y eso implica dolor. Hoy no almuerzo. O almuerzo sí, anti inflamatorios y tramadol. Tengo una imagen fija en la mente, la de un insecto, un grillo, al que le arrancan las patas una a una. Porque eso es lo que quiero hacer yo, arrancarme las extremidades que me escuecen por el dolor instalado de los nervios presionados por un disco intervertebral fuera de lugar. La racionalización no me ayuda. Pero la imagen del grillo sin patas sigue ahí mientras dura el dolor.

jueves, 31 de marzo de 2016

Castigo

Salí dos días. Tenía que ver a mis doctores,levantar medicación, hacer trámites. ¿Cuántos días de cama me esperan en cama para pagar por esos dos días de simulación de normalidad?

miércoles, 30 de marzo de 2016

Suma

Ayer: Tormenta + calor + humedad = ¡dolor! Hoy: sólo dolor.

Natural Steps

Estaba en la sala de espera de emergencia de Camcel en Río Branco esperando poder consultar con el doctor de guardia y mirándole los pies a una señora de aspecto elegante sentada a mi lado. Es que no hay mucho en que entretenerse en estas circunstancias y acabas fijándose en los detalles más inusitados del otro ser vivo que esta dividiendo contigo su espacio físico. Por eso no me sorprendió descubrir que ella me estaba sometiendo al mismo escrutinio. Se disculpó y me preguntó dónde había comprado mis zapatos en ese tono y con esa elección de palabras que denuncia al foráneo. Quería saber si mis zapatos eran brasileros y, por supuesto, si los había comprado en Yaguarón. Me puse, entonces, a contarles las peripecias que me habían llevado a comprar el par de guillerminas ortopédicas en Montevideo cuando se trataba de una marca brasileña. Ella me contó a su vez que se había hecho una cirugía de juanetes que no había quedado del todo bien y necesitaba zapatos especiales. Conocía la casa de Ortopedia donde yo había comprado mi par en Montevideo y me agradeció todo lo que pudo la recomendación. En ese momento, el doctor llamó para la consulta.

martes, 29 de marzo de 2016

Libros nuevos, zapatos nuevos

Era mi segundo día de paseo en Montevideo luego de dos o tres años de pasar el mes de enero y febrero en cama. Me sentía como decimos en mi pueblo: "como cuzco suelto de la cadena". Solo que mi paseo de la mañana no había terminado muy bien. Volvimos en taxi porque los zapatos me apretaban y no podía más caminar, pero solo al examinarme con detenimiento descubrí la causa: mis pies y tobillos estaban hinchados,¡algo que no me había sucedido nunca en la vida! Así que, por la tarde, salimos a buscar alguna zapatilla deportiva u ortopédica que me permitiera caminar sin tropezar y quitarme las chinelas. A esa altura tenía el característico caminar de pato y mi amiga me llevaba del brazo como dos viejas comadres que sirven de bastón una a la otra. Estaba ubicada en una esquina y tenía un cartel grande que decía ORTOPEDIA en letras mayúsculas. Todo cierra a las seis de la tarde en Montevideo y no encontramos ninguna zapatería abierta. Nos habíamos entretenido visitando una tienda de productos naturales y se nos había hecho tarde muy rápido. De modo que al ver aquel cartel me sentí como a la vista de un milagro. Tuve que sentarme no sólo a probarme los zapatos sino a medicarme para el dolor. Era comprensible que el cuerpo me pasara factura luego de caminar tanto cuando yo salía de meses de estar en cama. Conversando con la pareja que nos atendió descubrí que existe un estudio llamado Baropodometría* que podía ayudarme con mi problema de columna, con mis tropezones constantes y a caminar mejor por medio de plantillas a medida y ajustables a las diferentes etapas del tratamiento. Salí feliz, además de armada con un par de nuevas guillerminas que, luego descubrí, me permitirían caminar sin tropezar. ¡Oh, milagro de los milagros! * La Baropodometría Computarizada es la impronta del pie, obtenida por medio de un sistema informático, con el almacenamiento de las imágenes, a partir de la pisada del paciente. http://www.ortopedianeo.com/baropodometro-computarizado/index.html

lunes, 28 de marzo de 2016

A los milagros hay que darles uso

En enero, como mi estado continuaba estable,comencé a planear mi primer viaje de vacaciones en años. Rescaté el bolso, un traje de baño sin uso (que fue y volvió en su envoltorio) y huí de mi propia casa antes que mi cuerpo se arrepintiera y volviera a encadenarme a esas cuatro paredes. En Montevideo me esperaba una de mis amigas. ¡Y yo me sentía feliz! Dormimos, almorzamos y nos fuimos caminando al Parque Rodó que quedaba a unas diez cuadras. Todo era motivo para sacar fotos,todo era motivo para reír y no con una mueca forzada por el hábito sino con mi verdadera sonrisa, una carcajada "galponera" nada discreta. La lluvia nos hizo regresar a las risas, felices y agradecidos después de un día de mucho calor. Lo único extraño era que, como si estuviera borracha, cada cuadra y media tropezaba y mi amiga tenía que sostenerme. Al día siguiente había planeado mi día más esperado: ir a comprar libros y material de dibujo al Shopping de la Terminal Tres Cruces. Como la casa de mi amiga queda a tres cuadras, nos fuimos a hacer las compras antes del mediodía. Había llevado sólo dos pares de mis zapatos más cómodos pensando en aprovechar mi estancia para caminar y era lo que estaba haciendo. En el Shopping compré libros, material de dibujo y nos sentamos a tomar un helado. Mis pies me estaban matando porque los zapatos estaban demasiado ajustados cuando yo podría haber jurado que eran los más cómodos que tenía en el ropero. Aunque intenté continuar el paseo, tuve que descalzarme porque y volvimos al apartamento en taxi. No me importó entonces. No cesaba de ver mis libros recién adquiridos como quien mira el bebé que acaba de parir, y disculpen la exagerada comparación, pero era así como se sentía.

De regreso a mis propias palabras

Después del feo episodio de dolor que sufrí el día de mi cumpleaños no quise volver a escribir en este diario. Escribir es recordar, y ya había tenido mucho de eso para querer revivirlo. El dolor había saturado mi mente y, aunque las cosas mejoraron, no quise volver a él. En diciembre consulté a mi traumatólogo que, luego de ver el informe de la última resonancia, pidió un estudio eléctrico de los miembros inferiores (previo pase al neurólogo que debe autorizar la solicitud) y aumentó al máximo uno de mis medicamentos. Poco a poco encontré el alivio. El efecto duró más o menos un mes y medio, pero aún así no quise volver a escribir sobre el tema. ¡Quería vivir! Aunque fuera por poco tiempo.

domingo, 27 de marzo de 2016

¡Feliz cumpleaños!

Ese día mis amigas habían planeado llevarme a comer pizza. Querían sacarme del encierro depresivo, festejar. Pero yo tenía otros planes para ese 1° de diciembre. Marqué una sesión de acupuntura para las once de la mañana, el primer horario libre de la semana en la agenda del doctor. Y allá fui, con la pierna izquierda de arrastro y tal expresión de dolor que vi cuando el rostro de la enfermera se transfiguró y me hizo pasar al consultorio con su voz más dulce. La técnica que había logrado aliviarme era la electroacupuntura*. El doctor procede a buscar por medio del tacto los espacios intervertebrales,colocar agujas en ellos y conectarlas a un aparato que pasa diferentes niveles de estímulos eléctricos a las agujas. ¿Si duele? Duele cuando el doctor debe palpar tu columna y toca los nervios más inflamados y sensibles. Duele cuando comienza a pasar la electricidad por las agujas. Es tolerable pero duele. Puedes sentir qué vértebra es la que está recibiendo el estímulo y el recorrido de la electricidad, a veces, hacia el abdomen, a veces, hacia las piernas, lo que resulta una experiencia muy interesante porque puedo sentir como todo en nuestro cuerpo está conectado. Con los minutos comienza el efecto sedante. Lo mejor es meditar o dormitar mientras dura. Unos veinte minutos acostada de lado en una camilla mirando las mínimas imperfecciones de una pared blanca puede causar somnolencia o un agradable estado de fuga. Ese día salí aliviada y esperanzada. Sabía que el primer día de reiniciar el tratamiento podía haber un efecto rebote al final del día pero, como dije, era mi cumpleaños y esperaba que no me sucediera. Pero sucedió. Comenzó al atardecer y fue incrementándose hasta tal punto que tomé el teléfono y llamé al servicio de emergencias. No había llegado nadie aún, yo tenía puesto un circuito para tratamiento con medicación intravenosa. Uno de tantos en semanas malas que se sucedían. Mi doctor llegó y con él, una a una, las visitas. * Durante el tratamiento el paciente se recuesta sobre una camilla para ser esterilizado y luego se insertan sobre su cuerpo dos agujas también esterilizadas, que pasarán electricidad por la zona del cuerpo que quede entre ellas, gracias a la ayuda de una conexión que descarga un voltaje muy bajo. Pueden usarse un par de agujas o varios pares de ellas, durante no más de 30 minutos. http://www.sanar.org/salud/electro-acupuntura

La negación es inevitable

Llevo tres días en cama y me siento cansada de estar encerrada. Tuve que volver al reposo después de mi último intento por caminar. Fui a la papelería que queda a dos cuadras de casa con la disculpa de que era un buen ejercicio y, como me sucede siempre, me entusiasmé, seguí caminando, viendo vidrieras, los comercios nuevos, los arreglos que hicieron los vecinos en sus casas... Y de pronto había recorrido ocho cuadras, mi cuerpo no me sostenía más y tuve que pedir que me trajeran en auto de regreso. Vivo en negación de las limitaciones de mi propio cuerpo. Quiero caminar, quiero trabajar, quiero volver a hacer mis propias compras, limpiar mi casa, cocinarme, lavar mis platos. En resumen, quiero un cuerpo sano en lugar de esta semi invalidez debilitante.

jueves, 7 de enero de 2016

Mañana del 26 de noviembre de 2015

Aún no sé qué duele más, mi pierna izquierda o los hematomas que me han dejado los inyectables. Ayer: mañana casi sin dolor. Me sentía tan feliz que no puedo creer que no hayan pasado 24 horas. Feliz de poder ir y venir en mippropia casa, de poder cocinarme, de poder tirar un paño de piso en el agua volcada de mi cocina y mover locon el pie, de poder sentarme, ¡sentarme! a dibujar y descubrir que aún puedo hacerlo bien... cuando no estoy con dolor. Hoy mi despertar ya está acunado por el dolor. Cielo azul, viento, nubes sólidas llevadas por el viento. El cambio de temperatura repicar en mis huesos como trozos de vidrio abriendo camino en mi carne.

Mes y medio después

Llevo mes y medio evitando entrar a mi blog porque sabía que al entrar tendría que relatar lo que me sucedió luego del viaje a Montevideo a hacerme una resonancia magnética de la columna lumbar. Y los recuerdos son tan duros que me he resistido en revivirlo. El pánico me paralizó días antes pero subí al ómnibus y me fui. Hacía dos años que no viajaba más que cuando era obligada a ir a hacerme algún estudio. Y me sentí casi feliz al recorrer la Terminal Tres Cruces con solo mi cartera al hombro. Los recuerdos de las veces que la visité a paseo predominaban una vez abandonado mi verdugo: el ómnibus. Caminar, mirar vidrieras, sacar fotos.. Valerme por mí misma en la gran ciudad. Hasta reconocí fácil la clínica donde me harían el estudio. Pero el tiempo en el resonador fue igual de doloroso. Necesité ayuda para bajarme en un quejido de la plataforma y el dolor permaneció a partir de ahí. Por eso al volver a la Terminal me sentí casi feliz al saber que en una hora estaría volviendo a casa. Hice mis compras, comí y me mediqué para dormir todo el viaje de regreso. O eso esperaba yo. Mi madre me esperaba en la parada. El guarda fue muy amable y me cedió un vaso donde tomar la medicación más fuerte, pero al bajarme necesité apoyo para caminar. Me sentía feliz de estar en casa. Había sobrevivido al viaje, pensaba, no sabía aún a qué precio. Al día siguiente del viaje a Montevideo comencé a evaluar los daños cuando noté que no podía sentarme por el dolor. Un corte fino recorría la zona del coxis y tenía dos quemaduras circulares debajo de los senos, heridas hechas por las varillas del corsé en contacto prolongado con la piel. El corte se infectó y se sumó a mi lista de problemas como el de solo encontrar alivio cuando estaba en cama y en posición horizontal o en la dificultad en conseguir que mi traumatólogo me viera (pues él también estaba con licencia médica). El resto del mes fue pasado prácticamente en cama, con excepción de los días en que concurría a mis consultas, a emergencia o a hacer algún trámite. Pero hasta eso comenzó a hacer mi madre, solo me faltó extenderle un poder.