sábado, 12 de enero de 2013

Regreso a casa

     Siento como un leve adormecimiento que se extiende por mis extremidades y como pulza el punto de dolor a la izquierda de mi cadera. Siento el exacto camino del nervio dolorido que corre por mi pierna... Esto es lo mejor que he logrado sentirme hoy y no lo menosprecio. Ha sido un día largo y me siento cansada. Miro cada tanto el reloj y veo si ya es la hora a la que acostumbro acostarme. Enseguida calculo la medicación que debo administrarme para poder dormir sin dolor (o no enterarme de que sigue ahí) todo lo que no pude dormir anoche. Y tomo conciencia de que mi vida vuelve a girar minuto a minuto en torno a las sensaciones que produce mi cuerpo. Vuelvo a medir el tiempo por las comidas y la medicación porque ambas vuelven a estar interligadas: ingiriendo analgésicos tan fuertes necesito que mi estómago esté bien protegido.
      El miedo que me atenazó varios días después de mi última consulta con el especialista de columna se materializa antes de lo que esperaba y no lo tomo muy bien. Los ruidos fuertes me molestan y no quiero ver ni hablar con nadie. Dejo el celular en silencio pero no llego a desconectar el teléfono de línea. La amiga que me llamó hoy se sentía más desesperada que yo y lloriqueamos cada una de su lado de la línea. Ella porque su vida necesita cambiar y yo porque la mía va a seguir sin cambio, esclavizado cuerpo y voluntad al dolor. 
      Cuando el día fue muy malo, mi mejor consejo es dormir temprano.

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