jueves, 7 de enero de 2016

Mañana del 26 de noviembre de 2015

Aún no sé qué duele más, mi pierna izquierda o los hematomas que me han dejado los inyectables. Ayer: mañana casi sin dolor. Me sentía tan feliz que no puedo creer que no hayan pasado 24 horas. Feliz de poder ir y venir en mippropia casa, de poder cocinarme, de poder tirar un paño de piso en el agua volcada de mi cocina y mover locon el pie, de poder sentarme, ¡sentarme! a dibujar y descubrir que aún puedo hacerlo bien... cuando no estoy con dolor. Hoy mi despertar ya está acunado por el dolor. Cielo azul, viento, nubes sólidas llevadas por el viento. El cambio de temperatura repicar en mis huesos como trozos de vidrio abriendo camino en mi carne.

Mes y medio después

Llevo mes y medio evitando entrar a mi blog porque sabía que al entrar tendría que relatar lo que me sucedió luego del viaje a Montevideo a hacerme una resonancia magnética de la columna lumbar. Y los recuerdos son tan duros que me he resistido en revivirlo. El pánico me paralizó días antes pero subí al ómnibus y me fui. Hacía dos años que no viajaba más que cuando era obligada a ir a hacerme algún estudio. Y me sentí casi feliz al recorrer la Terminal Tres Cruces con solo mi cartera al hombro. Los recuerdos de las veces que la visité a paseo predominaban una vez abandonado mi verdugo: el ómnibus. Caminar, mirar vidrieras, sacar fotos.. Valerme por mí misma en la gran ciudad. Hasta reconocí fácil la clínica donde me harían el estudio. Pero el tiempo en el resonador fue igual de doloroso. Necesité ayuda para bajarme en un quejido de la plataforma y el dolor permaneció a partir de ahí. Por eso al volver a la Terminal me sentí casi feliz al saber que en una hora estaría volviendo a casa. Hice mis compras, comí y me mediqué para dormir todo el viaje de regreso. O eso esperaba yo. Mi madre me esperaba en la parada. El guarda fue muy amable y me cedió un vaso donde tomar la medicación más fuerte, pero al bajarme necesité apoyo para caminar. Me sentía feliz de estar en casa. Había sobrevivido al viaje, pensaba, no sabía aún a qué precio. Al día siguiente del viaje a Montevideo comencé a evaluar los daños cuando noté que no podía sentarme por el dolor. Un corte fino recorría la zona del coxis y tenía dos quemaduras circulares debajo de los senos, heridas hechas por las varillas del corsé en contacto prolongado con la piel. El corte se infectó y se sumó a mi lista de problemas como el de solo encontrar alivio cuando estaba en cama y en posición horizontal o en la dificultad en conseguir que mi traumatólogo me viera (pues él también estaba con licencia médica). El resto del mes fue pasado prácticamente en cama, con excepción de los días en que concurría a mis consultas, a emergencia o a hacer algún trámite. Pero hasta eso comenzó a hacer mi madre, solo me faltó extenderle un poder.