Si me fuera posible, convertiría mi mano en garra y la
metería dentro de mi carne en el lugar exacto donde se encuentra el punto de
dolor y arrancaría la pierna. Es una imagen recurrente ante la sensación
desesperante que se instala con frecuencia en mi cuerpo. Y disfruto de ella
todo lo que no puedo disfrutar del hecho mismo, a todos los efectos, imposible
de llevar a cabo.
Foto de la autora |
Cuando esto empezó se me hacía muy difícil describirlo. No
encontraba las palabras o no eran las mismas porque el dolor tampoco era el
mismo. Pero eso yo no lo sabía. Me llevó un buen tiempo descubrir que mutaba y
apoderarme de las palabras que de darían nombre, que lo definirían. Al principio, cuando el diagnóstico exacto no
llega, definir el dolor es importante. Los doctores quieren saberlo, tu familia quiere saberlo pero, descubrí,
solo los que lo padecen pueden comprenderlo.
Las palabras me
fueron llegando poco a poco en las charlas de la sala de espera al traumatólogo
y al block quirúrgico, que es donde nos
encontramos los pacientes con afecciones de columna. Y descubrí que no solo yo
las buscaba. Es como si una descarga eléctrica corriera por mis piernas,
escuché contar un día. Y otro: uno anda como perro rabioso… Creí que solo a mí me pasaba, dijo una
compañera de block. Creí que era solo yo la que sufría, dijo otra.
Ahora, cuando quiero darle nombre al dolor, lo escribo.
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