sábado, 30 de marzo de 2013

Sobre la percepción de la felicidad

    Cada vez que me presento a alguna reunión sintiéndome feliz y ocurrente me preguntan si tengo novio nuevo. Mi entusiasmo se desinfla inmediatamente. Es que no saben ustedes lo fácil que resulta ser feliz cuando estás sin dolor. Es comprensible la confusión que puedes crear en los demás pero no menos ofensiva: estás enamorado, pero de tu cuerpo y de la vida y de la capacidad de moverte libremente y de caminar sin renguear y sin esa sensación de que te arrastras a cada paso. Cada vez que me sucede me preguntó si las demás personas que pueblan el mundo son conscientes de lo felices que son sin saberlo. 
    Es obvio que la persona que padece dolor crónico va a tener una percepción diferente de la felicidad. Va a pedir menos de la vida sin saber que pide mucho. Cada día, cuando me despierto, lo primero que hago es darme vuelta en la cama. Si puedo hacerlo será un buen día, no importa cómo termine porque podré levantarme y hacer el intento. Soy victoriosa. Pero si los minutos pasan y no logro moverme porque mis huesos parecen haberse petrificado junto con la carne que los recubre, comienzo a contar los minutos. Tengo que moverme al menos para tomar el teléfono y avisar que no me esperen en el trabajo. Y a veces ese mínimo esfuerzo me lleva una hora, la misma que uso para vestirme, desayunar, tomar mis cosas y salir. Y entonces me siento derrotada. Por ese día me ganó mi cuerpo. Sencillo, ¿verdad? No es muy agradable confirmar que tu felicidad depende de estar sin dolor. Pero cuando sucede, es la felicidad más completa y consciente que puedas experimentar.

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