jueves, 29 de octubre de 2015

Sobre los días malos, los viajes en ómnibus y los días peores

Llegó de a poquito luego del desayuno, como un agresor furtivo y con muy malas intenciones. A medida que transcurrían los minutos y yo pensaba en mi necesidad de darme una ducha y cambiar las sábanas, empeoró con rapidez. Un objeto punzante e inmaterial parecía haberse clavado en mi cóxis y comencé a encogerme hasta caminar con la espalda doblada. Todos los meses la constante es la misma para mí que soy mujer: con el período menstrual el dolor aumenta y trato de estar preparada, lo que implica tener los alimentos necesarios para no tener que salir si debo estar todo el tiempo en cama, y tener medicación de sobra para cubrir los empujes. Son alrededor de las diez de la mañana y me revuelco de dolor en la cama. Mi Pulgui se enrosca en mi cuello cada vez que me quejo en forma audible. Como siempre, he ido aumentando la dosis de medicación y esperando. Tomo otra dosis, espero. No puedo llamar al servicio de Emergencia sin ducharme y sin cambiar las sábanas que huelen a agrio y a químicos. Cuando llego a mi límite en la medicación me levanto y voy a prepararme un té para cambiar de postura y distraerme. El dolor en el cóxis se siente más localizado cuando estoy de pie pero mi cocina queda a cinco pasos. Me preparo una vieja receta de emergencia: té de ruda con una rama de canela. La ruda ayuda a desprender con más rapidez el endometrio y la canela alivia el dolor. Más rápido baja mi menstruación, más rápido se irá el dolor. Mi ansiedad aumenta porque esta es la noche en que debo viajar a Montevideo para hacerme mañana una nueva resonancia magnética nuclear en el Sanatorio Americano. Siento verdadero pánico al recordar las siete horas de viaje que me esperan en el estado en que me encuentro. Mientras espero que mi té alcance una temperatura que lo convierta en bebible, el celular suena. Una voz masculina me comunica que la resonancia debe suspenderse porque el aparato resonador está averiado. Ofrece ponerme en lista de espera o agendarme ya una nueva fecha. Escojo la segunda opción. Un mes más de espera. Pero me siento aliviada, cómo me siento aliviada... No tendré que viajar en estas condiciones. En el campo decimos, por ejemplo, que un animal está "acobardado" cuando ha recibido tantas palizas que no es capaz de aceptar una caricia sin replegarse en sí mismo. O que, acobardado por las mañanas frías de invierno, mi abuelo siempre salía de poncho de lana cruda a recorrer el campo. Sentirse acobardado no significa ser cobarde, sino estar cansado ante una situación desfavorable que se repite y actuar en consecuencia, consciente o inconscientemente. Esa soy yo hoy: una mujer acobardada.

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