Siento el punto de dolor en el lado izquierdo de mi cadera. Siento como irradia sus ondas en un perímetro cada vez más amplio. Hace un rato estuve sentada afuera y entré porque sentí frío, pero la amiga con la que acabo de hablar por teléfono me aseguró que la temperatura está agradable. Como mi columna dice otra cosa y mi columna SIEMPRE tiene razón, hoy no habrá salida a comer pizza con las amigas.
Esta tarde estuve mirando fotos y extrañando mis salidas, máquina en mano. Pruebo dibujar pero mis ojos y mi pulso están desentrenados y ninguna línea se ve como quiero que se vea. De pronto, me encuentro de nuevo plasmando bailarinas semidesnudas de tutú y cuello estilizado como en la escuela.
Me siento cansada. El dolor me hizo dormir poco y despertarme temprano. El excesivo tiempo en cama deja el colchón lleno de pozos pero el sueño no llega. Tejo fantasías en las que llamo a la clínica y pregunto si mi doctor está de guardia. Lo que no es buena señal. Sabes que las cosas no están bien cuando comienzas a fantasear con agujas perforando tus venas y sueros goteando y esa imagen se vuelve la idea de la felicidad.
Solo me resta inducir el sueño. Un sueño de químicos y dolor encubierto que se ha vuelto mi única forma de dormir. Y esperar el día siguiente. También hay días como este, en los que lo único que te queda es esperar el día siguiente.
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