martes, 6 de octubre de 2015

2 de octubre de 2015: consulta con el especialista de columna

      Todo es igual. Las personas amontonadas en un angosto corredor, el olor a humanidad  encerrada y a saladitos de esos llenos de conservantes y saborizantes que se huelen a un kilómetro, las conversaciones deprimentes sobre lo que le duele a cada uno, los rostros esperanzados y resignados. 
     El día está tormentoso y fresco y por eso la pierna me duele y perdí mi yelmo de guerrera en la primera caminata que hicimos.  No quiero participar de ninguna conversación y por eso... tal vez por eso, entro cansada y dolorida a la  consulta.
      Ya al entrar veo que la organización dentro del consultorio es atípica. El doctor está sentado y tiene a su lado una muchacha que oficia de secretaria y escribe por él el resumen de las consultas en la computadora que está sobre el escritorio. Buscan mi nombre y pide ver mi resonancia. Yo no me siento. Marta, mi amiga y compañera de viaje, está de pie a mi derecha junto a la puerta. Cuando le preguntan cuál es su relación conmigo dice que es mi prima, como acordamos. Lo primero que me dice el doctor es la repetición de su dictamen de un año y medio atrás. Son cinco vértebras para fijar, sos muy joven, estas operaciones no quedan bien. Le pido alternativas, que me indique a alguien más a quien pueda recurrir ya que él solo puede ofrecerme bloqueos lumbares y yeso y me dice que no hay mucho más que hacer en estos casos, como si dictara mi sentencia de muerte. Tomo aire y pienso qué me hizo someterme a esta situación de nuevo cuando yo ya sabía que este hombre afirma que te va a operar en una consulta dándote esperanzas y en la siguiente, se desdice importándole un comino lo que generó en el paciente. Ante mi desánimo, me da una orden para otra resonancia y salgo sin volver a hablarle. Solo quiero huir de allí y llorar de impotencia.
      Pero la sesión de tortura aún no ha terminado. Marta se queda atrás y vuelve al rato. Estoy sentada y hago acopio de fuerzas para no llorar. No lloraré ahí, ni frente a Marta ni frente a nadie. Ella me cuenta que el doctor la llamó  para una charla en particular y le dijo que me vio muy deprimida, que así no me opera (en tres minutos hizo un diagnóstico de mi estado psicológico y encontró la disculpa perfecta: culpabilizar al paciente) y le dio un pase para que me vea un psiquiatra. Me río. Veo a un psiquiatra hace cuatro años, a una psicóloga a la que recurro cada vez que veo que la depresión debido al dolor crónico recrudece y este hombre que me trata hace cinco años y aún no sabe mi nombre, cree poderme diagnosticar como psiquiátrica en TRES MINUTOS?! Ahora me siento furiosa. Si se hubiera tomado el trabajo de hablarme de frente yo habría podido contestarle de forma adecuada. Pero con esa actitud tan poco ética, ya que no soy una niña ni una anciana, me quitó lo poco que me quedaba de dignidad al dejarme sin derecho a réplica. Es eso lo que significa ser paciente? Soportar con estoicismo, como una víctima propiciatoria, cada dictamen del doctor como si este fuera un dios, acatar todas sus órdenes y decir amén?  Pues ya no quiero ser paciente. Quiero volver al consultorio y decirle al doctor dónde puede meterse la orden para el psiquiatra. 
      Marta me mira a la cara y se disculpa por habérmelo contado. Me levanto y ella me sigue. Mi amigo Jorge nos espera con el almuerzo pronto. Me niego a seguir hablando del tema. Tenemos que esperar hasta las cinco de la tarde para que el enfermero especialista en yeso me quite el corsé. Al menos podré llegar a mi casa, bañarme y lavarme la cabeza por mi cuenta. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario