domingo, 8 de febrero de 2015

El último bloqueo lumbar*

    Debidamente escoltados por una enfermera, nos suben a un viejo ascensor. Las mujeres nos miramos, somos pocas, apenas tres esta vez. Nos guían por el corredor de siempre a una piecita en el fondo llena de estantes que oficia de vestidor para que nos cambiemos. Yo, experiente reincidente,  me siento en una silla y me voy desvistiendo. Hay que colocarse una bata anudada en la espalda, un short que se anuda al frente (en esto evolucionamos, antes era una especie de chiripá vergonzoso), una toca para recoger el cabello y unas botas de tela también de anudar. Este es el momento en que las primerizas y las más púdicas preguntan si pueden quedarse con la ropa interior. Y no, no pueden. La muchacha nos explica que no debemos llevar ninguna prenda que haya estado en contacto con el mundo exterior para no contaminar el bloc. Sobre estas prendas verde hoja nos visten otros protectores que nos quitan al entrar a la antesala del bloc. A esta altura y con el "uniforme" no hay dignidad que resista. La vergüenza quedó allá junto a nuestros calzones.
     Sentadas una al lado de la otra, la enfermera del bloc nos avisa que, como siempre,  el doctor está retrasado y debemos esperarlo. Para mi consternación,  la enfermera me reconoce y me trata por mi nombre.
    Es el momento de los intercambios de experiencias. Mis dos compañeras tienen el cabello teñido de rubio, hijos y aparentan más edad de la que seguro tienen. Una, la más delgada y que parece mayor, no soporta el asiento, una de esas sillas blancas de plástico nada adecuada para que la ocupen personas con patología de columna. Es la que se ve más dolorida y se pasea por la antesala en un intento de alivio. La otra, más gordita,  permanece sentada, inmóvil y un poco encorvada. Tiene un tatuaje rústico de flores cerca del pulso derecho y un circuito en el izquierdo. Yo me hamaco en la silla intentando aliviar la molestia que me produce la postura prolongada.    
      Esperamos alrededor de una hora (sin reloj, la noción de tiempo es inexacta), hasta que el doctor al fin llega y nos van llevando una a una. El orden lo elegimos nosotras, primero la más dolorida. Diez o quince minutos después la traen en silla de ruedas y la dejan frente a mí mientras la compañera con el circuito es llevada al bloc. Pide quedarse un rato en la silla y petmanece encorvada y con tal expresión de dolor que me reconozco en ella. La muchacha que la ayudará a levantarse para llevarla al vestidor la espera observándola, impotente.
     Mi turno llega y camino a la sala del fondo donde mi doctor espera todo cubierto con su uniforme azul de cirujano. Hay una camilla cubierta donde me acuesto boca abajo y un técnico que maneja el enorme aparato de rayos X  que usarán para observar mi columna. El doctor saluda, intercambia unas palabras conmigo y comienza su trabajo. Descubren mi espalda, bajan el short hasta casi la mitad de mis nalgas,  limpian la zona lumbar con un algodón empapado en iodofón y la cubren con lo que parece un trozo de tela con un agujero al centro. 
       Ahora viene la peor parte, la de la infiltración. La aguja entra en la carne y mi cuerpo se contrae involuntariamente con el dolor. Se detiene,  el doctor comprueba que esté correctamente colocada a través de un monitor y la inserta un poco más adentro. Mi impresión es de que apoya todo el peso de su cuerpo en ese pinchazo, como si a la aguja le costará entrar en la carne. Una infiltración en el lado izquierdo y otra en el lado derecho. 
     "Está pronto", me dice el doctor. Entonces porqué siento a las agujas aún dentro de mi cuerpo? Permanezco inmóvil, paralizada en mi esfuerzo por asimilar el dolor. Me colocan un enorme curativo en la zona infiltrada. La enfermera del bloc me ayuda a levantarme y acerca la silla de ruedas. No quieren correr el riesgo de tener que recoger al paciente del piso entonces usarla no es opcional. El doctor se despide y me llevan sobre ruedas a la antesala.  Mis compañeras  de tortura no están va la vista. La muchacha que nos ayuda en el vestidor fue requerida en otro piso y no me dejan salir si ella no está. Calculo otros veinte minutos de espera. No llevo reloj para comprobarlo.
    

      Salimos de la clínica alrededor de las diez horas de la noche,  tres horas después de mi ingreso. Mi amigo despotrica contra la decadencia de los sistemas de salud en el país, la irresponsabilidad del médico que llegó una hora tarde y otros temas que ya no recuerdo. Seguro que nunca más querrá acompañarme.  Yo no digo nada. Pienso en la noche afiebrada y con dolor que me espera.






http://www.clinicalascondes.com/articulos_estaticos/Bloqueo_facetario.htm

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