domingo, 22 de febrero de 2015

Plan de sábado a la noche

      Como mi madre ha estado más presente en las últimas semanas, la llevé conmigo a la clínica el sábado a la noche. Tener que recurrir al doctor de emergencia porque no logro disminuir un empuje de dolor no es nuevo para mí, pero sí lo fue para ella. 
      Lo primero que debo enfrentar es el acceso. Lograr que te atiendan en ventanilla y que luego te vea el médico de turno lleva de media hora a una hora, con suerte. Si estás con dolor, una hora de espera en las sillas de plástico blandengues del corredor te pondrá al borde del colapso. Termino siempre mirando con cariño la cerámica que recubre el piso y fantaseando con qué sucedería si decido echarme a descansar sobre ellas. En lugar de tratarme por mi columna lo harían por un trastorno psiquiátrico, y esa es la razón que me hace renunciar a mi soñado proyecto. 
      Ayer llegamos cuando Emergencia estaba preparando el traslado de una mujer que había sido atacada a tiros por su pareja. Camilla, cráneo vendado, sangre, su familia entrando y saliendo,  doctores y enfermeras preparándola para el traslado. Esperamos una hora o más. Se llevaron a la paciente y esperamos otros veinte minutos más,  o media hora, no lo sé, pero ya no sabía cómo sentarme, el piso parecía casa vez más atractivo y mi madre comenzó a pasearse frente a la ventanilla. Tuve que tranquilizarla. A nadie le gusta esperar y el instinto materno se le recrudecía cada vez que yo me retorcía en el asiento. 
      El doctor parecía muy joven pero por lo demás resultó seco y profesional. Me hizo muchas preguntas y por poco no pide ver mi resonancia cuya copia del informe  siempre olvido cargar porque,  total, allí ya todos me conocen. Le expliqué que había tenido un empuje de dolor que no había podido quitar con la medicación habitual y que se me había a terminado, muerta de vergüenza porque siempre siento miedo a que crean que soy una adicta en busca de drogas. 
      Me colocaron un circuito y me inyectaron algo de medicación, según el doctor morfina, y que con eso me aliviaría. La enfermera, tan conocida que no fue necesario presentar mi cédula de identidad, me advirtió que podría sentir adormecimiento en las piernas y manos por la medicación fuerte pero yo no sentí nada. Como el tratamiento era diferente al que me aplican siempre,  me sentí esperanzada. 
      Pero la noche no fue benévola conmigo. Dormí y tuve sueños demasiado nítidos y rozando la pesadilla,  pero siempre que cambiaba de posición para aliviar el dolor en la columna y en el brazo con el circuito. En la mañana, como siempre, el dolor empeoró. Creí que mi medicación restante no sería suficiente pero aquí estoy, dos comprimidos de ketofen y dos de tramadol después. Ayer quería tomarme vacaciones de mi cuerpo, pero hoy creo que mi cuerpo no me quiere y por eso me tortura, para que me vaya lejos y lo abandone definitivamente.

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