lunes, 23 de febrero de 2015

Casi... cinco años después

        Era enero de 2010 y comenzaban las vacaciones para los docentes.  En mis planes para ese verano estaba ir en moto hasta el Chuy con una amiga cuando comenzó el dolor y las visitas a la sala de emergencia de mi mutualista. Fueron dos meses de consultas médicas,  diagnósticos fallidos,  noches insomnes debido al dolor y entradas y salidas de emergencia.
        Hasta que un doctor que me había diagnosticado una sacroileítis (inflamación en los huesos de la cadera),  se cansó de que ninguno de sus tratamientos hiciera efecto y me envió a Melo con internación y recomendación de que se me examinara por depresión.  Algunos estudios después y diez días de internación vino el primer diagnóstico de una especialista: hernia discal.
        Pasaron los meses, un bloqueo lumbar sin resultado y, al fin, el estudio definitivo: una resonancia y un nuevo diagnóstico. Lo que yo tenía era una artrosis lumbar y no hernias de disco (los discos intervertebrales estaban gastados pero no se habían roto). La traumatóloga me pasó a un especialista de columna que me iba a tratar los siguientes cuatro años y me haría siete bloqueos más.
      Durante ese período fui aprendiendo a manejar los efectos secundarios de los medicamentos que tomaba, los entretejidos del sistema de salud que me cubría y a los especialistas.  Dos gastroenterólogos,  una reumatóloga, un urólogo, un siquiatra, una sicóloga,  un otorrinolaringólogo, una fisioterapeuta y un neurólogo.
        Cuando se hizo patente que los bloqueos lumbares no hacían más efecto y una nueva resonancia mostró que yo no cumplía con el protocolo necesario para una cirugía (discos gastados pero no rotos, ausencia de líquido en el canal raquídeo) me desesperé         
        Y entonces comenzó una nueva etapa en mi vida. 
En un verano en el balneario Lago Merín,  cuando aún podía usar mi moto. 

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