domingo, 15 de noviembre de 2015

Sobre pacientes y doctores...

Luego del feo empuje de dolor del sábado, cuando le pedí a mi doctor que viniera a verme a casa, solo volví a verlo el lunes durante una consulta formal en la clínica. Me contó una historia sobre doctores y cómo actúan en proceso de negación cuando se encuentran ante un paciente que no pueden ayudar, como aquellos que sufren de algún tipo de cáncer terminal, y que eso se nota cuando "se saltan" la visita a la camilla en que se encuentra ese paciente. Aún sabiendo a qué venía el cuento, permanecí callada y no lo ayudé con la conclusión de la historia. Así que sin respuesta de mi parte, volvimos al curso "normal" de la consulta. Entiendan: el paciente con cáncer era yo y él buscaba explicar la razón por la que no había contestado la llamada y el mensaje que le hice en el atardecer del sábado para agradecerle y tranquilizarlo. Yo comprendí que era un fin de semana en que él debía estar ocupado con la familia y no atendiendo pacientes. Pero igual no le facilité el proceso de disculparse. Si lo había llamado, era porque él había dado su consentimiento. No fue esa la primera vez que me manifestó su frustración e impotencia ante una patología que él, como médico de medicina general, no puede ayudar a solucionar, solamente mitigar. Y siempre terminaba poniéndose a las órdenes y yo agradeciendo la oferta pero deseando en mi interior no tener que encontrarme en situación de tener que tomarla al pie de la letra. ¿Cómo se lo explico, doctor? Yo lo entiendo, de ser humano a ser humano. Pero como paciente, yo aún espero que cumpla con su palabra y esté ahí para mí.

No más dolor

Otro día tormentoso, estoy con dolor y tengo consulta con mi psicóloga. En los últimos meses, salir de casa con dolor se ha vuelto casi imposible. Me explico: yo iba a trabajar con dolor, muchas y muchas veces trabajé con dolor y otras medicada y otras no pude concluir la clase pero me quedé hasta el final. Yo quería estar ahí, continuar con mi vida por sobre todo, y como quería, podía. Y me sentía orgullosa de mí por eso. Pero ya no puedo hacerlo. Si estoy con dolor me paralizo, me vuelvo incapaz de salir del capullo de protección y alivio que se ha vuelto mi cama. Y constatarlo me angustia porque el impedimento ya no es sólo físico y no puede ser removido con la fuerza de mi voluntad. Quiero y puedo y hago: esa trilogía de manual de autoayuda se ha roto tantas veces que ha dejado un rastro que mi cerebro no olvida. NO MÁS DOLOR, me dice. Yo digo VAMOS y él me contesta NO MÁS DOLOR, como si tuviera entidad propia y activa su mecanismo de protección creyendo, como sólo puede creerlo un cerebro con un mecanismo de defensa que no nos obedece, que si no nos movemos, estaremos bien.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Después de la tregua

Tregua acabada, me encontré de nuevo en cama con medicación inyectable vía intramuscular dos veces al día. Eso me salvó de las náuseas y demás efectos secundarios a nivel gástrico pero no de los hematomas. Por más cuidadosa que sea la enfermera, algunos vasos sanguíneos se rompen. Mi mayor molestia provenía de la pierna izquierda, la que siento más cuando el nervio ciático está inflamado. Pero nada sustituye el alivio de que alguien externo a ti sea el encargado de administrarte la medicación pesada. Siento como si me quitara un gran peso de los hombros: alguien más cuida de mí por unos días. Leo y hago algunos estudios de rostros cuando puedo sentarme, y hasta que no me salen tan mal... y leo, mi cama está rodeada de libros. Mi madre se da una vuelta con comida todos los días. Me siento cuidada.

Tudo o que é bom dura pouco

La primera semana de noviembre fue la mejor que tuve en meses. A excepción de dos días en que tuve que quedarme en casa por problemas digestivos que suceden cada tanto por el exceso de medicación, me sentía como perro al que han soltado de la cadena. Pagué mis cuentas, voté en las elecciones internas de CODICEN, visité a mis compañeros de trabajo, a mi ahijada y a mi familia y pensé en la posibilidad de retomar mi trabajo una vez finalizado mi periodo de licencia. Me di cuenta que había olvidado cómo se siente estar sin dolor... y no me hago ilusión de poder describirlo aquí. El sábado pasado me desperté sola a las seis de la mañana cuando lo normal es que me despierten mis perros. No sentía dolor pero me sentía rara, molesta, inquieta, y no lograba salir de la cama. A las nueve de la mañana llamé a una amiga. Quería hablar, necesitaba hablar. Seguía sintiéndome rara y no podía identificar el origen de la sensación. Es el problema de vivir sola, hablar ayuda a definir lo que uno siente. Pero ella dormía. Cuando me respondió, casi una hora después, yo ya había llamado a mi médico de cabecera que, para mi suerte, andaba cerca y aún recordaba donde quedaba mi casa. Para entonces yo había notado que me levantaba, caminaba unos pasos y me iba encorvando hasta que mis brazos se pegaban en torno a mi abdomen como si el dolor se extendiera también a esa zona. Y así, encorvada, volvía a la cama. Entonces comenzaban los espasmos. Y terminaba retorcida en mi cama en posición fetal. No había duda de que se trataba de mi columna una vez más. No iba más allá el misterio. Con mi doctor negocié las posibilidades de tratamiento. Si yo podía trasladarme a la clínica, podíamos probar con medicación intramuscular y no tendrían que colocarme un circuito y suero. Accedí y acordamos que lo llamaría si no podía moverme y necesitaba que él mismo me aplicara la medicación. Consideré mis opciones: llamar a mi madre que estaba trabajando para que me levantara la medicación así yo no tendría que moverme, o vestirme y hacer los trámites sola. Opté por llamar a mi taxista preferido para que me llevara a la clínica vestida con la ropa más parecida a un pijama que tenía en el ropero. Subí al taxi y descubrí que es posible viajar en el asiento delantero en posición fetal. El pobre hombre se desesperaba y no sabía si cargarme la cartera o servirme de muleta...
Estuve dos horas y media en la camilla de siempre, retorciéndome de dolor, pero salí de allí caminando erecta. Tuvieron que llamar a mi doctor porque mi estado era tan calamitoso que la medicación tuvo que ser administrada vía intravenosa con suero. Mi pequeña tregua acabó ahí.

jueves, 29 de octubre de 2015

Yo sin dolor

Una vez cada tanto, tal vez una vez al mes... paso el día sin dolor. Lo siento como magia, como si me hubieran suspendido en el tiempo y esperara la ruptura del trance a cualquier momento. Y como es algo tan extraño a mi experiencia en estos años, me paralizo. Pienso, claro, en todo lo que podría hacer, salir a caminar, visitar a mi familia, dar un paseo por campaña a sacar fotos... pero todas esas posibilidades incluyen tomar la moto y enfrentar las calles destrozadas de mi ciudad. Y con eso el dolor podría volver. Y no quiero que vuelva. También podría arreglar mis plantas, lavar el fondo donde están con la manguera para poder sacar las visitas al patio a tomar mate. Miro las macetas y miro la manguera e imagino los movimientos que tengo que hacer para llevar a cabo las tareas, agacharme, levantar peso, y me quedo paralizada mientras me apoyo en la puerta del fondo y veo a mis abandonadas plantas. Podría poner música alta y bailar, porque antes me gustaba bailar mi música sin que me vea nadie, sin que nadie tenga que enterarse. Pero o bailo con la faja lumbar puesta que limita mis movimientos o los movimientos podrían hacer volver el dolor. Y de nuevo me paralizo. Ya no recuerdo muy bien cómo es bailar de todos modos... ¡Pintar, dibujar! No soporto estar largo rato sentada... y el dolor podría volver. Vago de un lugar a otro de mi pequeña casa sólo sintiendo el tiempo deslizarse sobre mí, viendo como se me escurre de las manos mi día mágico.

Sobre los días malos, los viajes en ómnibus y los días peores

Llegó de a poquito luego del desayuno, como un agresor furtivo y con muy malas intenciones. A medida que transcurrían los minutos y yo pensaba en mi necesidad de darme una ducha y cambiar las sábanas, empeoró con rapidez. Un objeto punzante e inmaterial parecía haberse clavado en mi cóxis y comencé a encogerme hasta caminar con la espalda doblada. Todos los meses la constante es la misma para mí que soy mujer: con el período menstrual el dolor aumenta y trato de estar preparada, lo que implica tener los alimentos necesarios para no tener que salir si debo estar todo el tiempo en cama, y tener medicación de sobra para cubrir los empujes. Son alrededor de las diez de la mañana y me revuelco de dolor en la cama. Mi Pulgui se enrosca en mi cuello cada vez que me quejo en forma audible. Como siempre, he ido aumentando la dosis de medicación y esperando. Tomo otra dosis, espero. No puedo llamar al servicio de Emergencia sin ducharme y sin cambiar las sábanas que huelen a agrio y a químicos. Cuando llego a mi límite en la medicación me levanto y voy a prepararme un té para cambiar de postura y distraerme. El dolor en el cóxis se siente más localizado cuando estoy de pie pero mi cocina queda a cinco pasos. Me preparo una vieja receta de emergencia: té de ruda con una rama de canela. La ruda ayuda a desprender con más rapidez el endometrio y la canela alivia el dolor. Más rápido baja mi menstruación, más rápido se irá el dolor. Mi ansiedad aumenta porque esta es la noche en que debo viajar a Montevideo para hacerme mañana una nueva resonancia magnética nuclear en el Sanatorio Americano. Siento verdadero pánico al recordar las siete horas de viaje que me esperan en el estado en que me encuentro. Mientras espero que mi té alcance una temperatura que lo convierta en bebible, el celular suena. Una voz masculina me comunica que la resonancia debe suspenderse porque el aparato resonador está averiado. Ofrece ponerme en lista de espera o agendarme ya una nueva fecha. Escojo la segunda opción. Un mes más de espera. Pero me siento aliviada, cómo me siento aliviada... No tendré que viajar en estas condiciones. En el campo decimos, por ejemplo, que un animal está "acobardado" cuando ha recibido tantas palizas que no es capaz de aceptar una caricia sin replegarse en sí mismo. O que, acobardado por las mañanas frías de invierno, mi abuelo siempre salía de poncho de lana cruda a recorrer el campo. Sentirse acobardado no significa ser cobarde, sino estar cansado ante una situación desfavorable que se repite y actuar en consecuencia, consciente o inconscientemente. Esa soy yo hoy: una mujer acobardada.

sábado, 24 de octubre de 2015

Quién soy yo cuando no estoy con dolor

Casi seis años lidiando con doctores y todo el sistema de salud que me "ampara"... me ha permitido aprender mucho sobre algunos temas y desaprender otros al convertirme en "paciente", que aunque la palabra tiene su raíz etimológica en la paz, a mí me recuerda los corredores atestados de pacientes que esperan, cual ovejas en el corral, esperando que las hagan pasar al tubo, o al cuchillo, si resulta que son la comida del día. Como viví hasta los quince años en el campo, mis raíces aún están allí, por lo que mis símiles suelen estar relacionados con el tema. Entonces, cuando entras a un consultorio para ver a un doctor por un tema médico, él sólo hace preguntas relacionadas a tu condición de salud o a tu situación laboral para saber cuál es tu cobertura médica en caso de necesidad. Esa es la conducta padrón debido a las planillas que tienen que llenar por la ficha médica que queda en la institución. En esa ficha, no estás tú, perdona, ni estoy yo,está una parte de ti relacionada a tu condición física y ni siquiera tu condición de salud como ser humano completo que siente y piensa. Por lo tanto, la visión del doctor sólo puede ser parcial. No sabe qué haces en tus horas libres, ni que eres poeta y músico o jugador de fútbol a menos que te hayas lesionado una pierna en la cancha y lo hayas tenido que consultar. Y, salvo raros casos, no le interesa porque cree que no hace parte de su trabajo. En fin, algunos hacen su mejor esfuerzo equilibrando vocación y sistema (y mi doctor de cabecera, querido, sabe que esta parte está dirigida a él). Otros no consideran que importe lo que tú eres más allá de esa porción de realidad. En mi caso, seis años con una patología crónica y degenerativa de columna, ninguno de mis traumatólogos sabe que mi carrera profesional se ha estancado y muchas veces he temido quedarme sin trabajo (el primer y gran temor de los enfermos de columna que solo tienen eso con qué subsistir). No saben de mis años de artista plástica que fui abandonando al no poder estar mucho tiempo sentada. No saben lo buena que soy en la fotografía y los proyectos que abandoné porque ya no puedo más salir en mis excursiones documentales. Tampoco saben que soy escritora, con un libro publicado en forma independiente de poemas, otro inédito de cuentos y varios más sin concluir porque es muy difícil escribir acostada y con dolor. ¡No saben lo buena profesora que soy! ¡Lo que pierden mis alumnos al no tenerme en el salón! No saben ni les interesa saber, si no ¿cómo podrían decirme que ya no pueden hacer más por mí? ¿Cómo puede decirme usted que sabe de mí más de lo que yo misma sé habiendo nacido yo con este cuerpo? Más abajo reuní fotos de mis distintas facetas: como fotógrafa, artista plástica, profesora por vocación y escritora.

viernes, 23 de octubre de 2015

Círculo vicioso

Yo me consideraba una luchadora, pero una luchadora con dolor constante por años no existe, tu yo comienza a debilitarse y a fragmentarse, y debes buscar otras formas de reconocerte al enfrentarte a un espejo. Te conviertes en una persona rabiosa con dolor constante y quieres pelear con lo que se te cruce: el perro, el idiota que te cerró el cruce en el semáforo, los hijos, el marido... Todo es catártico, todo te ayuda a exhalar tu dolor. Y nadie se anima a acercarse a ti... ni tu familia. Luego están los días de dolor constante con depresión, cama, sin ganas de nada, sensibilidad a flor de piel, llanto mirando una publicidad en la tele, hacer catarsis teniendo una crisis de angustia por estar cansada del dolor con la mínima guarangada, un tropezón, una taza rota... Y, los días de alivio, en que me doy cuenta que debo aprovecharlo y salir, voy a visitar a mi familia, llamo alguna amiga para ver si coincidimos en el almuerzo y nos ponemos en día. Saco fotos, oh, saco fotos a todo lo que encuentro. El día tiene nuevos colores y todo detalle es artístico. Es la felicidad desbordada pero con un rasgo de tristeza: así era yo cuando no estaba enferma. Quiero irme en moto a ver el agua de la Laguna, quiero ir a ver cuánto aún resta de mis viejas taperas, salir a recorrer la ciudad en bicicleta... Quiero mi vida de regreso...

jueves, 22 de octubre de 2015

Resumen de mi vida, segunda parte

Resumen de mi vida Diálogo con el doctor de emergencia durante un empuje de dolor. - ¿Qué médico te trata? - Cristian García. ¿Y qué dice él? - Quiere operar. - ¿Y quién te operaría? - Grosso. - ¿Y qué dice Grosso? - No me quiere operar. - ¿Por qué? - Porque son muchas vértebras para fijar. - Por algo no te quiere operar. ¿Sabes que te puedes quedar inválida con esa operación? - Sí, lo sé. Los doctores son una dulzura cuando quieren resumir tu vida en un minuto sin conocerte. Yo le preguntaría qué es mejor, una semiinvalidez con dolor cubierta de medicación, como la que llevo ahora, o una invalidez sin dolor. Por lo que me han dado a entender, lo mejor es seguir como estoy. Bien! Quisiera llorar pero no puedo.

Resumen de mi vida

Diálogo con el doctor de emergencia durante un empuje de dolor. -¿Qué médico te trata? -Cristian García. ¿Y qué dice él? -Quiere operar. -¿Y quién te operaría? -Grosso. -¿Y qué dice Grosso? -No me quiere operar. -¿Por qué? -Porque son muchas vértebras para fijar. -Por algo no te quiere operar. ¿Sabes que te puedes quedar inválida con esa operación? -Sí, lo sé.

miércoles, 7 de octubre de 2015

28 de setiembre de 2015

Es de madrugada y me levanto para ir al baño. Cuando vuelvo a la cama siento el dolor instalándose, difuso, en la zona del coxis. Mido la intensidad y la probabilidad futura de que aumente. Sí, ahora soy una vidente, una vidente especializada en su propio cuerpo. Concluyo que la posibilidad es alta e ingiero un comprimido de tramadol, acordándome que las gotas se terminaron y no levanté un nuevo frasco. Apago la luz y mi Pulga se instala para dormir apoyando su cabecita sobre una de mis piernas como una almohada. Boca arriba, trato de no moverme y de no despertarlo. Espero y me concentro en el punto de dolor de mi cuerpo que va en aumento por la postura inadecuada. Cuando creo no soportarlo más, mi Pulga sale de abajo de las sábanas a ladrar algún sonido que solo los perros escuchan. Aprovecho a cambiar de posición y me acomodo en la que sí sé que me alivia: boca abajo con la pierna derecha flexionada. Sí, lo sé, ningún doctor la aprobaría pero yo soy la especialista en mi propio cuerpo. Alivia, puedo dormir, se acabó la discusión. Pero el dolor es ahora punzante y localizado en el centro de mi columna. Me concentro en él, lo acaricio. Es un martilleo constante en mi cerebro,
pero con su propio ritmo. La sensación es de que algo material se ha clavado en mi espalda y no lo puedo quitar. Las drogas hacen, al fin, su trabajo y me duermo. Cuando me vuelvo a despertar estoy sin dolor, pero el martilleo permanece registrado en mi cerebro como un eco.

martes, 6 de octubre de 2015

2 de octubre de 2015: consulta con el especialista de columna

      Todo es igual. Las personas amontonadas en un angosto corredor, el olor a humanidad  encerrada y a saladitos de esos llenos de conservantes y saborizantes que se huelen a un kilómetro, las conversaciones deprimentes sobre lo que le duele a cada uno, los rostros esperanzados y resignados. 
     El día está tormentoso y fresco y por eso la pierna me duele y perdí mi yelmo de guerrera en la primera caminata que hicimos.  No quiero participar de ninguna conversación y por eso... tal vez por eso, entro cansada y dolorida a la  consulta.
      Ya al entrar veo que la organización dentro del consultorio es atípica. El doctor está sentado y tiene a su lado una muchacha que oficia de secretaria y escribe por él el resumen de las consultas en la computadora que está sobre el escritorio. Buscan mi nombre y pide ver mi resonancia. Yo no me siento. Marta, mi amiga y compañera de viaje, está de pie a mi derecha junto a la puerta. Cuando le preguntan cuál es su relación conmigo dice que es mi prima, como acordamos. Lo primero que me dice el doctor es la repetición de su dictamen de un año y medio atrás. Son cinco vértebras para fijar, sos muy joven, estas operaciones no quedan bien. Le pido alternativas, que me indique a alguien más a quien pueda recurrir ya que él solo puede ofrecerme bloqueos lumbares y yeso y me dice que no hay mucho más que hacer en estos casos, como si dictara mi sentencia de muerte. Tomo aire y pienso qué me hizo someterme a esta situación de nuevo cuando yo ya sabía que este hombre afirma que te va a operar en una consulta dándote esperanzas y en la siguiente, se desdice importándole un comino lo que generó en el paciente. Ante mi desánimo, me da una orden para otra resonancia y salgo sin volver a hablarle. Solo quiero huir de allí y llorar de impotencia.
      Pero la sesión de tortura aún no ha terminado. Marta se queda atrás y vuelve al rato. Estoy sentada y hago acopio de fuerzas para no llorar. No lloraré ahí, ni frente a Marta ni frente a nadie. Ella me cuenta que el doctor la llamó  para una charla en particular y le dijo que me vio muy deprimida, que así no me opera (en tres minutos hizo un diagnóstico de mi estado psicológico y encontró la disculpa perfecta: culpabilizar al paciente) y le dio un pase para que me vea un psiquiatra. Me río. Veo a un psiquiatra hace cuatro años, a una psicóloga a la que recurro cada vez que veo que la depresión debido al dolor crónico recrudece y este hombre que me trata hace cinco años y aún no sabe mi nombre, cree poderme diagnosticar como psiquiátrica en TRES MINUTOS?! Ahora me siento furiosa. Si se hubiera tomado el trabajo de hablarme de frente yo habría podido contestarle de forma adecuada. Pero con esa actitud tan poco ética, ya que no soy una niña ni una anciana, me quitó lo poco que me quedaba de dignidad al dejarme sin derecho a réplica. Es eso lo que significa ser paciente? Soportar con estoicismo, como una víctima propiciatoria, cada dictamen del doctor como si este fuera un dios, acatar todas sus órdenes y decir amén?  Pues ya no quiero ser paciente. Quiero volver al consultorio y decirle al doctor dónde puede meterse la orden para el psiquiatra. 
      Marta me mira a la cara y se disculpa por habérmelo contado. Me levanto y ella me sigue. Mi amigo Jorge nos espera con el almuerzo pronto. Me niego a seguir hablando del tema. Tenemos que esperar hasta las cinco de la tarde para que el enfermero especialista en yeso me quite el corsé. Al menos podré llegar a mi casa, bañarme y lavarme la cabeza por mi cuenta. 

lunes, 5 de octubre de 2015

El país sin dolor

    En una charla virtual una vieja amiga me envía un vínculo de esos con paisajes hermosos en un lugar hermoso con una mesa tendida esperándote. En un buen día le contesto: "Si pudiera..."
Hoy volví a verlo y cambié la respuesta: "Existe el país sin dolor? Pues ahí es donde quisiera ir."

jueves, 1 de octubre de 2015

Soy paciente

      En una noche insomne me descubro escribiendo y dibujando. Mi representación de mí misma tiene las lineas inexactas de mi alma atormentada. Intento reproducir la ropa con la que fui a mi última consulta médica. Mi cuerpo no tiene forma porque la ropa grande busca disimular el corsé de yeso. El cabello me sale bastante parecido pero el rostro no es el mío ni en el formato ni en los ojos. Esa incapacidad de verme me angustia. Hace muchos años que no me dibujo, es cierto, pero las manos no olvidan... Y hago un bosquejo rápido más arriba de la hoja donde incluyo mi mentón característico, el formato de mi rostro boca y nariz. 
      Y respiro. No lo he olvidado, se encuentra ahí, en algún lugar. 



      No sabía lo que sentía a respecto de lo que me ha estado sucediendo hasta que pude representarlo. Perdida de mí en la prisión de dolor en que se ha convertido mi cuerpo, he olvidado mi rostro. He dejado de lado a las demás mujeres que viven en mí para atender a la tiranía de mi cuerpo, a cada uno de sus ronroneos. Es la eterna espera de algo más, como paciente y no más como persona. Son las ansias de algo más que me corroen pensando, como paciente,  en la llegada de la solución mágica que cambie la pieza que falla en el mecanismo que es ahora mi cuerpo, y me permita ser funcional otra vez, ser una persona completa y tomar el mando de la gran máquina biológica que somos sobre la Tierra. 

4 de setiembre: la consulta con el especialista de columna

      Dice Marta que me trató de modo diferente porque vio que estaba acompañada. Es una posibilidad. También dice que el doctor no me reconoció cuando entré a pesar de tratarme hace cuatro años. Preguntó mi nombre y miró la pantalla del monitor de la pc donde se supone que puede ver mi historia clínica. No recuerdo que haya pulsado alguna tecla. 
      Me atendió de pie. Le dije, también de pie, lo que parecía obvio, que estaba de nuevo con el corsé de yeso y me ordenó que me acostara en la camilla. La miré con desánimo: ni escalera ni banco para ayudar a subir... Subí y me recosté. El doctor se acercó y me hizo levantar ambas piernas,  alternadamente. Sonó su celular,  me ordenó que me bajará de la camilla y se retiró a atender su llamada. Marta tuvo que ayudarme a bajar de la camilla. Le conté lo que me había sucedido con el corsé de yeso anterior y acordamos que era muy pronto para observar la evolución del que llevo actualmente pues hacía menos de diez días que me lo habían colocado. Me dio la orden para que regresara el 2 de octubre cuando me quitarían el yeso y hablaríamos de la cirugía ya que "no tengo nada más que hacerte". 
      Me quedé atónita. El trato había sido totalmente diferente al que estaba acostumbrada. Y yo había ido preparada para pelear! 

      Mi amiga resultó el mejor testigo de la odisea que vivimos los pacientes cada vez que tenemos consulta con este doctor. Su indignación fue trajo alivio y seguridad a mi insensibilizada rutina de paciente-oveja que se resigna a vivir esa tortura una y otra vez porque la necesita. Por la esperanza de un cambio y de un alivio. Marta fue testigo del retraso de dos horas y media del doctor, del corredor saturado de pacientes, de los treinta que atiende en una hora más seis o siete entre operados e internados... Una pesadilla a la que yo, paciente, convertí en algo natural hasta que pude ver a través de los ojos de Marta lo que me estaba sucediendo. 




      Y, sin embargo,  me llevó cuatro días poder escribir este relato. Mis sentimientos ahogados en una indignación imposible de describir. La despersonalización, el sentirse como objeto y no como persona, uno más entre muchos en la misma situación,  un número más,  un cuerpo dañado más entre un montón de cuerpos apilados en un corredor. Una paciente, alguien que espera, espera, espera porque la necesidad de alivio es mayor que la tortura del cuerpo en la espera.

domingo, 20 de septiembre de 2015

26 de agosto: de regreso al corsé de yeso

      Ella conduce un Chevrolet Verona. Hasta subirme en él no sabía que podía existir un auto en el que pudiera andar sin que sufriera mi columna. Los pies van bien plantados en el piso, las piernas no van flexionadas y la espalda descansa recta en el respaldo. Es más: no necesito agacharme para entrar a él,  qué maravilla! Y todos estos elogios son para un modelo de auto!... Parece una exageración de mi parte. Pero voy a tener que insistir: no lo es. Y puedo afirmarlo porque estoy acostumbrada a moverme en taxis, todos autos en los que debo agacharte para entrar, sentarme siempre encorvada y agarrarme de donde pueda para arrastrarme y lograr salir, lo que causa dolor.

      Marta es mi amiga desde que inicié la secundaria. Con periodos largos de vernos poco por haber tomado caminos diferentes. Ahora estudia profesorado de Idioma Español y volvemos a encontrarnos. Marta es la dueña del Verona y ofreció llevarme a Melo para que me hagan el corsé de yeso y traerme de regreso. Por primera vez alguien va a acompañarme, y el alivio que siento no puedo describirlo. Lo que más me preocupaba era la negación que me había generado las dificultades en poder manejarme sola con el corsé anterior. Pensar en que iba a repetir el procedimiento causaba en mí sentimientos desencontrados: por un lado deseaba el alivio que su uso me traería pero sentía pánico de volver a pasar por todo el proceso sola. Su oferta de acompañarme me genera un alivio  y un agradecimiento por su gentileza difíciles de describir. Tendré la oportunidad de generar una nueva experiencia,  positiva esta vez y eso me hace sentir casi feliz. 






      El viaje de ida es tranquilo pero bajo lluvia. Mal día para viajar,  pero no lo elegimos nosotras. Ya en la clínica en Melo, le pido a Marta que entre conmigo a la sala de traumatología y sea testigo del procedimiento porque quiero saber más, cuántas capas de algodón me ponen,  cuánto de yeso... Yo solo puedo estar ahí como paciente,  sosteniendo mi torso entre dos camillas, concentrada en el dolor para hacerlo soportable,  mientras me convierto en una especie de momia parcial. Ella se dedica a sacar fotos y me anima a posar con el enfermero una vez colocado el corsé.





   Regreso con el corsé de yeso recién hecho,  húmedo y aún tibio, recostada en mi almohadón triangular en el banco trasero del auto. Se hizo la noche y ya no llueve pero la ruta está cubierta de niebla. Marta no se queja y maneja sin que yo dude de su seguridad y tranquilidad al volante. Charlamos todo el camino de regreso. 

Algunas de las cosas que te pueden salvar durante un empuje de dolor

      "Una de esas pequeñas cosas que te pueden salvar durante un empuje de dolor.
      Tener siempre guardado un paquete de sopa instantánea, una lata de atún,  mucho fideo y queso rallado, polenta y bananas. Productos comestibles que te garantizan no tener que estar mucho tiempo de pie para prepararlos y que no te dejarán morir de hambre. Y, lo más importante,  harán piso para la medicación fuerte.
      Hay otras más obvias como tener siempre la medicación,  agua y un vaso al lado de la cama para que sólo debas estirar un poco el brazo y tomarlas. Y un secreto para hacer más tolerable la ingestión del tramadol líquido: mezclar lo a una bebida con fondo amargo, como el agua tónica o la soda sabor pomelo. Disminuye las náuseas que provoca al ingerirlo. Tener siempre celular o teléfono en la mesilla de cabecera. Revistas, algunas de crucigramas,  libros. Almohadas de varios tamaños.  Y controles remotos. Radio, televisión,  aire acondicionado. Y tendría uno para las puertas si pudiera. Pantuflas o chinelas al lado de la cama y una bata larga por si hay que atender a un extraño de apuro, aunque con un pijama largo es suficiente."

      Escribí los párrafos anteriores,  obviamente, durante uno de tantos empujes de dolor. Durante mis días de reclusión en cama, lo único que parece disminuir la inflamación en mi columna, descubrí también que sumarme a la moda de los libros de pintar para adultos era sumamente beneficioso porque me distraía del dolor. Les dejo fotos del mío. 


sábado, 19 de septiembre de 2015

Entre la responsabilidad y la necesidad

      Luego de una semana de la muerte de mi abuela,  una pareja de amigos me invitó a salir a pasear en auto un soleado y frío domingo por la tarde. Dimos una vuelta por el balneario que queda a veinte kilómetros,  nos sacamos unas fotos juntos y luego optamos por cruzar a Yaguarón a tomar alguna bebida caliente.


      No es el invierno la estación más adecuada para pasear por la playa pero las fotos nos quedaron hermosas. El duelo aún era muy reciente y me estaba costando volver a mi rutina de trabajo. No faltó un compañero que comentara que yo no iba a trabajar pero me iba de paseo al balneario cercano...
      Comencé a entrar y salir de las licencias médicas, primero por depresión y luego por la columna. Hasta se me infectó una muela en ese intermedio y hubo que extraerla. No quería volver a trabajar con dolor de ningún tipo y entré en un proceso de negación. La pérdida de mi abuela, los cinco años y medio de una patología que se volvía cada vez más limitante y que no parecía tener solución, el trabajar ingiriendo medicamentos en exceso y entrando y saliendo de emergencia al menos una vez por semana... Entré en colapso. 




     Ya no se trataba solo del dolor de columna,  del dolor físico, sino del sufrimiento interior que genera ese dolor a su portador. Ambos se fusionaron y ya no supe distinguirlos. 
      Decidí pefirle a la psicóloga que me había atendido hace unos años que me volviera a aceptar como paciente. No me veía explicando mi condición de paciente con dolor crónico una vez más a un extraño ni mi tendencia a convertir mis duelos en patológicos. 


      Un día mi madre fue a verme a mediodía,  me encontró en cama, sin haberme levantado a bañarme o a cocinar. Se sentó a hablarme y me empezaron a caer las lágrimas. Creo que fue cuando comprendió lo mal que estaba. Me cedió su consulta con el traumatólogo y mi pedido fue claro: quiero volver al corsé de yeso. Le conté del alivio que había logrado paulatinamente mientras lo tuve fijo y qué me sucedió cuando me lo cortaron para que pudiera quitármelo para bañarme. Me repitió que era una prueba que se aplicaba a los pacientes para saber si eran buenos candidatos para una cirugía de fijación de columna y me dio una orden para que viera inmediatamente al especialista que opera con él. Aleluya! Al fin sentí que habría un cambio en mi vida.

miércoles, 8 de julio de 2015

Panacea

      He vuelto a pasar la mayor parte de mis días en cama, un retroceso esperado desde que mi abuela falleció. Una visita a su casa a traerme algunos recuerdos, pequeñeces con más valor afectivo que económico,  trajo consuelo a mi corazón y disminuyó la angustia superficial, pero desconfío que no la más profunda. 
   Desde entonces trabajé dos días y volví a la cama. El corsé de yeso yace a un lado y solo lo visto cuando debo salir a trabajar o en mi moto para que me proteja del frío. Su efecto sobre mi cuerpo ya es nulo y me cansa demasiado. La nueva droga que me recetaron, Pregabalina, no ha hecho efecto hasta ahora, o yo no lo he sentido aún. Me compré una almohada especial que ayuda a que mi espalda permanezca recta cuando quiero sentarme en la cama. 
    Mientras tanto, llegaron las vacaciones de julio, el mes más frío del año. Ya preparándome para lo que vendría, me compré un sobretodo pesado de paño y una gruesa gabardina de segunda mano que parece una armadura medieval. Me veo como Fiona, la pareja del ogro Schrek, pero logro salir en la moto sin mayores problemas. Cuando me protejo del frío, el dolor permanece estable, no mejora ni empeora, que es lo máximo que me atrevo a pedir ahora. Pero cada vez que debo recurrir al ketofen para calmar el dolor, tengo horribles empujes de gastritis y el tramadol, como siempre, me hace  vivir con náuseas permanentes y vomitar cada tanto. Pero ese es solo uno más de mis problemas. 

Envase de Pregabalina y mi nuevo organizador de comprimidos. 



Almohadilla de semillas. Muy recomendada para aliviar dolores reumáticos.  Aún no la he probado. 

Almohada especial para permanecer sentada en la cama con la columna recta.



martes, 23 de junio de 2015

Me pregunto, abu... Escrita en agosto de 2013

      Me pregunto cuánto heredé, abu, de esas manos pequeñas y delicadas. La afición a las novelitas
románticas de Corín Tellado, el gusto por las plantas y los yuyos medicinales, ese deje de bruja que exorciza tormentas eléctricas y que nunca quisiste compartir con nosotras. Me pregunto cuán culpables son de que me gusten los guisos quemados en el fondo de la olla, las rosas camaleón, de mi primera ofrenda a Iemanjá para salvarle la vida a mi hermana. Las manos que nos preparaban pancitos con formas de bichitos que nos disputábamos los nietos, que nos servía café con nata porque le daba pereza colar la leche. Las manos que nos preparaban tés para la tos y las gripes, que nos tejían los buzos de lana para el invierno y nos cosían las ropas para las fiestas de fin de año de la escuela. Pienso, abuela, que tú no sabes cuánto valen tus manos y que tal vez debiera decírtelo mientras aún estás conmigo.

La abu... escrito el 17 de agosto de 2013

La abu casi pide permiso para llorar por su viejo pero sabe que puede hacerlo conmigo porque la voy a entender. Cuenta los años que han pasado pensando en los que le quedan. La abu es la viejita más
porfiada de los que me ha tocado cuidar. Miente a los doctores y nos miente sobre los remedios que toma. Se queja de que son muchos y yo les muestro los míos, entonces calla. Le recuerdo que tengo cuarenta años menos y tomo unos cuantos medicamentos más que ella para que no haga maña. Camina encorvadita pero no lo quiere reconocer. Se niega a salir de casa más que para ir al almacén. Le encanta recibir noticias de la gente de su época que va quedando. Pone pico si algo no le gusta o si la retamos por su porfiadera crónica. Cuando está quisquillosa y yo también, nos peleamos por cualquier bobada. No voy a la iglesia pero voy a verla al menos una vez por semana. Ella no sabe que yo sé que es la última abuela que me queda, que es la memoria de mi niñez que se fue con el abuelo y con mi padre. Ella no sabe que es la única a la que le cuento cuánto los extraño. Si se lo contara, no me creería. Ella es así: dispuesta a pensar siempre lo peor, una pesimista sin remedio. Tampoco sabe que igual así la queremos. Tus nietos, abu, siempre estamos a tu alrededor,  agradecemos tenerte aún con nosotros.

La recaída

      Un mes ha pasado desde que comencé a usar el corsé extraíble. En forma gradual, el dolor volvió a aumentar y los días más fríos no me perdonaron. Ir a trabajar,  de nuevo se convirtió en un proceso de tortura, tanto psicológica como física,  si no más. Cada día es una lucha con mi cuerpo para levantarme de la cama por las mañanas. Me siento siempre agotada. Y el día que debo entrar más temprano y no logro llegar a la hora que corresponde, la culpa corroe mi mente creando una dosis extra de dolor.

      Pero cuando crees que las cosas no pueden empeorar... Mi abuela, la única de mis viejitos que quedaba con vida se enfermó de gravedad. En seguida nos confirmaron que se trataba de una forma de cáncer muy agresiva y que le restaba poco tiempo de vida. Pero el poco tiempo de vida para el que está al lado del enfermo es una eternidad a la vez que no llega a ser nunca el tiempo suficiente.
      Yo la visitaba cada semana y veía su deterioro, pero no estaba al lado para cuidarla. Cómo hacerlo...?
      Cuando no pudo más levantarse, tuve una oportunidad de ayudarla a ponerse más cómoda en la cama. Piel sobre huesos, un pequeño envión bastaba para moverla. Y lo hice pero después de ganarme dos o tres gritos. "Vos no podés hacer fuerza", me decía. Aunque le agregó otras palabras no tan amables, su intención era cuidarme. En ese momento me eché a reír, porque volvía a rezongarme como cuando era niña y me traía gratos recuerdos.
      Pero espacié mis visitas. De qué servía yo en una situación así,  viéndola consumirse sin poder, literalmente,  hacer nada? Cuidé a mi abuelo y a mi padre, pero no la pude cuidar a ella... Estuve con ella cuando entró en coma y estuve con ella cuando su única forma de avisarnos que estaba con dolor, fueron sus lágrimas... Murió dos días después.

      Siempre me llevo muy mal a mis muertos. Mis duelos suelen durar más que los de la mayoria de las personas y bordear lo patológico.  Mientras la abuela se iba apagando, mi dolor crónico fue en aumento, y no hay coincidencias en esto.

jueves, 21 de mayo de 2015

Las ventajas de un corsé extraíble

          Recuerdo que la recomendación de mi doctor cuando me dio la orden para que el corsé se transformara en extraíble fue: "te lo sacas para bañarte, dormir y comer". Y algo más que podía estar implícito pero no lo dijo. Así que en mi primera noche sin el corsé de yeso quería bañarme y dormir sin esa incómoda sensación de estar dentro de un tonel cada vez que me iba a dar vuelta en la cama. 
         Pero la realidad fue decepcionante. Me desperté de madrugada con dolor cuando hacía días que no necesitaba tomar ningún analgésico extra además del antiinflamatorio habitual. Y volver a vestir el corsé sin ayuda no es fácil y sí agotador. Me explico: en el primer intento me equivoqué de lado, y el espacio reservado a mis senos se fue a mi panza. ¿Me lo quito y me lo vuelvo a colocar? Fácil. No, es pesado y no quiere volver a salir por mi cabeza. El algodón que recubre el interior se queda prendido a mi pelo y a mi moño y a mi nariz. Nuevos movimientos de contorsionista sin título ni práctica para que pasara por la cabeza y luego resbalara por mis brazos sobre la cama... Nuevo intento. ¿Qué hago con el forro de algodón que se está desprendiendo? ¿Lo quito del todo, lo vuelvo a pegar...? Meto mi cabeza por el centro y va así nomás, amontonándose sobre la cintura (me propongo repensarlo luego, si lo corto o si lo pego o qué hago con él). Intento de ajuste y ahora viene el proceso de atarlo lo más justo posible con el cordón que sobra o falta de algún lado... tiro, ato, desato, vuelvo a atar... Terminar de vestirme. ¡Ufa! Y tengo que salir corriendo a trabajar que estoy retrasada. 
        Llego al liceo con dolor y comienzo a renguear. Me siento desilusionada. ¿Todas mis noches van a ser así? ¿Y mis mañanas...? En fin, que, excepto el poder bañarse que está bueno..., el corsé extraíble es una decepción. 
        Ahora ya no dependo del tramadol: dependo del corsé de yeso.
        

miércoles, 20 de mayo de 2015

Nueva etapa: el corsé extraíble

      Antes de las dos semanas indicadas por el especialista, llamo al enfermero en Melo y agendo una entrevista para cortar el yeso. Acordamos que lo veré en el Hospital de Melo, por Navarrete, consultorio 2. Viajo ansiosa pero contenta. Necesito un cambio para no explotar. El corte es hecho con una cierra especial y el temor de que llegue hasta la carne es inevitable, sin embargo, el corsé queda sujeto al cuerpo por la venda gruesa de algodón que está por debajo del yeso. Para mi sorpresa, los agujeros y el cordón para ajustarlo debo agregarlo yo en casa y me liberan con el corsé atado por un leuco. No recuerdo ni si tengo un destornillador en casa para abrir los agujeros como sugiere el enfermero pero confío en resolverlo.

Graffiti en Melo.

      Me voy directo al liceo a trabajar unas horas. Caminé, como siempre que voy a Melo, todo lo que pude. Las veredas parejas me ayudan a hacer ejercicio. De paso, observo los edificios entre mi trayecto desde el hospital a la terminal, cruzando por la principal calle llena de comercios. Una casa vieja llama mi atención y me detengo a sacarle unas fotos con el celular. Las aberturas están desconchabadas y el revoque se ha caído en algunos lados. De pronto, salen de la casa dos niños en esa edad indefinida del final de la niñez al comienzo de la adolescencia. Me pescan en flagrante delito. "¿Le gusta nuestra casa, señora?", me pregunta uno sin perder tiempo en saludarme. Contesto que sí. "¿Le gustan las casa viejas?", insiste, tal vez un poco incrédulo. "Sí, me encantan." "Porque la nuestra es muy viejita", completa, y se va con su compañero del mismo modo que se me presentó, sin despedirse. Saco una foto más de la impresionante ventana por donde podrían fácilmente salir dos personas y sigo mi camino.
      En el liceo encuentro una profesora con título de enfermera que se encarga de hacer los tres agujeros a cada lado del corsé cortado y enhebrarlos con el cordón para zapatos que había comprado el día anterior. Por unos minutos soy libre del peso de mi carga. Me rasco todo lo que tenía ganas y no podía y la piel me queda roja y llena de los caminitos formados por mis uñas en la piel. No me importa. Camino, me agacho, me siento, pruebo mi columna y no se queja de ningún movimiento de los movimientos que hago. Por unos segundos me hundo en mi propio alivio y avivo el recuerdo de todo lo que perdí de mi cuerpo y agradezco en silencio el regalo de la ausencia de dolor. La plenitud me invade esos pocos segundos, suspiro y vuelvo a observar el trabajo de mi compañera por si puedo ayudarla en algo. Ahora que está debidamente anudado, al corsé debo vestirlo como a cualquier blusa, con mis brazos en alto como si entrara en un tubo. Vuelvo a colocármelo y a mi tarea. Sueño con el momento en que podré sacármelo en casa y darme una buena, demorada, enjabonada ducha...

Un mes después

        Luego de un mes puedo decir que el tratamiento da buenos resultados.  No dependo más del tramadol para controlar el dolor y busco bajar también el antiinflamatorio. El corsé de yeso se ha convertido en un corsé de hierro pesado de llevar. Cansa  y contractura la parte alta de la espalda. Sigo peleando todos los días con la ropa para que se adapte al corsé. Se fueron los vestidos y las faldas y me quedan pocos pantalones con elástico en la cintura, lo que para una mujer no es tema menor.


Movida a mate. 

  
       De a poco retomo mis actividades normales,  aprendo a lavarme la cabeza sin ayuda, a hacer movimientos de contorsionista para cortarme las uñas de los pies y depilarme las piernas. Y los apremios económicos me forzaron a volver a usar la moto para ir y volver al trabajo. Cuesta subir, cuesta acomodar las piernas, cruzar por los infinitos pozos que no puedes desviar.  Y luego, como a todo,  te acostumbras.
       A pesar de las vitaminas indicadas por mi doctor, el agotamiento hizo presa de mí esta semana. No siempre puedo cumplir el horario en forma restrictiva como lo indica mi directora y no siempre me sobra energía para acompañar su personalidad enérgica.  Hago lo mejor que puedo y vuelvo a casa a tirarme sobre mi cama. La culpa relacionada al trabajo que no puedo cumplir es inevitable y recurrente. 
Autoretrato con cara de loca.

viernes, 8 de mayo de 2015

Tres semanas con corsé de yeso

      Por las mañanas,  mi casa se asemeja a una morgue que algún vampiro eligió como morada. Pero yo no duermo en un ataúd sino dentro deben barril de yeso.


      Tres semanas con corsé, ocho días en cama por gripe y sin tramadol. Hoy regreso a Melo a ver el especialista de columna,  la tortura inevitable.  Debo llevarle mi última resonancia para evaluación de cirugía y esperar el control del corsé. Por lo que me explicó mi  otro traumatólogo, pueden rehacérmelo si perdí mucho peso, o cortarlo para agregarle cordones y así poder quitármelo para bañarme,  lo que sería un gran alivio para mí. Si puedo volver a mi ciudad con todo estos trámites resueltos, voy a considerarme bendecida. 

      Viajo tarde, llego tarde y espero pasar por último.  Escucho el relato de una mujer de cómo perdió su nieto recién nacido por negligencia médica con todos los detalles dolorosos del caso. La gente se pone morbosa en los hospitales porque cree que es el único lugar donde puede hablar libremente en voz alta y será comprendida. Un hombre robusto que usa un caminador para desplazarse escucha que no pueden operarlo porque el daño en su columna es tan grande que tendrían que convertirlo en un androide para que el hierro en su columna sujete su peso... De paso vi a una compañera de bloqueos pasados operada y bien. Pero sólo le han fijado dos vértebras. 
      Cuando entro, mi doctor está de pie tras el escritorio,  con una pila de historias clínicas anudadas al lado, los brazos en jarras, cejas levantadas y labios contraídos. "Lo veo con cara de querer salir huyendo,  doctor", le digo a modo de saludo, él solo asiente. 
      Como esperaba, luego que supo que me había ido bien con el corsé,  miró superficialmente mi estudio de resonancia. Acordamos dos semanas con corsé fijo y luego pasarlo a extraíble (te lo cortan y le agregan cordones para que puedas quitártelo para bañarte). Por ahora estamos en tregua.
      Pero cada vez me quedan más dudas de que sea éste el doctor que quiero que me opere cuando llegue el momento. 

De regreso

miércoles, 29 de abril de 2015

Quiero...

      El uso del corsé ha reducido mi vestimenta a pantalones con elástico en la cintura que resbalan por el yeso, me obligan a andar tironeándolos a cada cinco pasos y llevar el ruedo arrastrando por el piso. Quiero volver a mis jeans, variar los zapatos y las blusas, quiero ponerme temperamental con las ropas. Pero es tonto, verdad? Qué importa este detalle al lado de todo lo demás? Bueno,  pues esos son los detalles que me hacen mujer, que me hacen humana. Va alguien encontrarme atractiva con este corsé? Quién querrá tener sexo conmigo? Pensarán los hombres que soy una tullida a las que no se pueden acercar porque podrían quebrarme? Quién se tomaría la molestia de descubrirlo? Podemos hablar de sexo cuando tenemos una patología de columna? Y por qué no? No lo he leído por ningún lado pero lo puedo hablar yo. 
      Hasta donde sé, que no es mucho pero es algo, no hay impedimentos de ninguna clase. Comienzas con cuidado, claro, y vas probando. Al rato ni te acuerdas que podría dolerte algo. Hay un calentamiento inicial como en cualquier otro ejercicio, un desgaste grande de energía y un relajamiento posterior que hará que no necesites ningún relajante muscular ese día. Y ni hablar de lo bueno que es para la autoestima y de cómo fortalece los lazos entre la pareja. 
      Después de todo, somos humanos, y si comencé escribiendo de cómo extraño mis jeans, bien puedo terminar escribiendo sobre cómo extraño esa intimidad única que nos brinda el sexo con la persona que queremos.Yo también soy humana.




lunes, 27 de abril de 2015

Lunes 22 de abril de 2013, En mi prisión

      En mi prisión, consciente de cada pedacito de carne dolorida carne que vive en mí en ese yo que es carne y no cuando se cree consciente y quiere irse... pero no aún, susurra en su prisión, no ahora, no aún, no mientras duela...


Una de tantas internación es en emergencia cuando no puedo calmar por mí misma el dolor.

La enfermedad como culpa



      "La enfermedad como culpa está todavía hoy muy arraigada en el ser humano.  Algo hemos hecho mal, alguna norma esencial ha sido quebrantada para llegar a perder la salud.  Algo ha fallado en nuestra conducta.  Un sentimiento de fracaso,  de fallo, de inferioridad nos invade cuando nos sentimos enfermos. Al sentimiento de culpa se une el sentimiento de castigo. "

Con otra mirada. Una visión de la enfermedad desde  la literatura y el humanismo. Autores varios. Taurus, 2001.

domingo, 26 de abril de 2015

Manual de sobrevivencia con un corsé de yeso

      Lo único que me dijeron es que debía dormir los próximos tres días medio sentada hasta que el yeso terminará de secar.  No me dieron licencia médica ni yo la pedí. Mis planes eran intentar llevar una vida lo más normal posible. Pero... y siempre hay un pero... debería haber un manual sobre cómo sobrevivir con lo que los médicos no te dicen.

Primera dificultad: la ropa. Resulta que ahora eres algo así como una tortuga gigante de las islas Galápagos, tus jeans no te sirven, tu ropa al cuerpo tampoco. Entonces tuve que sacar del fondo del baúl pantalones deportivos y similares con elástico en la cintura. Por suerte encontré tres archivados de esos que las gorditas siempre tenemos para casos de extrema necesidad. Zapatillas, suecos o chancletas para evitar agacharte al calzarte o depender de algún pobre esclavo o miembro de la familia que tengas cerca. En mi casa sólo hay perros así que bienvenidas las zapatillas. Y los buzos anchos que te ayudarán a disimular tu nuevo tamaño... o a asumirlo.

Segunda dificultad: la ida al baño. Te bajas pantalón y bombachita, te sientas con el borde del corsé cortándote las piernas,  haces lo que debes hacer y, oh, sorpresa, pantalón y bombacha están en los tobillos y no los alcanzas con simplemente estirarte un poco. Por qué,  te preguntas,  nadie te dijo que debías tener un gancho en la cartera? Eché mano a un cepillo de pelo y lo usé como gancho.  Victoriosa! Mantener la dignidad al usar el baño no es poca cosa.

Tercera dificultad: cómo bañarse sin mojar el yeso. Cuello, brazos, axilas y pecho, esponja con jabón y esponja sin jabón para enjuagarlo,  el típico baño de palangana. Para lavarme las piernas me compré un cepillo de mango largo de esos que se usan para lavar la espalda pero alguna que otra flexión de piernas tuve que hacer igual. Lo bueno es que tu flexibilidad mejora con la práctica,  lo malo es que al terminar te sientes como si hubieras corrido 10 km: exhausta. Lavarse la entrepierna merece un párrafo aparte. Imposible que quede reluciente si no eres la mujer elástica. Lo mismo al secarte: un logro de contorsionista. Pasas una toalla por el medio de tus piernas, sujetas un extremo al frente con un brazo, el extremo a tu espalda con el otro y la haces correr. Buena suerte.

Cuarta dificultad: cómo levantar objetos del piso sin agacharte. Este problema fue fácil de solucionar con una pala de esas de sacar la basura pero de mango largo. Empujo con el pie lo que quiero levantar hasta ella y pronto. Lo mismo para bajar al piso los tachos con comida o agua de mis perros. Casi, casi la extensión de mi brazo.

Quinta dificultad: la cama. Cuando descubres que tienes una patología de columna, una de las primeras cosas que te enseñan es a agacharte y a levantarte de la cama. Lo ilustro: duermo del lado derecho, entonces antes de levantarme debo cumplir todo un ritual girando el cuerpo hacia ese lado, haciendo palanca con ambos brazos para levantar el tronco primero, y bajando las piernas después. Con el corsé, a menos que seas físicoculturista, no podrás levantar el torso del colchón sólo con la ayuda de los brazos. En mis primeros intentos salí de la cama en cuatro patas y medio de arrastro, no me avergüenza confesarlo. Pero luego aprendí que en lugar de bajar las piernas de la cama, podía calzarlas en el larguero de madera y crear una fabulosa palanca para sentarme. No siempre me sale elegante el movimiento,  pero te ayuda a sentarte en la cama de forma segura si no hay nadie alrededor que pueda darte una mano.


Sexta dificultad: el corsé de yeso pesa. Eso tampoco te lo cuentan los doctores ni los enfermeros. Pesa y cansa. No te permite caminar largos trayectos ni permanecer mucho rato sentada sin que comience a molestarte en la zona del sacro. Y cuando te acuestas sientes que intentas dormir dentro de un tonel. Tengo la sensación de haber aumentado veinte kilos de un día al otro y mi cuerpo también reacciona así. Como ya tomo un complemento vitamínico, esa parte no me preocupa. Una buena noticia es que, de a poco, el cuerpo se va acostumbrando al nuevo peso pero hay que conocer nuestros límites. Terminé mi horario de trabajo: a casita a descansar. Comienzo a sentirme mal, me retiro antes.

Séptima dificultad: dificulta la respiración y la digestión. Dos días de colocado el corsé y tuve mi primera crisis de ansiedad: el aire me faltaba y no podía respirar con profundidad por el limitan te corsé. Identifiqué la crisis y tomé un sedante leve que me recetaron como relajante muscular. Los comilonas también van a sufrir.  Almuerzos y llegas va la cena como si la comida no hubiera salido aún del estómago. Entonces comer pequeñas porciones,  más seguido, mucha fruta porque el intestino también se enlentece y un potente digestivo siempre en el bolsillo. Terminar vomitando con el corsé puesto nones una experiencia agradable.

Octava dificultad: el lavado de cabello. Con este no pude. Sólo hay dos opciones: pedir auxilio al pariente o amigo que viene de visita o pagar la peluquería. Por aquí, recurrimos a la víctima que caiga porque estamos en tiempo de crisis.  Es lo que queda...

martes, 21 de abril de 2015

Enyesada

      Feliz de haber obtenido una respuesta diferente a mi última consulta con el especialista de columna, estoy lejos de sospechar que me llevará una semana concretar la orden. 
La funcionaria que consulto no conoce al enfermero que me hará el yeso y luego de varias averiguaciones y horas más tarde, debo volver a casa sin haber logrado siquiera coordinar mi próximo viaje con el enfermero. Un amigo en Melo logra ubicarlo y me concreta una reunión pero viajo apenas para descubrir que debo hacer dos días de dieta, traer ropa apropiada y volver otro día. 

      El viernes viajé a Melo para que, al fin,  me coloquen el corsé de yeso. Llevo una blusa blanca sin mangas de algodón y ajustada al cuerpo tal como me indicó el enfermero para que quede bajo el yeso, y una pollera larga y ancha con elástico en la cintura. Cuando me hace pasar a la sala de traumatología me va explicando los pasos. Debo acostarme entre dos camillas de modo que mi torso quede suspendido en el aire y mi cuerpo apoyado en el final de mis caderas y mis hombros. Para lograrlo hay todo un método que el enfermero conoce bien. Con el torso al aire procede a fajarme y poner camadas de yeso. Aunque no es una posición cómoda,  no siento más dolor del acostumbrado y acaba en seguida. Me ayuda a ponerme de pie y espero que la habitación acabe de girar. 
      Ahora viene lo más difícil. El yeso secará totalmente en dos o tres días pero durante unas seis horas debo evitar sentarme y dormir en posición semivertical hasta que seque completamente. Me siento más que preocupada. Mi amigo me ofreció su casa pero me preocupa no poder realizar acciones íntimas como ir al baño sin ayuda. Sé que su oferta es generosa pero mi amigo es hombre y hay cierta dignidad que no estoy dispuesta a perder. 
      En su casa improvisamos con almohadas un lugar donde pueda recostarme y descansar. El yeso pesa. Enseguida descubro que,  como temía,  ir al baño a orinar y bajarme la ropa interior es una tarea hercúlea y decido aceptar la oferta de la amiga que ofreció ir a buscarme en su auto. 

      
Con el corsé recién colocado.

Re-Sentimiento

      Es temprano en la mañana. Hace una hora que estoy despierta pero gasté media en reorganizar mis sueños-pesadillas de tramadol y renguear hasta el baño. De regreso a la cama tomé mi protector gástrico y estoy esperando los veinte minutos necesarios para que haga efecto y pueda volver a levantarme a prepararme el desayuno.
      Ella llega como un torbellino, abriendo la puerta hacia atrás,  rezongando con los perros, abriendo ventanas y quejándose de algo, la vida, los vecinos, la juventud actual o el calor. Yo no pasé del buen día y solo la observo. Cuando me pregunta si puede abrir las ventanas y le digo que ya están abiertas. No, los vidrios,  me aclara. Y, claro, yo ya sabía a qué se refería.
      Entre la gente de campo existe la creencia de que el aire de la mañana es purificador y bueno para la salud por lo que es la hora preferida para ventilar las casas. Pero la experiencia me dice que contiene un grado alto de humedad que empeora el dolor de columna, así que le gruño la explicación a mi madre.
La gente con tanta energía  y buen humor de mañana tan temprano me pone de mal humor. Ni pensar en abrir las ventanas.
       Mientras ella se mueve de aquí para allá arreglando cosas,  lavando y limpiando a la vez que me cuenta de sus paseos o algún chisme del barrio, yo recuerdo mi sueño más recurrente de los últimos meses donde siempre estoy, peleando y discutiendo con mi madre. 
      Me levanto a prepararme el desayuno y chocamos en la cocina. Yo me "arrastro" y ella "revolotea". Trato de apartarme rápido de su camino porque siento que la molesto, pero chocamos porque hay poco espacio y porque ella es tan enérgica que no puede esperar a que yo termine lo que he venido a hacer y ella pueda continuar su tarea tranquila.
      En algún momento me doy cuenta que no sólo el sueño es recurrente, que esta es una escena que repetimos con frecuencia y entreveo su significado. Me ha costado mucho comprender el sentimiento que me mueve porque es contradictorio y egoísta y quien sabe qué más: me siento resentida por su vitalidad. Tiene casi veinte años más que yo, se va a los bailes, a todos los festivales que hay en los alrededores, vive recibiendo invitaciones a cumpleaños y fiestas por aquí y por allá,  no tiene ninguna enfermedad crónica además del quejismo y hasta ha cambiado de novio más que yo en los últimos dos años... Eureka! No me siento mejor persona cuando lo resuelvo pero sí más aliviada. Tal vez ahora que sé qué motivó mis sueños,  no vuelvan a repetirse.

viernes, 17 de abril de 2015

Sola

      Anoto que debo recordar, de ahora en adelante,  preguntarle ala doctor de turno que ne esté tratando si el procedimiento médico que me indica puede llevarse a cabo siendo yo una persona que vive sola. Todos dan por sentado que el paciente vive con otra persona o concurre acompañado a consulta Y no prevén una situación en que la persona sé encuentre sola o viva sola. Y eso me ha indignado un poco. Así que creo que debo cambiar mi plan en el servicio de compañía que pago. Porque si antes aún me restaba la ilusión de que, en caso de extrema necesidad, podría tener a alguien de mi familia que me acompañara, eso se acabó anoche con apenas un llamado telefónico. 

Vértigo

     Consulté a un neurólogo por el vértigo que regresa a cada cambio de estación o de temperatura. Descartó que se deba a la patología de columna. Me dijo que mi problema es más bien a nivel de huesos lo que,  supongo,  significa que mi patología no es para su especialidad. Las causas del vértigo, entonces,  no serían la patología de columna sino un problema en mi oído interno qué yo ya conocía por un audiograma que me hicieron hace unos años. Estoy segura que el traumatólogo que veré el lunes no estará de acuerdo.  Esto es algo que también he descubierto sobre los médicos especialistas: no se ponen de acuerdo entre sí y por más argumentos que esgrimen no sabes a cuál creerle.  

viernes, 10 de abril de 2015

Mucho más que una consulta

      Tengo consulta en Melo con especialista de columna. En mi ticket está marcada a las 11 de la mañana. Dos horas después,  los más nuevos se quejan y uno va a pedir que llamen al doctor. Una mujer que está internada se paseó un rato por el corredor con el suero en la mano pero volvió enseguida a su cuarto. "EL doctor está en camino", nos avisan. "En camino" resulta ser media hora y dos minutos después.  Yo ya he cambiado de posición unas 15 veces en el asiento y comienzo a mirar el piso con cariño.  Me da asco. Tiene una costra de otro color contra la pared. Tengo el número 5 y entro enseguida.  Momento de ser firme,  Viviana.
 Tengo el discurso preparado. Estás con dolor? A ver donde te duele?  Se levanta y me examina los puntos de dolor. Te hago otro bloqueo esta tarde, querés? Discúlpame pero usted ya me hecho ocho, los dos últimos no funcionaron, el último me dejó dos meses en cama. Ah, pero hay diferentes tipos de bloqueo. Te hago uno entre la cuarta y la quinta (y por segunda ves lo veo mirar el informe de mi resonancia). Me mantengo firme, no quiero más bloqueos. Quiero probar otros tratamientos,  ese ya no sirve. Empieza con el discurso de cirugía no y encierra con lapicero en el informe los discos más dañados,  el L4 y L5. Ya te hicieron yeso? No, nunca. Sé, pero no por él, que es el paso previo para ver si una cirugía funcionaría en tu caso. Si eso te alivia, entonces la cirugía también. Sugiere la posibilidad de una cirugía no tan invasiva, donde tan solo se cambie los discos más gastados. Me entusiasmo.  Entonces me da la orden para que fulano de tal, nombre y apellido,  me haga en yeso. El lunes vení, me dice. Salgo contenta a preguntar dónde encuentro el lunes al señor que me indicaron... y entonces comienza la segunda parte de odisea.



jueves, 9 de abril de 2015

Esos sentimientos que solo alguien con una patología de columna reconoce


  • Las ganas de arrancarse una pierna en una crisis de dolor con tal de aliviarlo.
  • La necesidad de acostarse en el piso no importa donde te encuentres, acostarse y ya.
  • El dolor en las mandíbulas luego de una noche especialmente difícil,  o varias,  con empujes de dolor.
  • El "andar como perro rabioso".
  • La "descarga eléctrica" por las piernas que no logras aliviar con nada.
  • Esa sensación muy real de que puedes morder a alguien durante un empuje de dolor o incluso matar a alguien que cruce tu camino.
  • La impotencia cuando descubres que no puedes controlar tu propio cuerpo.
  • La sensación de que tu cuerpo se convirtió en tu enemigo contra en cual tienes que luchar.  
  • La envidia/rencor, la mayor parte del tiempo inconsciente, dirigida a un miembro de la familia o amigo deportista o que puede realizar alguna actividad con su cuerpo que tú ya no (como correr, andar en bicicleta o cargar en brazos a tu hijo pequeño).
  • Volverse intolerante a personas que se quejan por nimiedades (como un dolor de cabeza o una noche mal dormida).



Y alguna más que agregaré a medida que las vaya recordando. 

Un simple tema semántico

La semana de turismo es muy esperada por los docentes.  El que puede viaja, tal como yo lo hacía. Antes. 
Este año llegué cansada pero satisfecha. Tres semanas de trabajo intenso con apenas una falta y me sentía orgullosa por el desafío superado y por haber podido recordar a mí misma mi capacidad de superación. Casi me sale con mayúscula,  como un super poder. Entonces tres días en cama dolorida pero descansando no me preocuparon mucho después de todo lo que le había exigido a mi cuerpo las últimas semanas. 
El miércoles me levanté aliviada, abrí ventanas y allí estaba un día claro, precioso de sol y temperatura agradable. Llamó acuña amiga,  almorzamos afuera y de tarde, un saltito al balneario cercano a tomar unos mates. De noche tenía consulta con médico que no me era conocido para repetir medicación porque los días en cama habían acabado con mis provisiones. 
El doctor tenía el aspecto de un muchacho joven de cabello claro, recién formado con toda probabilidad. No me preguntó a qué iba como los más veteranos, sino que comenzó un sondeo diagnóstico como cuando reciben por primera vez un paciente. Recuerdo que dlas dos preguntas me hicieron reír y pusieron una expresión de gravedad en el rostro del médico-mmédico-muchacho.  Debe haber creído que me burlaba de él cuando yo solo manifestaba mi humor negro y me hacía consciente de lo horrible que soñaba todo lo que decía. 
Solo recuerdo una de las preguntas respecto a cuántos y cuáles remedios tomaba. Eso me causó gracia.  Todos,  le contesté, aunque debo andar en torno a los diez diarios. Para que no creyera que no me tomaba en serio su trabajo lo guié por mi historia médica: resonancia, especialistas que me tratan y lista de medicamentos. Su rostro cambió y abandonó la jovialidad inicial. Cuando comencé a hamacarme en el asiento por el dolor se portó de forma impecable y siguió las indicaciones de mi doctor de referencia para cuando tengo empujes de dolor. 
La doctora en emergencia fue amable aunque era in experiente en esta clínica. Salí medicada y con un circuito en el brazo tres horas después. 
El resto de mis vacaciones fueron así, en cama y recibiendo en casa, dos veces al día,  medicación intravenosa. Y descubrí algo muy interesante: cuando el paciente paga la medicación que van a inyectarle por vía intravenosa en su casa le llaman tratamiento domiciliario. Cuando la clínica paga los medicamentos que me van a inyectar, le llaman internación domiciliaria. Una simple cuestión de semántica.