sábado, 28 de febrero de 2015

Anticipo de invierno

      Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando el doctor me recetó otro medicamento para controlar la ansiedad durante los picos de dolor. Cuántos ya estoy tomando? Nueve? En estos meses meses que han transcurrido del año he llorado más en presencia de doctores que en todo el 2014. Luego de una semana de mi último empuje fuerte se dolor pensé que no tendría que probarlo. Pero esta madrugada fría acabó con mis esperanzas.  Será este un adelanto del invierno que me espera?

viernes, 27 de febrero de 2015

martes, 24 de febrero de 2015

Ilusión de normalidad

      Ayer fue mi primer día de vida, casi,  normal luego de... mes y medio. 
      Todo comenzó porque me quedé sin la medicación fuerte para el dolor,  mi doctor no se encontraba en la ciudad y debía salir a marcar una consulta para hacer la repetición del medicamento que me faltaba. Una amiga vino a visitarme, le pedí que me llevará a la clínica y terminamos almorzando y pasando el resto de la tarde poniendo en día la charla. Entonces, qué hay de tan especial en eso? Aunque estuve rogando mentalmente que no me doliera nada porque estaba sin medicación,  pude caminar hasta dejar de renguear, estar largo tiempo sentada y de pie sin tener que salir corriendo a tirarme en una cama. Por todo el día de ayer me permití la esperanza de recuperarme esta semana y poder comenzar el año lectivo con mis compañeros el 2 de marzo.
      La realidad me golpeó fuerte en el momento de dormir. O de no dormir, porque cada vez que lo intentaba, sentía que a mis piernas las estaban electrocutando. Eso ocurre cuando las vértebras presionan el nervio ciático*,  en este caso, el de ambas piernas y es una de las sensaciones que aprendemos a reconocer como propias de las patologías de columna. Y una de las más molestas e indescriptibles. No se percibe como dolor exactamente pero es igual de molesto. 
      Las primeras veces que lo experimenté fueron tan insoportables que iba a emergencia a consultar porque no entendía qué me sucedía. Y los doctores tampoco. Pude al fin comprenderlo al escuchar las conversaciones de otros pacientes que, como yo, esperaban la consulta con el especialista de columna en el corredor apretado de traumatología. Esas charlas me ayudaron a colocar en palabras lo que me sucedía, a darle nombre a lo que sentía.   
      Ahora, cuando me sucede, me medico con tramadol y hago estiramientos hasta que el medicamento hace efecto. Pero aún recuerdo la mejor descripción que escuché en palabras de un paciente que, como yo, esperaba su turno para un bloqueo lumbar: "uno anda como rabioso". Yo pensé: esa es la expresión exacta.


* http://es.m.wikipedia.org/wiki/Nervio_ci%C3%A1tico

lunes, 23 de febrero de 2015

Casi... cinco años después

        Era enero de 2010 y comenzaban las vacaciones para los docentes.  En mis planes para ese verano estaba ir en moto hasta el Chuy con una amiga cuando comenzó el dolor y las visitas a la sala de emergencia de mi mutualista. Fueron dos meses de consultas médicas,  diagnósticos fallidos,  noches insomnes debido al dolor y entradas y salidas de emergencia.
        Hasta que un doctor que me había diagnosticado una sacroileítis (inflamación en los huesos de la cadera),  se cansó de que ninguno de sus tratamientos hiciera efecto y me envió a Melo con internación y recomendación de que se me examinara por depresión.  Algunos estudios después y diez días de internación vino el primer diagnóstico de una especialista: hernia discal.
        Pasaron los meses, un bloqueo lumbar sin resultado y, al fin, el estudio definitivo: una resonancia y un nuevo diagnóstico. Lo que yo tenía era una artrosis lumbar y no hernias de disco (los discos intervertebrales estaban gastados pero no se habían roto). La traumatóloga me pasó a un especialista de columna que me iba a tratar los siguientes cuatro años y me haría siete bloqueos más.
      Durante ese período fui aprendiendo a manejar los efectos secundarios de los medicamentos que tomaba, los entretejidos del sistema de salud que me cubría y a los especialistas.  Dos gastroenterólogos,  una reumatóloga, un urólogo, un siquiatra, una sicóloga,  un otorrinolaringólogo, una fisioterapeuta y un neurólogo.
        Cuando se hizo patente que los bloqueos lumbares no hacían más efecto y una nueva resonancia mostró que yo no cumplía con el protocolo necesario para una cirugía (discos gastados pero no rotos, ausencia de líquido en el canal raquídeo) me desesperé         
        Y entonces comenzó una nueva etapa en mi vida. 
En un verano en el balneario Lago Merín,  cuando aún podía usar mi moto. 

domingo, 22 de febrero de 2015

Plan de sábado a la noche

      Como mi madre ha estado más presente en las últimas semanas, la llevé conmigo a la clínica el sábado a la noche. Tener que recurrir al doctor de emergencia porque no logro disminuir un empuje de dolor no es nuevo para mí, pero sí lo fue para ella. 
      Lo primero que debo enfrentar es el acceso. Lograr que te atiendan en ventanilla y que luego te vea el médico de turno lleva de media hora a una hora, con suerte. Si estás con dolor, una hora de espera en las sillas de plástico blandengues del corredor te pondrá al borde del colapso. Termino siempre mirando con cariño la cerámica que recubre el piso y fantaseando con qué sucedería si decido echarme a descansar sobre ellas. En lugar de tratarme por mi columna lo harían por un trastorno psiquiátrico, y esa es la razón que me hace renunciar a mi soñado proyecto. 
      Ayer llegamos cuando Emergencia estaba preparando el traslado de una mujer que había sido atacada a tiros por su pareja. Camilla, cráneo vendado, sangre, su familia entrando y saliendo,  doctores y enfermeras preparándola para el traslado. Esperamos una hora o más. Se llevaron a la paciente y esperamos otros veinte minutos más,  o media hora, no lo sé, pero ya no sabía cómo sentarme, el piso parecía casa vez más atractivo y mi madre comenzó a pasearse frente a la ventanilla. Tuve que tranquilizarla. A nadie le gusta esperar y el instinto materno se le recrudecía cada vez que yo me retorcía en el asiento. 
      El doctor parecía muy joven pero por lo demás resultó seco y profesional. Me hizo muchas preguntas y por poco no pide ver mi resonancia cuya copia del informe  siempre olvido cargar porque,  total, allí ya todos me conocen. Le expliqué que había tenido un empuje de dolor que no había podido quitar con la medicación habitual y que se me había a terminado, muerta de vergüenza porque siempre siento miedo a que crean que soy una adicta en busca de drogas. 
      Me colocaron un circuito y me inyectaron algo de medicación, según el doctor morfina, y que con eso me aliviaría. La enfermera, tan conocida que no fue necesario presentar mi cédula de identidad, me advirtió que podría sentir adormecimiento en las piernas y manos por la medicación fuerte pero yo no sentí nada. Como el tratamiento era diferente al que me aplican siempre,  me sentí esperanzada. 
      Pero la noche no fue benévola conmigo. Dormí y tuve sueños demasiado nítidos y rozando la pesadilla,  pero siempre que cambiaba de posición para aliviar el dolor en la columna y en el brazo con el circuito. En la mañana, como siempre, el dolor empeoró. Creí que mi medicación restante no sería suficiente pero aquí estoy, dos comprimidos de ketofen y dos de tramadol después. Ayer quería tomarme vacaciones de mi cuerpo, pero hoy creo que mi cuerpo no me quiere y por eso me tortura, para que me vaya lejos y lo abandone definitivamente.

martes, 17 de febrero de 2015

Consejos para llevar una vida mejor a pesar del dolor

        1) Ame su trabajo.  Eso le ayudará a sentir ganas de levantarse en las mañanas a pesar del dolor. Soy profesora y he llegado dolorida y de mal humor a las clases la institución en la que trabajo, pero así que entro en contacto con mis alumnos su alegría de vivir y su inocencia me contagia. La persona con dolor crónico se vuelve muy centrada en sí misma y en su propio cuerpo, por eso es bueno tener una actividad que lo fuerce a salir de su caparazón. 
Ame su trabajo.


        2) Inicie un diario o lleve un blog. He escuchado a más de una persona con dolor crónico quejarse de que su familia no los entiende. "Pero a ti todos los días te duele algo!", les dicen. Y es cierto que todos los días nos duele algo pero ellos no tienen porqué escucharlo y es natural que se cansen de escucharnos. Los amigos se cansan, nuestra familia se cansa. Y si en nuestra ciudad no hay ningún grupo de apoyo, el diario puede ser una solución que nos permita desahogarnos sin torturar a las personas que nos rodean. Un simple cuaderno basta. Una agenda sirve también. 
Mi agenda tiene poemas, dibujos, sueños...



      3) Descubra nuevos pasatiempos. Leer, tejer,  hacer crucigramas,  armar rompecabezas, jugar a las cartas con los hijos o los nietos, hacer croché.  Cualquier tarea sencilla que le dé placer y le ayude a distraerse en los largos períodos de quietud o, en mi caso, en cama. Cuando una persona está ocupada, el tiempo transcurre más rápido,  no se piensa en bobadas ni se acuerda de torturar a la familia quejándose. 

Dibujando y leyendo, mantenerse ocupado es el secreto. 

      4) Vaya más seguido a la peluquería. Si una persona se ve pálida y con ojeras al espejo, peor se verá despeinada y con canas a la vista. Una visita a la peluquería hace bien a nuestra alicaída autoestima y, por lo tanto, alivia el dolor. 

Cuidarse las uñas también es bueno para la autoestima.


      5) Tenga reservada ropa y un par de zapatos nuevos. Pero no para ir al hospital o sanatorio solamente.  Por las mismas razones anteriores,  para sentir ganas de salir, de sentirse mejor consigo mismo, una camisa nueva, un vestido, unos zapatos soñados hacen maravillas por nuestro ánimo. Parece un consejo frívolo pero pruébelo y después me cuenta. En mis horas de espera frente al consultorio del traumatólogo noté que eran raras las compañeras que, a pesar de las patologías de columna, prescindían de los zapatos de tacón. Podrán estar enfermas, pero no han dejado de ser mujeres.

Mis zapatos preferidos. 


      6) Tenga siempre a alguien a mano a quien abrazar.  Si es su marido o su esposa,  mucho mejor. Pero un nieto mimoso ayuda mucho, un hijo o sobrino que estén dispuestos a aguantarnos también es válido.  Yo tengo a mi mascota (mi perrito Pinscher) siempre a mi alrededor. La razón es muy simple: el dolor permanente nos vuelve irritables y quisquillosos, y hay momentos en que uno no quiere que nadie le hable, le toque o se le acerque.  Pero cuando esos momentos pasan, el abrazo es lo más curativo que nos conviene tener a mano.  

Mi Pulguita es mi abrazo frecuente.


      7) Haga dos listas: una de las cosas que quiere hacer cuando mejore (a corto plazo) y otra de las cosas que aún le faltan por hacer en esta vida. En largos períodos de enfermedad los doctores,  clínicas, medicamentos y nuestro propio cuerpo se vuelven la única realidad.  Por eso es bueno recordar que hay un mundo ahí afuera y que quedan cosas hermosas por descubrir. Un objetivo a corto plazo puede ser, por ejemplo,  salir a bailar,  ir a la playa,  hacer un viaje. Uno a largo plazo puede ser algo que a uno nunca se le hubiera ocurrido si estuviera sano, como hacerse un tatuaje,  aprender un nuevo idioma o hacer un viaje Europa. 

Mi tatuaje ya hizo parte de mi lista de cosas por hacer.


8) No sienta miedo o vergüenza de recurrir a un terapeuta (o psicólogo). Enfermedades crónicas que cursan con dolor causan depresión y es mejor pedir ayuda especializada que auto medicarse.  Algunos antidepresivos ayudan a convivir con el dolor y otros medicamentos ayudan a descansar mejor por las noches. Pero nada sustituye una larga charla con un buen profesional que esté preparado para escucharnos. La frustración y la impotencia,  así como el estigma social de no poder cumplir con su trabajo,  el miedo a perder el empleo o la posibilidad de valerse por sí mismo,  a perder el marido o la esposa, a no poder hacerse cargo de los hijos,  son temas comunes a este tipo de pacientes y lo he escuchado como tema de conversación frecuente en los corredores de traumatología. 
      

Hasta los animales

      Estoy despierta desde las cuatro de la mañana. No fue el frío,  no fue la moto, ni mi período,  ni un mal movimiento,  ni la tormenta.  He renunciado a buscar las causas para un empuje de dolor. Duele porque estoy viva.  
      
      Al no poder aliviarme para poder volver a dormirme, opté por tomar el protector gástrico,  comer una banana a modo de desayuno y probar con la medicación más fuerte. Parar esos empujes crecientes de dolor se ha vuelto mi prioridad.  Entre mis brazos mientras escribo está acurrucada mi Pulguita. 

      Me preocupa mi perra vieja, Pintita, que hace días está enferma.  Pensé que se trataba de un problema en su hígado por algo que había comido y la venía tratando con éxito. Estaba comiendo y sin vómitos. Pero ayer no quiso comer nada y se ha limitado a estar tirada sobre su sillón. Al levantarme de madrugada aproveché a darle un poco de hígado crudo con dos comprimidos, un analgésico y un antiinflamatorio. Ocurre que,  por ironía de la vida, mi perra también tiene artrosis. Espero haber encontrado la razón de su dolencia. Es feriado de carnaval y no creo que sus veterinariose estén en la ciudad. Hasta los animales en este mundo no pueden irse sin dolor... 

lunes, 16 de febrero de 2015

Y cuando no hay dolor...

      Qué pasa cuando el dolor arrecia? En primer lugar, no hay día sin dolor.  Pero sí hay días con dolor moderado, poco dolor, o períodos din dolor. Doy ejemplos. Hace semana y media,  luego de mi primera sesión de acupuntura en que estuve una tarde sin dolor. Había comenzado a ordenar y limpiar mi biblioteca y los libros estaban apilados porque solo podía arreglar un grupo de seis por vez y tenía que acostarme  a cada rato para que la columna descansara. Pensé en renunciar a mi empresa y los libros estuvieron dos días formando verdaderos corredores que debía desviar cada vez que quería ir al baño o a la cocina. Sin dolor, arreglé lo que restaba de mi biblioteca en una tarde y me sentí feliz. Sin embargo no siempre logro aprovechar eses periodos de tregua. Doy otro ejemplo: hubo un día de mucho dolor en la mañana y parte de la tarde. Cuando logré aliviarme simplemente no hice nada el resto del día.  Me sentía paralizada y con miedo de hacer cualquier cosa o movimiento mal que provocará el retorno del dolor. Y el tercer ejemplo es lo que llamo "dolor moderado", el dolor constante y tolerable al que el cuerpo se acostumbra y con el cual trabajo y llevo una vida "normal". Esos se convirtieron en los "días normales" de una persona con dolor crónico.          Por último están los días en que el dolor se vuelve moderado pero debes enfrentar los efectos secundarios de tanta medicación. Por ejemplo, ayer. El sábado había sido un día duro. Había estado toda la mañana con dosis altas de medicación para combatir el dolor sin mucho resultado.  Al día siguiente mi inseparable gastritis por los medicamentos había empeorado y mis intestinos estaban muy inflamados, sentía hambre pero las náuseas no me dejaban comer: son los efectos secundarios del exceso de analgésicos. Después de años se aprende a compensarlo... con otros medicamentos. 

Mi reino entre muros

      Una mañana con dolor que remite con la primera medicación es una mañana que debo agradecer. Ya no me siento como un monigote vencido por el dolor mientras yace tirado sobre una cama. Salgo al patio a sacar fotos de las únicas flores que encuentro,  de las mariposas esquivas, de los frutos apestados de mi guayabo, de los perros que me siguen. Mi reino entre muros, hasta donde mis pasos alcanzan hoy.

viernes, 13 de febrero de 2015

Otros métodos de tortura

      Ayer fue una mañana fría y me levanté un poco rígida,  como me sucede a veces. Desayuné y busqué ropa para salir. Tenía que prepararme para mi segunda sesión de cráneoacupuntura* y mis expectativas eran las mejores. La primera sesión me había dado una increíble tarde sin dolor que aproveché para arreglar mi abandonada biblioteca.  El efecto duró poco pero probó que el alivio mediante este método era posible.
      A las 9.45 mi amigo taxista me esperaba frente a casa. Cerré y caminé hacia el auto. El pobre hombre no sabía que hacer, si se bajaba a ayudarme,  si me cargaba el bolso... Traté de tranquilizarlo pero no fui muy efectiva.
      Lo que le expliqué es que algunas días la rigidez matutina en las articulaciones afecta tobillos y tendones del pie, duele y me hace difícil caminar. Que, por lo general, disminuye a lo largo de la mañana hasta que desaparece. Pero ayer se había estacionado en el tobillo derecho y no quería desaparecer,  lo que debe haberle dado una fea impresión a mi taxista.  
      En la clínica,  las enfermera que me atendió también pareció impresionarse.  Buscó mi reserva y descubrió que la muchacha de la tarde me había anotado en el turno equivocado: el doctor se encontraba en el hospital atendiendo a otros pacientes en ese momento y las citas para el turno de la tarde estaban cubiertas Por una vez en la vida, reaccioné a tiempo, no podían dejar que me fuera así a mi casa, renga, dolorida y rompiendo la continuidad del tratamiento cuando el error había sido de la clínica. La enfermera no dudó en llamar al doctor y preguntarle si podía atenderme.  Para mi suerte, ya había terminado sus consultas y venía en camino. Le agradecí como pude y me senté.  En diez minutos el doctor entraba por la puerta y me hacía pasar al consultorio.  Me disculpé por insistir y le di las explicaciones del caso, en apariencia innecesarias al verme caminar.
          Le entregué el recipiente plástico en que está guardado el conjunto de agujas para acupuntura.  Cuando termina el procedimiento el paciente se las lleva a su casa y las trae para la siguiente sesión. El doctor las esterilizó y comenzó la aplicación. 
Tubo con las agujas de acupuntura. 
      Me ha sucedido más de una vez durante períodos largos de dolor permanente (empujes) de perder la propia percepción de los  niveles de dolor. Eso sucede porque estoy tan concentrada en soportarlo, en que no se me note cuando no estoy sola porque molesto a los demás**, que me parece estar bien aunque el cuerpo diga a gritos lo contrario. Ayer, por ejemplo, me dolía el tobillo y sentía una leve molestia en la zona lumbar, como un cosquilleo cansado. Pero notaba que toda persona que entraba en contacto conmigo daba por supuesto que estaba con mucho dolor, lo que yo no sentí como verdadero hasta que el doctor comenzó a colocar las agujas. 
      Siempre creí que la aplicación de acupuntura era indolora simplemente porque creía que se aplicaba en la capa superficial de la piel y nunca escuché que nadie se quejara de ello. Mi primera sesión había resultado dolorosa sólo en la región que corresponde a la zona lumbar y el nervio ciático de la pierna izquierda (en torno a la oreja que queda del mismo lado de la pierna), en las demás regiones (entrecejo y zona superior del rostro donde se inicia el borde del cabello) sólo había sentido una pequeña molestia en la inserción de las agujas.  Pero esta vez sería muy diferente.
      Las agujas que insertó en la parte superior de mi cabeza enviaron dolorosas descargas eléctricas que recorrieron mitad de mi cráneo en dirección a mi nuca,  la del entrecejo me dejó un sudor frío al borde del desmayo. Agregó agujas rodeando también mi oreja derecha y, cuando terminó,  yo me sentía petrificada por el esfuerzo que hacía para contener el dolor. El doctor me preguntó si estaba bien y dijo unas palabras de ánimo sobre otro procedimiento de acupuntura que agregaría al que ya me aplicaba si el dolor no menguada para la siguiente sesión. 
      El tiempo de espera con las agujas puestas es de media hora. Cuando el doctor me dejó sola en el consultorio, las lágrimas  se me comenzaron a caer sin que pudiera controlarlas. El dolor que ya traía más el provocado por las agujas había sido demasiado para mi pobre cuerpo con el sistema nervioso saturado por el sufrimiento prolongado. 
      Cuando me retiré de la clínica, el tobillo derecho ya no me dolía pero necesitaba acostarme a descansar y medicarme. Un fuerte empuje de dolor se estaba estableciendo para quedarse unas cuantas horas. Lo que también descubrí en estos días es que el alivio no es inmediato a la sesión de acupuntura como creía. 
      


* Cráneoacupuntura. Técnica especial que consiste en la punción de determinados puntos o zonas del cuero cabelludo.

** Sí,  el dolor ajeno molesta a las personas sanas por distintas razones. Pero eso es tema para otra charla. 

El desayuno

      Hace semanas,  la única forma de poder levantarme y moverme sin dolor es desayunar ketofen y tramadol.
      Antes de levantarme siquiera al baño tengo que tomar el protector gástrico con bastante agua. Veinte minutos después,  más o menos,  comienzo a prepararme el desayuno.  Lo que mejor funciona con tanta medicación es café coptado con lechera,  o capuchino suave. Desde que desarrollé una gastritis debido a los medicamentos, el té o un jugo no son suficientes pero yogur o leche sin cortar me dejarán la panza inflada como un globo, entonces se ha vuelto un experimento diario buscar el desayuno ideal. Ya he probado con leche de soja (demasiado pesada) y la leche de arroz que viene avainillada y me  causa náuseas. A esa taza debe acompañarla unos trozos de pan o galletas para formar un buen fondo para los remedios. Si el estómago lo permite,  una fruta. Demasiada comida de mañana también me produce náuseas,  un efecto secundario del tramadol.
      Los mejores días son los que me dejan desayunar sin que el dolor aparezca.  Luego, a medida que se manifiesta, ingiero el antiinflamatorio,  espero a que haga efecto, y si el dolor no disminuye. Otros días,  con la comida, ingiero los dos medicamentos. 
Algunos de los medicamentos que ingiero a diario.

      Ese ritual crea un diálogo permanente con mi cuerpo y me vuelve una criatura egocéntrica,  obligada a mirar siempre hacia mi propio dolor.

martes, 10 de febrero de 2015

12 de diciembre de 2014. Fondo musical

      Durante ese largo día (todos los días en que el dolor se manifiesta en la madrugada parecen eternos), el estribillo de una canción interpretada por Hugh Laurie en la serie norteamericana House se repite en mi mente.  Es solo un verso pero basta para hacer la búsqueda en Google y resultó que My body is a cage... (mi cuerpo es una jaula, una frase muy acorde con lo que me estaba sucediendo) es una canción de la banda inglesa Arcade Fire. Sip, a veces el dolor tiene hasta fondo musical. 


My body is a cage that keeps me
From dancing with the one I love
But my mind holds the key

Algo así como:


Mi cuerpo es una jaula que me impide
Bailar con la persona a quien quiero
Pero mi mente tiene la llave (o la clave)




11 de diciembre de 2014

       
6.15 AM. Debe hacer una hora que estoy despierta. Mi último bloqueo lumbar fue el 7 de noviembre de 2014. Un mes después es obvio que no ha dado resultado. Fui al baño, me mediqué y leí una entrevista a Angelina Jolie en una revista. Veinte minutos y unos artículos más después, el dolor aumenta y hago otra incursión a la heladera. Me tomo una botellita de yogur y me preparo para mi medicación más temida, que no es el tramadol* sino el ketofen* . Busco el medio comprimido que me restó de ayer y lo dejo un rato a la vista, esperando que el yogur asiente en el estómago y que algún milagro haga que el dolor desaparezca y no tenga que ingerirlo. Ese comprimido blanco de un antiinflamatorio calmará el dolor, sí,  pero provocará otro. Mi última técnica consiste en dividir un comprimido en dos para ingerir menos cantidad por vez y disminuir la sensación de que abre un hueco en mi estómago cada vez que lo tomo. Mi Pulga (mi inseparable Pinscher) renuncia a usarme de almohada ya que no me quedo quieta, y opta por recostarse,  enroscadito, entre mis piernas. 

7.15 AM. Me levanto a abrir las persianas y dejar que entre la luz del sol. Un dolor fino como la punta de un cuchillo afilado corre por la parte superior de mi muslo izquierdo. Creía que había desaparecido pero aún está ahí y me lo demuestra cuando camino hamacándome como un pato, para intentar diluir el dolor en las articulaciones cada vez que doy un paso.  Charlo con mis perros y vuelvo a la cama luego de desechar el frasco de tramadol que tenía al lado de la cama y buscar el último que me queda. Lo dejo ahí,  a la vista, mientras decido si espero un poco más o ingiero una nueva dosis.

10.00 AM. Me levanto, como galletas con fiambre que tengo en la heladera, dos o tres bocados,  y vuelvo desesperada a la cama.  Reconozco el movimiento de mi cuerpo,  como si meciera un bebé entre los brazos solo que ese bebé es mi propio cuerpo. Traigo las galletitas de las Monster High que compré para quedarme con la lata decorada, la botella de tónica y me siento en la cama. Imposible estar de pie el tiempo suficiente como para prepararme algo más elaborado. Unas fauces invisibles se clavan al lado izquierdo de mi cadera y yo misma las ayudaría a arrancar un pedazo de mi carne si con eso aliviara el dolor. Mis planes de ir a mi trabajo a realizar trámites pendientes pulsan en mi conciencia como las agujas de un cronómetro interior. Aunque no vaya mañana a la elección de horas, en algún momento tengo que levantarme a llevar la carta poder para que mis compañeras me elijan las horas. Así que levantarme es la clave,  levantarme sin dolor me obsesiona, porque ir trastabillando a mi trabajo y terminar internada en Camcel un día en que no está mi doctor, no me atrae como plan de acción. 


* El ketoprofeno es un fármaco antiinflamatorio no esteroideoTiene una potente actividad analgésicaSirve para el tratamiento de enfermedades reumáticas, traumatologías y procesos inflamatorios en general. 
http://es.m.wikipedia.org/wiki/Ketoprofeno

El tramadol (DCI) es un analgésico de tipo opioide que alivia el dolor actuando sobre células nerviosas específicas de la médula espinal y del cerebro
http://es.m.wikipedia.org/wiki/Tramadol

domingo, 8 de febrero de 2015

El último bloqueo lumbar*

    Debidamente escoltados por una enfermera, nos suben a un viejo ascensor. Las mujeres nos miramos, somos pocas, apenas tres esta vez. Nos guían por el corredor de siempre a una piecita en el fondo llena de estantes que oficia de vestidor para que nos cambiemos. Yo, experiente reincidente,  me siento en una silla y me voy desvistiendo. Hay que colocarse una bata anudada en la espalda, un short que se anuda al frente (en esto evolucionamos, antes era una especie de chiripá vergonzoso), una toca para recoger el cabello y unas botas de tela también de anudar. Este es el momento en que las primerizas y las más púdicas preguntan si pueden quedarse con la ropa interior. Y no, no pueden. La muchacha nos explica que no debemos llevar ninguna prenda que haya estado en contacto con el mundo exterior para no contaminar el bloc. Sobre estas prendas verde hoja nos visten otros protectores que nos quitan al entrar a la antesala del bloc. A esta altura y con el "uniforme" no hay dignidad que resista. La vergüenza quedó allá junto a nuestros calzones.
     Sentadas una al lado de la otra, la enfermera del bloc nos avisa que, como siempre,  el doctor está retrasado y debemos esperarlo. Para mi consternación,  la enfermera me reconoce y me trata por mi nombre.
    Es el momento de los intercambios de experiencias. Mis dos compañeras tienen el cabello teñido de rubio, hijos y aparentan más edad de la que seguro tienen. Una, la más delgada y que parece mayor, no soporta el asiento, una de esas sillas blancas de plástico nada adecuada para que la ocupen personas con patología de columna. Es la que se ve más dolorida y se pasea por la antesala en un intento de alivio. La otra, más gordita,  permanece sentada, inmóvil y un poco encorvada. Tiene un tatuaje rústico de flores cerca del pulso derecho y un circuito en el izquierdo. Yo me hamaco en la silla intentando aliviar la molestia que me produce la postura prolongada.    
      Esperamos alrededor de una hora (sin reloj, la noción de tiempo es inexacta), hasta que el doctor al fin llega y nos van llevando una a una. El orden lo elegimos nosotras, primero la más dolorida. Diez o quince minutos después la traen en silla de ruedas y la dejan frente a mí mientras la compañera con el circuito es llevada al bloc. Pide quedarse un rato en la silla y petmanece encorvada y con tal expresión de dolor que me reconozco en ella. La muchacha que la ayudará a levantarse para llevarla al vestidor la espera observándola, impotente.
     Mi turno llega y camino a la sala del fondo donde mi doctor espera todo cubierto con su uniforme azul de cirujano. Hay una camilla cubierta donde me acuesto boca abajo y un técnico que maneja el enorme aparato de rayos X  que usarán para observar mi columna. El doctor saluda, intercambia unas palabras conmigo y comienza su trabajo. Descubren mi espalda, bajan el short hasta casi la mitad de mis nalgas,  limpian la zona lumbar con un algodón empapado en iodofón y la cubren con lo que parece un trozo de tela con un agujero al centro. 
       Ahora viene la peor parte, la de la infiltración. La aguja entra en la carne y mi cuerpo se contrae involuntariamente con el dolor. Se detiene,  el doctor comprueba que esté correctamente colocada a través de un monitor y la inserta un poco más adentro. Mi impresión es de que apoya todo el peso de su cuerpo en ese pinchazo, como si a la aguja le costará entrar en la carne. Una infiltración en el lado izquierdo y otra en el lado derecho. 
     "Está pronto", me dice el doctor. Entonces porqué siento a las agujas aún dentro de mi cuerpo? Permanezco inmóvil, paralizada en mi esfuerzo por asimilar el dolor. Me colocan un enorme curativo en la zona infiltrada. La enfermera del bloc me ayuda a levantarme y acerca la silla de ruedas. No quieren correr el riesgo de tener que recoger al paciente del piso entonces usarla no es opcional. El doctor se despide y me llevan sobre ruedas a la antesala.  Mis compañeras  de tortura no están va la vista. La muchacha que nos ayuda en el vestidor fue requerida en otro piso y no me dejan salir si ella no está. Calculo otros veinte minutos de espera. No llevo reloj para comprobarlo.
    

      Salimos de la clínica alrededor de las diez horas de la noche,  tres horas después de mi ingreso. Mi amigo despotrica contra la decadencia de los sistemas de salud en el país, la irresponsabilidad del médico que llegó una hora tarde y otros temas que ya no recuerdo. Seguro que nunca más querrá acompañarme.  Yo no digo nada. Pienso en la noche afiebrada y con dolor que me espera.






http://www.clinicalascondes.com/articulos_estaticos/Bloqueo_facetario.htm

La antesala al infierno

    Cuando lo recuerdo, tres meses después, lo primero que veo es a una mujer sentada en una silla de ruedas con la espalda encorvada por el dolor, el cabello recogido en una toca, delantal de paño verde pasto de la sala de cirugía. No soy yo, sin embargo,  sino una de las mujeres que pasará por el procedimiento ese día junto a mí.  Es la que se sentía más dolorida, por eso fue la primera en pasar. Yo me siento bien ese día comparado a otros en que tuvieron que medicarme a través de un circuito y conectarme a un monitor cardíaco porque me descompensaba. 
    Estuvimos media hora charlando sentadas en la antesala del bloc quirúrgico, vestidas con nuestros uniformes de tortura y haciendo catarsis.  Nadie puede entender a un enfermo de columna como otro en su misma situación. Compartimos temas en común que nos angustian, como la incapacidad laboral (esa castración social llena de culpa), el peso en que nos convertimos para nuestras familias cuando necesitamos hasta que nos ayuden a calzar nuestros zapatos, la especificidad del dolor lumbar que nadie que no lo  haya vivido puede comprender en su totalidad. 
  
    Después de ocho bloqueos (el nombre que consta en la orden es bloqueo facetario*) he aprendido algo sobre estos procedimientos y de cómo hacer más llevadero el  proceso. Hubo un tiempo en que el horario marcado era temprano en la tarde y me daba tiempo de tomar el ómnibus de las seis e irme a dormir a casa. Pero luego el doctor comenzó a hacer cirugías los sábados y cambió él día y el horario en que hacía los bloqueos.  
    Salgo de la consulta a comprar comida, nada muy pesado, un sándwich olímpico y un jugo, porque después de esto debo mantenerme en ayuno por seis horas. Como no puedo ir a casa a descansar, me voy a un hotel y pido un cuarto con baño privado. Me medico y duermo. Salgo a las seis de la tarde, una hora antes de la marcada en la orden, y camino tranquila mirando vidrieras. Quiero visitar a un amigo de muchos años que vive a dos cuadras de Camcel, charlamos y él insiste en acompañarme.  La intención es buena pero seguro que se arrepentirá después. 
    Llego a la clínica sobre la hora pero no pasa nada porque somos pocos esta vez. Hago mi trámite de ingreso en Administración y me dan una planilla con mis datos que debo presentar a la entrada del bloc. En esa hoja el doctor hará el registro del procedimiento para que sea anexado a mi historia clínica. Si hubiera ido sola también tendría que haber dejado allí mis objetos personales. Esperamos unos quince minutos hasta que una enfermera baja del bloc a buscar a los pacientes. 

*http://www.clinicalascondes.com/articulos_estaticos/Bloqueo_facetario.htm

jueves, 5 de febrero de 2015

La consulta

      Lo primero que ves es el largo corredor,  angosto y lleno de gente. A un lado las personas permanecen de pie y en el otro, permanecen sentadas en una hilera interminable de sillas.  Llevan muletas,  yeso en alguna de sus extremidades,  estudios radiológicos,  sillas de ruedas. En el primer tramo del corredor atiende un traumatólogo,  en el segundo el especialista de columna que he venido a ver.  Por milagro,  encuentro una silla libre y me siento. Nadie me habla pero me miran,  como si evaluaran las razones que me han llevado hasta allí. Son las 11.20 de una consulta que debió haber comenzado veinte minutos atrás.  Comienza el conteo regresivo en boca de los pacientes. Soy veterana y observo la ansiedad de los demás.  Ya lo he visto llegar dos horas tarde.
      Mientras tanto, la espera se hace sentir en los huesos. La silla es incómoda,  el aire irrespirable por la gente aglomerada, el olor dulzón de unas galletas rellenas que come una compañera de banco,  nauseabundo por el encierre.
      El doctor llega 12.20 y espero que resuelva sus consultas como siempre,  rápido y sin muchos miramientos.  Pero al entrar, la ansiosa por resolver todo rápido soy yo, influida por la mujer dolorida que está con un circuito en el brazo esperando su turno.
      Me atiende sin prisa esta vez y hasta lo veo tomar mi historia y anotar la consulta, algo que tampoco había visto con frecuencia.  Le expliqué mi problema y acordamos un nuevo bloqueo lumbar.  Luego recordaría otras palabras suyas que quedaron guardadas,  por su disonancia, en mi mente.  Logré lo que había ido a buscar y me retiré.  "Vamos a hacerte un bloqueo así pasas mejor el verano", me dijo.  Esa última frase fue profética, como podría comprobar con el tiempo.