viernes, 13 de febrero de 2015

El desayuno

      Hace semanas,  la única forma de poder levantarme y moverme sin dolor es desayunar ketofen y tramadol.
      Antes de levantarme siquiera al baño tengo que tomar el protector gástrico con bastante agua. Veinte minutos después,  más o menos,  comienzo a prepararme el desayuno.  Lo que mejor funciona con tanta medicación es café coptado con lechera,  o capuchino suave. Desde que desarrollé una gastritis debido a los medicamentos, el té o un jugo no son suficientes pero yogur o leche sin cortar me dejarán la panza inflada como un globo, entonces se ha vuelto un experimento diario buscar el desayuno ideal. Ya he probado con leche de soja (demasiado pesada) y la leche de arroz que viene avainillada y me  causa náuseas. A esa taza debe acompañarla unos trozos de pan o galletas para formar un buen fondo para los remedios. Si el estómago lo permite,  una fruta. Demasiada comida de mañana también me produce náuseas,  un efecto secundario del tramadol.
      Los mejores días son los que me dejan desayunar sin que el dolor aparezca.  Luego, a medida que se manifiesta, ingiero el antiinflamatorio,  espero a que haga efecto, y si el dolor no disminuye. Otros días,  con la comida, ingiero los dos medicamentos. 
Algunos de los medicamentos que ingiero a diario.

      Ese ritual crea un diálogo permanente con mi cuerpo y me vuelve una criatura egocéntrica,  obligada a mirar siempre hacia mi propio dolor.

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