sábado, 24 de noviembre de 2012

El día siguiente

Siento el punto de dolor en el lado izquierdo de mi cadera. Siento como irradia sus ondas en un perímetro cada vez más amplio. Hace un rato estuve sentada afuera y entré porque sentí frío, pero la amiga con la que acabo de hablar por teléfono me aseguró que la temperatura está agradable. Como mi columna dice otra cosa y mi columna SIEMPRE tiene razón, hoy no habrá salida a comer pizza con las amigas.

Esta tarde estuve mirando fotos y extrañando mis salidas, máquina en mano. Pruebo dibujar pero mis ojos y mi pulso están desentrenados y ninguna línea se ve como quiero que se vea. De pronto, me encuentro de nuevo plasmando bailarinas semidesnudas de tutú y cuello estilizado como en la escuela.

Me siento cansada. El dolor me hizo dormir poco y despertarme temprano. El excesivo tiempo en cama deja el colchón lleno de pozos pero el sueño no llega. Tejo fantasías en las que llamo a la clínica y pregunto si mi doctor está de guardia. Lo que no es buena señal. Sabes que las cosas no están bien cuando comienzas a fantasear con agujas perforando tus venas y sueros goteando y esa imagen se vuelve la idea de la felicidad.
Solo me resta inducir el sueño. Un sueño de químicos y dolor encubierto que se ha vuelto mi única forma de dormir. Y esperar el día siguiente. También hay días como este, en los que lo único que te queda es esperar el día siguiente.

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