martes, 23 de junio de 2015

Me pregunto, abu... Escrita en agosto de 2013

      Me pregunto cuánto heredé, abu, de esas manos pequeñas y delicadas. La afición a las novelitas
románticas de Corín Tellado, el gusto por las plantas y los yuyos medicinales, ese deje de bruja que exorciza tormentas eléctricas y que nunca quisiste compartir con nosotras. Me pregunto cuán culpables son de que me gusten los guisos quemados en el fondo de la olla, las rosas camaleón, de mi primera ofrenda a Iemanjá para salvarle la vida a mi hermana. Las manos que nos preparaban pancitos con formas de bichitos que nos disputábamos los nietos, que nos servía café con nata porque le daba pereza colar la leche. Las manos que nos preparaban tés para la tos y las gripes, que nos tejían los buzos de lana para el invierno y nos cosían las ropas para las fiestas de fin de año de la escuela. Pienso, abuela, que tú no sabes cuánto valen tus manos y que tal vez debiera decírtelo mientras aún estás conmigo.

La abu... escrito el 17 de agosto de 2013

La abu casi pide permiso para llorar por su viejo pero sabe que puede hacerlo conmigo porque la voy a entender. Cuenta los años que han pasado pensando en los que le quedan. La abu es la viejita más
porfiada de los que me ha tocado cuidar. Miente a los doctores y nos miente sobre los remedios que toma. Se queja de que son muchos y yo les muestro los míos, entonces calla. Le recuerdo que tengo cuarenta años menos y tomo unos cuantos medicamentos más que ella para que no haga maña. Camina encorvadita pero no lo quiere reconocer. Se niega a salir de casa más que para ir al almacén. Le encanta recibir noticias de la gente de su época que va quedando. Pone pico si algo no le gusta o si la retamos por su porfiadera crónica. Cuando está quisquillosa y yo también, nos peleamos por cualquier bobada. No voy a la iglesia pero voy a verla al menos una vez por semana. Ella no sabe que yo sé que es la última abuela que me queda, que es la memoria de mi niñez que se fue con el abuelo y con mi padre. Ella no sabe que es la única a la que le cuento cuánto los extraño. Si se lo contara, no me creería. Ella es así: dispuesta a pensar siempre lo peor, una pesimista sin remedio. Tampoco sabe que igual así la queremos. Tus nietos, abu, siempre estamos a tu alrededor,  agradecemos tenerte aún con nosotros.

La recaída

      Un mes ha pasado desde que comencé a usar el corsé extraíble. En forma gradual, el dolor volvió a aumentar y los días más fríos no me perdonaron. Ir a trabajar,  de nuevo se convirtió en un proceso de tortura, tanto psicológica como física,  si no más. Cada día es una lucha con mi cuerpo para levantarme de la cama por las mañanas. Me siento siempre agotada. Y el día que debo entrar más temprano y no logro llegar a la hora que corresponde, la culpa corroe mi mente creando una dosis extra de dolor.

      Pero cuando crees que las cosas no pueden empeorar... Mi abuela, la única de mis viejitos que quedaba con vida se enfermó de gravedad. En seguida nos confirmaron que se trataba de una forma de cáncer muy agresiva y que le restaba poco tiempo de vida. Pero el poco tiempo de vida para el que está al lado del enfermo es una eternidad a la vez que no llega a ser nunca el tiempo suficiente.
      Yo la visitaba cada semana y veía su deterioro, pero no estaba al lado para cuidarla. Cómo hacerlo...?
      Cuando no pudo más levantarse, tuve una oportunidad de ayudarla a ponerse más cómoda en la cama. Piel sobre huesos, un pequeño envión bastaba para moverla. Y lo hice pero después de ganarme dos o tres gritos. "Vos no podés hacer fuerza", me decía. Aunque le agregó otras palabras no tan amables, su intención era cuidarme. En ese momento me eché a reír, porque volvía a rezongarme como cuando era niña y me traía gratos recuerdos.
      Pero espacié mis visitas. De qué servía yo en una situación así,  viéndola consumirse sin poder, literalmente,  hacer nada? Cuidé a mi abuelo y a mi padre, pero no la pude cuidar a ella... Estuve con ella cuando entró en coma y estuve con ella cuando su única forma de avisarnos que estaba con dolor, fueron sus lágrimas... Murió dos días después.

      Siempre me llevo muy mal a mis muertos. Mis duelos suelen durar más que los de la mayoria de las personas y bordear lo patológico.  Mientras la abuela se iba apagando, mi dolor crónico fue en aumento, y no hay coincidencias en esto.