Hasta que un doctor que me había diagnosticado una sacroileítis (inflamación en los huesos de la cadera), se cansó de que ninguno de sus tratamientos hiciera efecto y me envió a Melo con internación y recomendación de que se me examinara por depresión. Algunos estudios después y diez días de internación vino el primer diagnóstico de una especialista: hernia discal.
Pasaron los meses, un bloqueo lumbar sin resultado y, al fin, el estudio definitivo: una resonancia y un nuevo diagnóstico. Lo que yo tenía era una artrosis lumbar y no hernias de disco (los discos intervertebrales estaban gastados pero no se habían roto). La traumatóloga me pasó a un especialista de columna que me iba a tratar los siguientes cuatro años y me haría siete bloqueos más.
Durante ese período fui aprendiendo a manejar los efectos secundarios de los medicamentos que tomaba, los entretejidos del sistema de salud que me cubría y a los especialistas. Dos gastroenterólogos, una reumatóloga, un urólogo, un siquiatra, una sicóloga, un otorrinolaringólogo, una fisioterapeuta y un neurólogo.
Cuando se hizo patente que los bloqueos lumbares no hacían más efecto y una nueva resonancia mostró que yo no cumplía con el protocolo necesario para una cirugía (discos gastados pero no rotos, ausencia de líquido en el canal raquídeo) me desesperé
Y entonces comenzó una nueva etapa en mi vida.
En un verano en el balneario Lago Merín, cuando aún podía usar mi moto. |
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