Entra como siempre, llena de energía, quejándose de algo y contando alguna peripecia diaria. Yo me mantengo callada, separo mi medicación y trato de decidir si comienzo a medicarme para mi columna que está poniéndose rígida o para las náuseas y el dolor de panza que siento. Ella se mueve ágil y rápida, tan rápida que quiebra algo, como siempre. Yo le molesto en su actividad frenética y me voy a la cama para salir de su camino. Separo los medicamentos para la semana y los diez que debo tomar ahora de noche. Diez! Los vuelvo a contar. Junté los del mediodía con la noche porque salí a las siete a trabajar y volví de tardecita. Mientras tanto molesto en el baño porque ella quiere hacer una limpieza rápida e irse a trabajar, ayudar a sus hijos cuando no pueden valerse por sí mismos. Es lo que se supone que deben hacer las madres.
Vuelvo a la cama y empiezo a engullir mis píldoras mientras nuestra distancia de pocos metros aumenta a kilómetros.
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