domingo, 26 de abril de 2015

Manual de sobrevivencia con un corsé de yeso

      Lo único que me dijeron es que debía dormir los próximos tres días medio sentada hasta que el yeso terminará de secar.  No me dieron licencia médica ni yo la pedí. Mis planes eran intentar llevar una vida lo más normal posible. Pero... y siempre hay un pero... debería haber un manual sobre cómo sobrevivir con lo que los médicos no te dicen.

Primera dificultad: la ropa. Resulta que ahora eres algo así como una tortuga gigante de las islas Galápagos, tus jeans no te sirven, tu ropa al cuerpo tampoco. Entonces tuve que sacar del fondo del baúl pantalones deportivos y similares con elástico en la cintura. Por suerte encontré tres archivados de esos que las gorditas siempre tenemos para casos de extrema necesidad. Zapatillas, suecos o chancletas para evitar agacharte al calzarte o depender de algún pobre esclavo o miembro de la familia que tengas cerca. En mi casa sólo hay perros así que bienvenidas las zapatillas. Y los buzos anchos que te ayudarán a disimular tu nuevo tamaño... o a asumirlo.

Segunda dificultad: la ida al baño. Te bajas pantalón y bombachita, te sientas con el borde del corsé cortándote las piernas,  haces lo que debes hacer y, oh, sorpresa, pantalón y bombacha están en los tobillos y no los alcanzas con simplemente estirarte un poco. Por qué,  te preguntas,  nadie te dijo que debías tener un gancho en la cartera? Eché mano a un cepillo de pelo y lo usé como gancho.  Victoriosa! Mantener la dignidad al usar el baño no es poca cosa.

Tercera dificultad: cómo bañarse sin mojar el yeso. Cuello, brazos, axilas y pecho, esponja con jabón y esponja sin jabón para enjuagarlo,  el típico baño de palangana. Para lavarme las piernas me compré un cepillo de mango largo de esos que se usan para lavar la espalda pero alguna que otra flexión de piernas tuve que hacer igual. Lo bueno es que tu flexibilidad mejora con la práctica,  lo malo es que al terminar te sientes como si hubieras corrido 10 km: exhausta. Lavarse la entrepierna merece un párrafo aparte. Imposible que quede reluciente si no eres la mujer elástica. Lo mismo al secarte: un logro de contorsionista. Pasas una toalla por el medio de tus piernas, sujetas un extremo al frente con un brazo, el extremo a tu espalda con el otro y la haces correr. Buena suerte.

Cuarta dificultad: cómo levantar objetos del piso sin agacharte. Este problema fue fácil de solucionar con una pala de esas de sacar la basura pero de mango largo. Empujo con el pie lo que quiero levantar hasta ella y pronto. Lo mismo para bajar al piso los tachos con comida o agua de mis perros. Casi, casi la extensión de mi brazo.

Quinta dificultad: la cama. Cuando descubres que tienes una patología de columna, una de las primeras cosas que te enseñan es a agacharte y a levantarte de la cama. Lo ilustro: duermo del lado derecho, entonces antes de levantarme debo cumplir todo un ritual girando el cuerpo hacia ese lado, haciendo palanca con ambos brazos para levantar el tronco primero, y bajando las piernas después. Con el corsé, a menos que seas físicoculturista, no podrás levantar el torso del colchón sólo con la ayuda de los brazos. En mis primeros intentos salí de la cama en cuatro patas y medio de arrastro, no me avergüenza confesarlo. Pero luego aprendí que en lugar de bajar las piernas de la cama, podía calzarlas en el larguero de madera y crear una fabulosa palanca para sentarme. No siempre me sale elegante el movimiento,  pero te ayuda a sentarte en la cama de forma segura si no hay nadie alrededor que pueda darte una mano.


Sexta dificultad: el corsé de yeso pesa. Eso tampoco te lo cuentan los doctores ni los enfermeros. Pesa y cansa. No te permite caminar largos trayectos ni permanecer mucho rato sentada sin que comience a molestarte en la zona del sacro. Y cuando te acuestas sientes que intentas dormir dentro de un tonel. Tengo la sensación de haber aumentado veinte kilos de un día al otro y mi cuerpo también reacciona así. Como ya tomo un complemento vitamínico, esa parte no me preocupa. Una buena noticia es que, de a poco, el cuerpo se va acostumbrando al nuevo peso pero hay que conocer nuestros límites. Terminé mi horario de trabajo: a casita a descansar. Comienzo a sentirme mal, me retiro antes.

Séptima dificultad: dificulta la respiración y la digestión. Dos días de colocado el corsé y tuve mi primera crisis de ansiedad: el aire me faltaba y no podía respirar con profundidad por el limitan te corsé. Identifiqué la crisis y tomé un sedante leve que me recetaron como relajante muscular. Los comilonas también van a sufrir.  Almuerzos y llegas va la cena como si la comida no hubiera salido aún del estómago. Entonces comer pequeñas porciones,  más seguido, mucha fruta porque el intestino también se enlentece y un potente digestivo siempre en el bolsillo. Terminar vomitando con el corsé puesto nones una experiencia agradable.

Octava dificultad: el lavado de cabello. Con este no pude. Sólo hay dos opciones: pedir auxilio al pariente o amigo que viene de visita o pagar la peluquería. Por aquí, recurrimos a la víctima que caiga porque estamos en tiempo de crisis.  Es lo que queda...

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