lunes, 28 de marzo de 2016

A los milagros hay que darles uso

En enero, como mi estado continuaba estable,comencé a planear mi primer viaje de vacaciones en años. Rescaté el bolso, un traje de baño sin uso (que fue y volvió en su envoltorio) y huí de mi propia casa antes que mi cuerpo se arrepintiera y volviera a encadenarme a esas cuatro paredes. En Montevideo me esperaba una de mis amigas. ¡Y yo me sentía feliz! Dormimos, almorzamos y nos fuimos caminando al Parque Rodó que quedaba a unas diez cuadras. Todo era motivo para sacar fotos,todo era motivo para reír y no con una mueca forzada por el hábito sino con mi verdadera sonrisa, una carcajada "galponera" nada discreta. La lluvia nos hizo regresar a las risas, felices y agradecidos después de un día de mucho calor. Lo único extraño era que, como si estuviera borracha, cada cuadra y media tropezaba y mi amiga tenía que sostenerme. Al día siguiente había planeado mi día más esperado: ir a comprar libros y material de dibujo al Shopping de la Terminal Tres Cruces. Como la casa de mi amiga queda a tres cuadras, nos fuimos a hacer las compras antes del mediodía. Había llevado sólo dos pares de mis zapatos más cómodos pensando en aprovechar mi estancia para caminar y era lo que estaba haciendo. En el Shopping compré libros, material de dibujo y nos sentamos a tomar un helado. Mis pies me estaban matando porque los zapatos estaban demasiado ajustados cuando yo podría haber jurado que eran los más cómodos que tenía en el ropero. Aunque intenté continuar el paseo, tuve que descalzarme porque y volvimos al apartamento en taxi. No me importó entonces. No cesaba de ver mis libros recién adquiridos como quien mira el bebé que acaba de parir, y disculpen la exagerada comparación, pero era así como se sentía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario